lunes, 26 de noviembre de 2007

PANCHO MARAMBIO SE VINO A PIURA


Por: Miguel Godos Curay

“Las obras Infames de Pancho Marambio” es el título de la última novela de Alfredo Bryce. En ella refiere las desventuras del abogado Bienvenido Salvador Buenaventura, quien huyendo de la maldición de ver a sus hermanos consumidos por el alcoholismo decidió marcharse al viejo continente. Pancho se instaló en Barcelona en donde tenía muy buenos clientes con importantes inversiones en el Perú y divertidos amigos entre los que se contaba la alhajita de Pancho Marambio. Un adicto al tinte para ocultar las canas y los años. Una verdadera enciclopedia humana de lo que no se debe hacer ni parecer.

Comprado el departamento para su catalana estancia Bienvenido cometió el error, por aquello, “de que preferible es malo conocido que bueno por conocer”, en contratar al “arquitecto” Marambio y adelantarle dinero para las obras de restauración del piso recién comprado las que resultaron una catástrofe y estafa perfecta. Los títulos profesionales de Marambio en arquitectura eran tan falsos como su negra cabellera. Bienvenido a consecuencia de la patética infamia bebió alcohol hasta acabar en una clínica de desintoxicación deplorando la insensata decisión de abandonar su ordenada y calculada vida limeña.

Entre la infamia perpetrada por Marambio y la estafa consumada de muchos contratistas, constructoras y funcionarios de los gobiernos regionales y municipios hay la misma distancia. Bastaría sólo recorrer las diversas obras públicas ejecutadas en la ciudad para encontrar insalvables deficiencias y sobre valoraciones, diseños vergonzosos como la escalera de la pinacoteca municipal y otros amarres producto del cohecho propio y esa concesión recíproca de yo te doy y tú me dejas robar. La telaraña del nepotismo político y perversamente amistoso, el desvío de fondos y materiales de construcción de obras públicas a los feudos familiares es realmente incontrolable. ¡Somos tan ciegos que no alcanzamos a ver los elefantes africanos del desbalance patrimonial de nuestros visibles funcionarios públicos!.

De esta corruptela mafiosa no escapan ni las propias asociaciones de padres de familia, en donde las directivas enquistadas hacen y deshacen con documentos adulterados y robos descarados de los fondos que aportan los padres de familia. Por eso las directivas de las Apafas se asustan cuando tienen que rendir cuentas y temen a la fiscalización como al agua caliente las cucarachas. No hay institución pública o privada, en donde se maneja dinero fresco, en la que no sean visibles la repartija y los uñas largas. El inflar gastos es el ritmo de moda en todas las dependencias públicas. No hay municipio en el que no se hurte combustible, papel y lapiceras y hasta goma de borrar. No hay bien público el que por dignidad permanezca indemne a este afán de rapiña descomunal y desproporcionado. No hay tarro de leche de los programas sociales que no vaya a parar al mercado. No hay cebiche de cumpleaños para el jefecito que no toque los dineros del Estado y eso está muy mal.

Lo mismo sucede hasta con las instituciones deportivas en donde los malhechores del bien, con rostro de dirigentes altruistas que cuidan sus bolsillos, acaban solicitando a los municipios dinero para hacer carne sus promesas electoreras. ¿Por qué no con la suya sin malversar lo que a muchos pobres hace falta?. Esa banalidad grosera que añade más agua que leche a los niños pobres en la navidad. Ese afán de notoriedad que aparece todos los diciembres para tranquilizar la conciencia y justificar los pecados de todo el año no tiene cuando acabar.

Estos males socavan familias, instituciones, municipios, ministerios y en una cascada interminable tocan las decisiones del propio Estado. El único remedio efectivo, como el vermífugo para los gusanos, es la vigilancia ciudadana. La ciudadanía activa de quienes con capacidad de indignación no se callan cuando estos latrocinios, grandes o pequeños, se producen. Se trata de una ética sustentada por la dignidad y el decoro. Ese respeto a sí mismo que a menudo se pierde pero que tanta falta nos hace.

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