domingo, 22 de mayo de 2011

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO


Por: Miguel Godos Curay

Un estudio, publicado recientemente por la revista “Language and Cognition” reveló el reciente hallazgo de una tribu amazónica que no tiene un concepto abstracto del tiempo. Se trata de la tribu Amondawa, la que según los expertos, carece de las estructuras lingüísticas que relacionan el tiempo y el espacio. Los amondawas reconocen eventos que ocurren en el tiempo, pero éste no existe como un concepto aparte. El lenguaje de los amondawas no tiene una palabra para designar el "tiempo" o para designar periodos temporales como “semana”, "mes" o "año". Así, en sus conversaciones, nunca se refieren a sus edades, sino que van asumiendo y mudando nombres a lo largo de sus vidas. A cada nuevo nombre corresponde una etapa de logro o éxito o también conforme a la mejora de su estatus dentro de su comunidad. Una circunstancia afortunada tiene su propio nombre. Los infortunios son etapas preteridas que no vale la pena recordar.

Los Amondawa, refiere la BBC, fueron contactados por primera vez por el mundo exterior en 1986, y ahora investigadores de la Universidad de Portsmouth, en el Reino Unido, y la Universidad Federal de Rondonia, en Brasil, empezaron a analizar la idea del tiempo en su lenguaje. El tema es sumamente reflexivo y provocador en tanto “tiempo” y “espacio” son las coordenadas de la historia. Hay quienes viven atados al lastre de su pasado y sumergidos en el hueco de su ayer como cangrejos de playa. Y no se atreven a mirar el presente ni el futuro. El tiempo fluye en un incontenible devenir como contemplaba Heráclito. Otra es la distinción formulada por Bergson (1859-1941) que distingue entre la duración del mundo de los cuerpos y el irreversible tiempo psicológico en la vida interior y espiritual de cada persona.

Los periodistas vivimos cara a cara con el tiempo y los hechos de los que damos cuenta se convierten más tarde en la argamasa y los ladrillos de la historia. Por supuesto, dependiendo de la integridad ética del periodista, estos ladrillos, pueden ser buenos o malos como los ladrillos de Chulucanas. Los buenos sirven para construir catedrales excelsas de verdad. Los malos se desploman en cualquier momento y se deshacen porque están corroídos por el salitre de la mentira ,fingimiento y falsedad.

Las vivas reflexiones de San Agustín sobre el tiempo le permitieron vislumbrar la eternidad de Dios. Para el Obispo de Hipona el tiempo no es el presente porque se convierte con inimaginable velocidad en pasado. El pasado “ya fue” dicen los jóvenes. Pero tampoco es el futuro que aún no llega. Estas reflexiones de café son sumamente profundas. Fernand Braudel, historiógrafo francés (1902-1985), tiene una certera visión del tiempo histórico. Hay tiempos de gran estabilidad que simulan el mar en calma, a los que denomina tiempos de estructuras. Pero hay tiempos en que el mar se encabrita y se producen olas, estos son los tiempos de coyuntura. La espuma, en la cresta de la ola, corresponde al tiempo de acontecimientos. Marc Bloch, sostiene que el tiempo es el plasma de la historia. Por eso, no resulta extraño que una reportera apasionada como Oriana Fallaci, confiese: “ser periodista es penetrar como una carcoma en la madera de la historia”. Y es que a todos los genuinos periodistas nos estremece esa angustiosa sensación de nos tener más ojos y más oídos para ser testigos del paso del tiempo y de ese escribir a diario capítulos de historia.

Indudablemente, la historia explica y ayuda a comprender mejor el pasado, para entender el presente proyectar el futuro. Para Giambattista Vico (1668-1744), un enjundioso abogado napolitanto, el tiempo da pie a un proceso. ”Corsi y ricorsi”, curso y recurso, flujo y reflujo. Vico como buen hombre de leyes asume la idea del tiempo histórico como un recurso idéntico al que se enerva en los procesos judiciales.

Las ciudades, tienen también su tiempo y se mueven conforme a la percepción que del tiempo tienen sus habitantes. En Piura aún el tiempo acontece lentamente. Nos movemos entre la carreta y la aparente modernidad. Mientras los piuranos de los poblados rurales duermen más porque ahora consumen televisión y gozan de los beneficios de la energía eléctrica. Los piuranos de los espacios urbanos tratan de sacarle mayor provecho. El tiempo piurano de la siesta está muriendo poco a poco gracias al impulso de nuevas actividades comerciales que facilitan la atención continuada todo el día. Las farmacias de turno son hoy un recuerdo de la abuela.
Un tema sensible en Piura es la percepción del tiempo sin hora precisa. Las categorías que se emplean son “la mañana”, la “mañanita”, “la tarde”, la tardecita”, “la noche” y “la nochecita”. Esa ausencia de reloj permite que el despiste y la impuntualidad se conviertan en una verdadera institución en Piura. Y que en la universidad salten como ranas algunos profesores que consideran que una hora de clase tiene “35 o 40 minutos”.

Hay tiempos de siembra y de cosecha. Hay tiempos de desesperación como el que provoca diariamente este caos llamado reconstrucción (¿?) de la ciudad. Al paso que vamos, amarrando la chiva y sin los ojos vigilantes que preserven la calidad de los trabajos realizados no podemos esperar que Piura mejore. Tenemos una ciudad que es una vergüenza. En donde los que gobiernan o no tienen tiempo o lo pierden irremediablemente. Ya pasaron los cien días de gestión y vendrán los próximos cien sin que dejemos de vivir entre aguas servidas, huecos y esa mortificación insoportable en la que se ha convertido transitar por el centro de la ciudad. Sin duda que Piura es propicio para el turismo arqueológico ese que exhibe miserias, humillación, indiferencia, negligencia y falta de decoro. ¿Hasta cuándo?. Cuando la historia se repite hay que ponerle fin. Y no olvidar que la instauración del respeto es una condición imprescindible para el bien común. En vano podemos predicar en las escuelas y en las universidades si nos desentendemos de la interpretación de nuestro rol de ciudadanos y personas en ese inmenso teatro de lo descarnadamente real que es Piura.
(Foto: Fernand Braudel 1902-1985)

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