domingo, 21 de noviembre de 2010

EN LEGITIMA DEFENSA


Por: Miguel Godos Curay

Queremos formular una contestataria propuesta a nuestros amigos lectores y a los que no lo son. La de no comprar ningún producto ni recurrir a los servicios que salvajemente nos colocan en la punta de la nariz estos publicistas aviesos que ocupan las principales arterias de la ciudad y han despersonalizado nuestros, hasta ayer, apacibles rincones sin que nadie nos preserve de la contaminación publicitaria. Sólo así entenderán que los piuranos y cualquier ciudadano civilizado quiere una ciudad para sí: limpia, abierta y acogedora y digna. Una ciudad para sus habitantes no para los comercios que de una día para otro trastornan todo movidos por el resorte del consumismo. Bueno es culantro pero no tanto. El consumo por el consumo mismo nos ha convertido en adictos a las tarjetas, a las deudas impagables. A la ignorancia respecto al Código del Consumidor actualmente vigente, el que aplicado a las ofertas que no lo son, a los pagos por reposición injustificados y a tramposas ofertas. En donde el presunto descuento no es sino el incremento al precio que se exhibía un día antes. Al dos por uno y a otros cuentos mercantiles que el Código sanciona pero que nosotros dejamos pasar por desconocimiento. Igual sucede con los denominados servicios públicos regulados, servicios de salud, servicios educativos, los inmobiliarios y los financieros perversamente explicados con letra de pulga.

A los piuranos nos falta cultura del reclamo. Nos han educado para no reclamar con un falso sentido de nuestros derechos. Todavía hay quienes piensan que cuando uno dice lo que tiene que decir en defensa de sus derechos: falta el respeto. Nadie es irrespetuoso cuando exige justicia. El abuso disfrazado es insoportable. Hay que acabar con estas malas prácticas. No es así y no tiene porque ser así. Convivimos con una serie de mandatos irracionales que lindan en el abuso y contra ellos hay que arremeter con decoro y dignidad. Hay escuelas públicas y privadas en las que se apropian de los efectos personales solicitados a los niños. En otras los mejores trabajos de los alumnos pasan a ser patrimonio de la profesora a la que con inaudita perversión en Piura se llama “miss” como si en el castellano no hubiera la palabra apropiada.

No faltan los que utilizan los vehículos y bienes del Estado como si fueran propios. Son propiedad común,pertenecen a todos y están al servicio de todos. No de uno o cuatro gatos que ocupan cargos públicos de modo transitorio. En Cuba, por ejemplo, los bienes del Estado están de modo efectivo al servicio de todos. Así por ejemplo, el auto de un ministro o de cualquier funcionario que en su desplazamiento encuentre niños que se dirigen a la escuela tiene la obligación de llevarlos. Son el capital más valioso de un país. No se si la misma experiencia se puede aplicar en Piura. En donde los bienes del Estado se convierten en prenda apetecida y símbolo del disfrute del poder. Hay buses que deberían movilizar a estudiantes a sus centros educativos y sólo se dedican a conducir vacas sagradas que tienen sueldo y lo suficiente para pagar un pasaje. Hay que enseñar a nuestros estudiantes, niños y jóvenes, a reclamar. La cultura del reclamo nos inmunizará frente a abusos de todo tipo que menudean a diario. En las instituciones públicas donde se demoran los trámites y en donde los tiempos burocráticos nos provocan rabia e indignación.

Una práctica que se extiende cada día en la universidad es el poner freno a los docentes que nunca entregan un sílabo o no tienen reglas claras para evaluar a sus alumnos. Ya en San Marcos, en la UNI o en la Católica al profesor que improvisa, los alumnos le paran el macho y lo aclaran. “Profesor lo que usted nos está explicando ya lo conocemos de modo que prepare bien su clase”. No se piense que en servicios educativos no se aplica el Código del Consumo. Se aplica y de modo terminante cuando no se brinda información veraz, oportuna, completa objetiva y de buena fe sobre las condiciones del servicio así como las condiciones de los costos pactados.

Igual trato corresponde a los servicios de salud y los financieros y otros. Algunas clínicas, para reducir costos, cubren sus cuadros de personal con legiones de practicantes. Otras veces en jerga enrevesada registran servicios que engordan la factura. Sin contar las prácticas negligentes que tampoco están ausentes. Los servicios financieros son también motivo de razón y queja. Se entregan tarjetas de consumo como estampitas y a sola firma. Y no hay que ser ingenuos para no reparar sobre las consecuencias del mal uso de las mismas y las impagables deudas que se generan a partir de la irresponsabilidad.

Un modelo digno de encomiar es el servicio que presta la empresa más conocida por los piuranos y talareños, por su puntualidad y el celo con el que preservan la seguridad de sus pasajeros. Turistas que retornan de Máncora pueden arribar a Piura con puntualidad europea para abordar el avión. En sus buses se movilizan diariamente desde dolidos viajeros pacientes de la seguridad social, estudiantes, trabajadores de las empresas petroleras, amas de casa y docentes. El cumplimiento de los horarios y el orden facilita la comunicación de Piura con Talara y sus distritos. Esta empresa cumple a pesar del progresivo deterioro de una carretera sinuosa en la que una serpiente de cisternas de crudo que diariamente se desplazan a la refinería de Talara destroza con impunidad. Algunos tramos en donde aún queda carretera el asfalto parece, a consecuencia del sobrepeso, un borrador. No es posible que la provincia productora de hidrocarburos tenga una carretera en malas condiciones. Y no hay razón para que cisternas cargadas de crudo paguen una bagatela en los puestos de peaje y sin la posibilidad de permitir la reconstrucción de la maltratada vía.

No sucede lo mismo con otras empresas que se detienen a recoger pasajeros en el camino sin medir las consecuencias. El tema de la seguridad para los usuarios de servicios de transportes es tierra de nadie. Los piuranos son fieles a la tradición gondolera de viajar con hatos y garabatos. Aún no hemos percatado que en otras latitudes un viaje tiene que ser seguro y cómodo. Sin esa fauna de pedigüeños y tragicómicos que pican los bolsillos de los viajeros y otras veces operan como eficiente servicio e los salteadores. A todo ello hay que poner fin. Hay que exigir de una vez por todas, buen trato. No podemos continuar así con este atropello inacabable.

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