Por: Miguel Godos Curay
Las ciudades como sus habitantes tienen personalidad. Una ciudad es un espejo que refleja el modo de ser de sus vecinos. Cada rincón tiene una nota distintiva que la hace diferente de otras. Hay ciudades que agonizan efímeras, urbes de vida corta pobladas por fantasmas que ayer le dieron sustancia a su existencia. Otras quedaron postergadas para siempre, olvidadas en los litigios familiares por herencias que se reparten como botín de filibusteros que todo se lo comen a pedazos.
Otros desprecian el pasado y festinan
la destrucción de las viejas casonas que se caen a pedazos. Otras son rincones
apacibles, silenciosos donde moran lo sueños y los deseos. Otras temen la
arremetida y los arrebatos de la caprichosa modernidad aún recuerdo se enlosetó
el ayuntamiento con baldosas que hoy están hechos añicos.
Hasta los tristes árboles de la plaza
principal languidecen heridos de muerte. Hoy son el gimnasio decrépito de las
ardillas donde se reproducen cada 40 días. Las nuevas camadas sin tener que
comer en los árboles lánguidos buscan las manos de los visitantes en pos de
galletas y no mueren. Se han tornado en ardillas sociales por las urgencias del
hambre. De la última remodelación estofada y estafada sólo quedan las visibles
huellas de la mala factura de los trabajos.
Las pilastras de la plaza se han
llenado de placas conmemorativas del bicentenario de la libertad de la patria.
Aún queda el inocultable recuerdo de los yerros de la improvisación y la
huachafería. La libertad, marmórea escultura observa la ciudad con curiosidad
estupenda. Le impresiona el vaivén del cabildo convertido en una tramitadora
interminable. En el sopor de la tarde su presencia es obligatoria en todos los
registros fotográficos.
Sus ojos son testigos del infortunio e
inolvidables recuerdos. La Pola como la llaman. Es un misterioso recuerdo de Policarpa Salavarrieta la
patriota colombiana. La Pola en tiempos de montoneras vio desfilar las turbas
de la comuna y horas más vio sacar los chicharrones humanos de la más criminal
tragedia. A balazos se mataron los hermanos. Y las madres y las viudas
concurrían a la plaza rosario en mano rezando por los muertos invocando le
guarden turno al Prefecto Fernando Seminario Echeandía en el infierno. Aquel
enero de 1883 la hacienda se enfrentó con la comuna.
La ciudad se desmorona en el olvido en
la matraca histórica risible de fundir y confundir la fundación de San Miguel
de Tangarará, Tangarara o Tangaralá como anotan los cronistas en 1532 con la
fundación de San Miguel del Villar después de muchos trajines en 1588. No hay
documento escrito que confirme el aserto se trata de un cálculo aproximado que
ignora la plena vigencia de la Pragmática de los diez días del año adoptada en 1584
que dispone se debían omitir diez días (del 4 al 14
de octubre de 1582) para adoptar el calendario gregoriano. Con estos ajustes y
desajustes la ciudad celebra dos fechas en una como si se tratara de una
pirueta histórica. En realidad desconocen la historia.
La ciudad y sus habitantes han olvidado la historia y
su pasado. El alcalde de la cuadrilla ha convertido la ciudad en capital de la
cumbia sanjuanera. Un híbrido colombo panameño con sanjuanito ecuatoriano que
divierte a las masas en coros multitudinarios de letras tortuosas de
infidelidades desbocadas, añoranzas furtivas, sed interminable por aguardiente
de la caña. Es el nuevo gusto que compite con los coros que imploran el perdón
y el diezmo obligatorio para los pastores y pasto para sus ovejas. Católicos y evangélicos compiten por la
fidelidad de sus prosélitos. Creyentes, creyentes torrejas y no creyentes son
parte del rebaño de Dios.
Así andamos. Con un pie en el cielo y
la otra pata en el infierno. Sucede lo mismo en la administración pública en
donde se dilapidan los dineros públicos. Se roba descaradamente y se engaña
impunemente. Si viniesen las lluvias diluviales en el próximo verano se
desnudarían nuestras debilidades y flaquezas. El agua es vida en todo el
planeta en la aldea en que vivimos es un tormento que inunda ciudades y vierte
océanos inmundos de basura arrastrados por las aguas. Entonces vivimos del
frejol de palo y las zarandajas. De los choclos del temporal y las sandías.
Nuestra ciudad con visos de pueblo ya
no planta árboles los tala salvajemente por su adicción al cemento y el
asfalto. Olvido de pronto que el suelo respira y que los árboles lo protegen.
Se improvisa por la falta de seso e ignorancia. Los modelos producto de la
copia y la falta de identidad creativa nos han llenado de losetas resbalosas,
fierro, árboles talados sin sus bancas de madera para el refresco de los
abuelos. Hoy las bancas empotradas de losetas queman los culos por los que
nadie se sienta.
La peor amenaza de la modernidad es el poco inteligente “copia y pega”. Los
estudiantes no piensan “copian y pegan”
las tareas escolares, no leen como antes tampoco entienden lo que leen. Lo que
los convierte en brutos potenciales y consumados. Igual sucede en las aulas
universitarias en donde docentes que no
leen obligan a sus alumnos a leer. El resultado es un fiasco grosero en dónde
los trabajos monográficos son “copia y pega” descomunales.
Otros con el pervertido auxilio de la
IA inventan autores y endilgan hipótesis sin fundamento citan a autores
inexistentes. Junto a la cibernética avanzada, existe otra subdesarrollada de
softwares piratas que convierte las tesis monográficas en papelería inútil.
Tesis de licenciatura y doctorales se copian
por cientos y por millares. Los artículos en revistas indexadas son un
fiasco risible y repugnante. Pocos trabajos de investigación nacionales se
incorporan a los rankings mundiales. La mayor parte de nuestros doctores tienen
mala ortografía y sintaxis. Los buenos son pocos. Y los que hablan y escriben
correctamente en inglés son como manzanitos solitarios.
Así andamos como cangrejos solitarios
en el mundo de la ciencia. No hay producción editorial ni investigaciones
serias que aporten significativamente a la ciencia. Los anaqueles
universitarios de investigación están llenos de “huevadas” me dijo un conserje.
“Eso no sirve para nada ni resuelve nada” prosiguió. Y estamos por creerle. La
revolución para el cambio tiene que empezar en la raíz de la universidad que
está en las aulas. El diálogo entre maestros y estudiantes convertidos en
discípulos en el gobierno mismo de la universidad que no puede ser un refugio
del festín de sus presupuestos. Tampoco es una cofradía de favorecidos por el
resorte de la incompetencia. La universidad de los cangrejos inmorales no es
otra cosa que el injustificado retroceso de la dignidad, la decencia y el
decoro.
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