Por: Miguel Godos Curay
Mi
padre fue un obrero paiteño lo que no le
impidió empujar a su prole hacia lo grande. No conoció fatigas y en las épocas
de desempleo cultivó siete oficios. Una de sus extraordinarias virtudes
era su insobornable lealtad a sus
perros. En eso le hemos heredado todos. Un perro, chusco o de raza, es un amigo
leal siempre. El inventó los funerales caninos antes que se convirtieran en producto publicitario.
Otras ocasiones, nos dejaba estupefactos con sus relatos. Historias
interminables sobre el pasado de Paita. No le rehuía a la cocina, a las cachemas
y carne aliñada, a los bollos (tamales
de pescado) y a la especería aromática para mejorar el sabor de la carne
de ballena. Realmente era una delicia en tiempos de carestía y de vacas flacas.
Así con sabor conjuró el hambre.
Cuando
ingresé a la universidad no tuvo reparos y junto a mamá fuimos a la librería en
donde premió, mi logro, con la Historia General de América de Luis Alberto
Sánchez. Años más tarde, en diálogo con LAS advirtió mi regusto por la historia
y la estatura humana de este hombre ameno, conversador, generoso y sobretodo
profundamente humano. El me enseñó esa
sentencia prodigiosa para quien quiera dragonear con garra en el periodismo.
“No te sientas grande con los pequeños y desvalidos ni pequeño ante los grandes
y arrogantes”. Antes que irrumpiera
Toffler con las tres olas. Predicaba a
viva voz ese apotegma plenamente
vigente que sostiene: “Las personas
no valen por lo que tienen sino
por lo que saben”. Papá, sin leer a Toffler, sintetizó la tercera ola.
Otras
veces, al retornar de sus fatigas muy temprano dejaba junto a mi cama, periódicos
y los libros de Peisa puntualmente cada semana. Cuando le dijeron que era un
sublimado lector de historietas en los kioskos . No se arredró en decirme, contra la opinión sentenciosa
de los deslenguados, que nadie se ha
muerto por leer. La lectura abre la mente, quien lee se asoma a mundos inexplorados
por la imaginación, quien lee bien habla bien. Y así crecí con la confianza en
los libros heredados de segunda mano. Los libros no penan en el rincón contra la opinión de los crédulos y supersticiosos.
Alentó en cuanto pudo mi curiosidad por
el mundo. El diccionario, la lupa, los binoculares, el reloj de cuerda y la
incipiente fotografía fueron sus incondicionales estímulos para la
adolescencia.
Nunca
fue mezquino con el dinero, que no sobraba, ni con un buen cebiche, el
atamalado de toyo en el Muelle Fiscal. Son prendas inestimables de su
azarosa vida la costumbre gentil de llevar siempre dos pañuelos uno para
limpiarse los ojos y el otro para el aseo de las comisuras de los labios.
Prendas interiores, sólo de algodón, pantalones frescos de drill beige y
camisas blancas almidonadas. Nunca
permitió que mi madre lave su ropa, era su tarea sabatina al rayar el día. Su único defecto, si así puede
llamarse falla de origen, era el afecto
por el oler bien. Las colonias eran de uso diario después de afeitarse con agua
tibia.
Cuando
me fui de casa para abrirme camino, realmente fueron muy estimulantes sus
palabras sobre el profundo sentido de la familia unida. Aquella ocasión abordó
el tema de la gratitud frente a su mayor enemiga, la soberbia. Su motivo de
alegría siempre fueron sus nietos con los que intimaba a punta de antojos
deliciosos. Sus bolsones de caramelos eran apreciados al igual que su reparto
de propinas hasta quedarse sin ningún
cobre. Este rito humano le provocaba indecible alegría y enormes
satisfacciones.
Cada
vez que leo y pienso lo recuerdo. Lo he
sentido hablar al oído en la memoria. Monologando con sus perros. Algunos de
ellos tratados con proverbial cariño. A
los que lo acompañaban en su guardianía, al filo de la madrugada, les daba una
taza de café con leche y pan caliente comprado
en la misma panadería. Alguna vez sus eventuales amigos le pedían prestada la
venturosa tacita de loza y el repetía
que no la podía prestar porque tenía dueño. Era la taza de Rusty, su perro
favorito, compartida solamente a fuerza de muchas insistencias. Otra ocasión,
recibió algunas latas de alimento importado para canes las que conservaba en
su casillero del trabajo. A fuerza de
persistencia, en cierta ocasión entregó algunas de estas raciones de alimento
canino a sus amigos. Pero se quedó sin
aliento cuando comprobó que los beneficiarios del canino potaje. Lo habían
aderezado con cebolla y ají para celebrar
un onomástico.
Así
era mi padre, vitalidad a manos llenas. Sereno y contemplativo en otras. Su
mayor herencia fue la educación de la
tribu. Los detalles, los desprendimientos de lo que él más apreciaba. Una pluma
fina, un paquete de tabaco aromático, un libro recién comprado. Me place el
compartirlo porque en el día del padre este memorial es un homenaje para todos
los papás. Su estatura humana es enorme y nos nutre todos los días. No fue un Superman
pero lo supera con creces. Fue humano y ser humano importa perfecciones pero
también defectos. No lo eximo. Fue mi padre por sobre todas las cosas y lo
admiro como el churre que fui al contemplarlo
porque su grandeza sigue siendo inconmensurable.
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