Una página que reune los artículos periodísticos de Miguel Godos Curay. Siempre con una lectura polémica, fresca y deslumbrante de la realidad.
martes, 20 de noviembre de 2007
LA ESTUPIDEZ Y LAS MARIPOSAS TRAICIONERAS
Por: Miguel Godos Curay
John Locke, escribió en 1689 su estudio: “Ensayo sobre el entendimiento humano”. En este polémico enfoque sostenía que estudiar el entendimiento humano es entretenido y útil. Lo complicado se asoma cuando uno descubre que pensar sobre el pensar es un menester harto difícil y complicado. Observarse a uno mismo es una práctica que requiere una sinceridad desgarradora. Pocos realmente, por ejemplo, tratamos de penetrar en las causas de la estupidez que a veces aflora en las tonterías que pronunciamos o en aquellos actos humanos de los que somos protagonistas principales o testigos de excepción.
La estupidez abunda en la forma torpe como se pierde tiempo en muchos municipios postergando las decisiones del progreso y el mejoramiento ciudadano pero sin menoscabo del cobro puntual de la dieta. Nadie renuncia a la dieta ni a la teta. También se enquista ahí en donde los asesores se comportan como las mariposas traicioneras de Maná: “Vuelan y se posan van de boca en boca / fácil y ligeras de quienes las provocan”. Con esa vocación pública de ratones felices en la ratonera realmente hay una explicación clara de por qué, según la sinceridad peruana y piurana “estamos hasta las huevas”. Poblados de promesas incumplidas, hartos hasta la saciedad de latrocinios, nepotismos, negligencias, abusos y cuentistas.
¿Y la estupidez de dónde viene? La vida nos enseña que uno de los acontecimientos más sublimes es el momento en que una criatura insignificante, gracias a su inteligencia, se convierte en un niño capaz de expresarse con propiedad y corrección gramatical. La actitud estúpida se opone a la actitud inteligente. En 1645, Lord Herbert Cherbury, postulaba que al momento de nacer había en nuestra mente elementales nociones morales de tal manera que es posible que a temprana edad nos demos perfecta cuenta de las consecuencias de nuestras acciones. El estúpido tiene atrofiada esta capacidad de distinción.
Por eso es fácil explicar la lógica pervertida del malvado que se regocija en el hacer el mal al otro. No sucede lo mismo con el estúpido que teniendo talante inteligente actúa con irracionalidad supina. Si en efecto, el inteligente sabe que es inteligente, el malo sabe que es malo, el candido reconoce los contornos de su candidez sin remordimientos. En cambio el estúpido no sabe que es estúpido. Hay quienes también confunden la estupidez con la candidez y son radicalmente diferentes. La primera es venial la segunda pecado capital.
El estúpido ignorante es sumamente peligroso porque, con aparente buena fe, actúa con pasmosa naturalidad por los linderos de la inmoralidad. Los estúpidos abundan en las sociedades decadentes y se apoltronan en las burocracias corruptas favorecidos por su lealtad de puta al partido y al cohecho propio. El colmo resulta que se asocien y crezcan porque a consecuencia de la coima y el robo forman una comunidad de favorecidos con opulencia visible. Una mezcla peligrosa y explosiva es la de los estúpidos y malvados los que en el manejo de la cosa pública se convierten en gatos despenseros favorecidos por la impunidad de los que callan y otorgan.
La incuria y la pobreza de una sociedad pueden encontrar una formidable explicación de sociólogos y economistas. Pocas veces acudimos a los esquemas mentales y actitudes aprendidas durante la niñez. A la falta de ejemplos dignos de ser imitados en nuestra sociedad construimos paradigmas inalcanzables y no es así. Vivimos valorando la hipocresía antes que la ternura humana autentica. Vivimos deformando la autoestima con una incapacidad enorme para decir “sí” o “no” cuando las circunstancias lo exijan. No valoramos el ser creativos porque la improductividad y la estupidez son esas legañas que nos impiden ser felices. Somos como ciegos ante el espejo. Unos ven pero no hablan, otros hablan pero no ven. ¿Les parece poco?
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