domingo, 7 de noviembre de 2010

¿POR QUÉ SALIMOS MAL EN MATEMATICAS?


Por: Miguel Godos Curay

Esta semana que pasó fue de exámenes finales en la UNP. Confieso que es una de las etapas mortificadoramente desagradables e insoportables para cualquier docente decente en la universidad. Durante estos días hay que tener oídos para escuchar los argumentos sin argumento, al que recurren los estudiantes para justificar sus bajos rendimientos e indigencia académica. Si no es la enfermedad de la abuelita, recurren a problemas familiares de toda índole, enfermedades imaginarias y contagiosas justificadas por un irresponsable médico amigo, furtivos embarazos y hasta imperdibles oportunidades laborales que no nos permite estudiar.

Existe en la universidad una subdesarrollada gabela perniciosa llamada el examen “sustitutorio” o “suplicatorio”, que permite a estudiantes negligentes y a vagos redomados, tener una evaluación salvavidas. Finalmente a rastras y sin decoro, estudiantes de la hora undécima, aprueben cursos para mantenerse a flote en esa vacación permanente que para muchos es la universidad. Otros recurren al vínculo familiar con el que pretenden aceitar y lucrar un trato preferente. Otros utilizan una matemática absurda que permite esos conejos salidos de la manga que convierten un 10.45 o un 10.50 en un “once” aprobatorio. El once es la cuerda floja. La mediocridad piadosa disfrazada de aprobación.

En la matemática financiera un redondeo de estos que se aplican con facilidad y sin reparos en la universidad podría convertirse a escala en un robo descarado, brutal y descabellado. Nuestro decimal sistema aprobatorio es una heredad colonial. Un piso resbaloso que prolonga esa actitud fresca indefinida que se expresa en esas respuestas a la interrogante: ¿Cómo estás en matemática? “Estoy más o menos”. No es más ni es menos. No estoy ni bien ni mal. La lógica, sin embargo, sólo admite dos posibilidades. O estar bien o estar mal. Ontológicamente nadie puede ser y no ser al mismo tiempo. Mejor dicho nadie puede estar mal y estar bien a la vez.

Sucede que en nuestra mente hemos instalado este espacio indefinido para justificarnos. Ese ámbar del semáforo que no es rojo ni es verde. Una cultura ámbar del que nunca sabe como está y vive sumergido en una mística “ojalatera” de posibilidades especulando neciamente en el “ojala me saque la tinka”, “ojala apruebe”, “ojala me vaya bien” sin dirigir la voluntad a un esfuerzo humano con claros propósitos e ilusiones por ser mejor.

Existe una severa traba del aprendizaje llamada la “discalculalia” que no es otra cosa que la dificultad para el aprendizaje de las matemáticas, el equivalente a la dislexia pero con los números. Quien la padece, por ejemplo, no puede completar problemas numéricos, es incapaz de dar la hora, administrar dinero a la hora de ir de compras, hacer presupuestos. En la vida práctica, quienes la padecen, pierden la noción del tiempo con inaudita irresponsabilidad de su vida y sus actos. Entre los mayormente afectados por la discalculalia están los ludópatas, los incapaces de realizar economías y ahorros, los que pulverizan presupuestos en menos de lo que canta un gallo y los que compulsivamente gastan y se endeudan sin medir las consecuencias. Ese aparente bienestar de hoy se torna en la angustia de mañana a consecuencia de las deudas inmanejables.

Habría que imaginar a un alcalde o presidente regional tocado por la “discalculalia” con una incapacidad absoluta para manejar responsablemente los dineros públicos, ofreciendo lo que no puede dar o dando un uso impropio a los recursos públicos. Hay una discalculalia corrupta y medradora que es el soporte de las coimas y de esa desembozada forma de ir perforando presupuestos como si se tratara de un acto normal cuando en realidad se trata de una actitud criminal disfrazada de honestidad.

Cualquier persona con cinco dedos de frente sabe que sus acciones permiten valorar su talante moral. La moral no es un adorno sino un atributo de conducta impecable en los ámbitos público y privado. No es posible que una persona sea intachable públicamente y en su esfera humana íntima y personal sea una indigente de valores. Hay una moral cosmética y postiza de los malhechores del bien. De los que ejercitan la caridad y el altruismo para tranquilizar su conciencia o para las páginas sociales de los diarios. La densidad moral de una persona es como la luz del candil que ilumina el espacio que ocupa. La luz se asocia con la transparencia, la limpieza en cada uno de sus actos. En los pequeños pero también en los que entrañan grandes decisiones. Es distinta la moral de la moralina como es distinto el oro de la hojalata.

El inmoral sabe y tiene conciencia que transgrede el orden moral. El amoral vive al margen de la moral porque no se ha dado cuenta que está en los linderos de la moralidad y no se ha dado cuenta ni le interesa saberlo. Lo seres humanos no sólo aprendemos a razonar y a emplear los números para mensurar y dar sentido a nuestro vida. Los números no sólo expresan nuestros caminos lógicos para el raciocinio también provocan emociones y actitudes. Existe en nuestros estudiantes, pánico frente a los números. No es casual que entre los infortunados que huyen del cálculo existe una verdadera legión de impuntuales y poco ahorrativos. No es casual que entre los que pierden el tiempo sin límites haya adictos al juego por encima de sus posibilidades racionales de asumirse a sí mismos como personas.

En cambio, quienes valoran el tiempo dedicado al trabajo, al estudio al compartir familiar. Cimientan su responsabilidad, valoran el dinero que tienen en los bolsillos y cuánto cuesta producirlo. Son capaces en cualquier momento de la vida detenerse para medir el camino recorrido y sentir los saltos de progreso que le ha brindado la vida. En apariencia números y palabras van por caminos diferentes. En realidad existe una relación muy próxima que permite que seamos dueños de sí mismos. Hace algunos días científicos de la Universidad de Oxford realizaron una experimento científico en el que administrando imperceptibles estímulos eléctricos al lóbulo parietal del cerebro de un grupo de voluntarios les ayudaba a resolver problemas numéricos. La experiencia ha permitido concluir a neurocientíficos en que hay muchas posibilidades para enfrentar la discalculalia. Sin embargo, lo que no han anticipado, los hombres de ciencia, es el haber encontrado un eficiente antídoto contra la irrefrenable voracidad de los corruptos.

No hay comentarios: