sábado, 21 de enero de 2012

EL OCTAVO CÍRCULO DEL INFIERNO



Por: Miguel Godos Curay

Hace algunos días alumnos de comunicación social de una flamante universidad privada me dieron cuenta pormenorizada de cómo uno de sus improvisados profesores había dedicado toda una hora de clase a hacer de mi vida y trayectoria un puré de denuestos y descalificarme de tal modo que no quede en pie nada de lo que escribo y pienso. Por supuesto, que sus alumnos que no tienen pelo de ingenuos le enmendaron la plana y el patán de ojos desorbitados no le quedó más remedio que tragarse su veneno. Esta técnica, propia de los cobardes, no es un invento reciente es la alfalfa de la que se nutren los ineptos y el puro estilo de esas recorridas choclonas porno empecinadas en mostrar sus miserias en público. Este estilo infame no se condice con la decencia. Y aunque la mona se vista de seda como dice el refrán mona se queda.

Los alumnos de tal sapo no se han quedado con el veneno en los labios y me han pedido una hora de clase en la que siquiera se pueda intercambiar ideas y compartir conocimiento. La ética no es un fustán de la conciencia ni es una declaración bien intencionada. Y no se es ético por tener carnet. En principio la ética es coherencia de vida y consecuencia con la verdad. Y la verdad en la precisa definición de Tomás de Aquino es correspondencia con la realidad. La verdad es la realidad. Y la correspondencia de la mente con las cosas es la verdad.

Los atropellos a la verdad son: la suspicacia, el juicio malévolo y mal intencionado. No es verdad la intimidación del que siembra miedo blandiendo su dedo acusador. Otros atropellos contra la verdad son la contumacia, la persistencia en el error del que siempre se equivoca por el mismo motivo y circunstancia. La tergiversación, la interpretación torcida de las cosas. El engaño que empieza como una mentirilla piadosa y se convierte una corrosiva bola de nieve. Otros son la injuria que es la gratuita lesión a la fama y al honor. Y finalmente el perjurio, el falso juramento de los que prometen para la fotografía. Pero hacen de su vida una permanente farsa. Hay mentirosos consuetudinarios que juran y recuran cumplir cargos, ofrecen el oro y el moro. Al final se reciclan con nuevas mentiras de mayor calibre.

La mentira es el ejercicio de los farsantes pero también de quienes se refocilan con la honra ajena. Una especie de Iscariotes que después de haberse traicionado a sí mismo. Traicionan la lealtad de quienes les depositan su confianza. Por supuesto, desconocen la madurez humana y la felicidad. El gusanillo de la envidia, esa señora que muerde sin comer, les consume el alma. No hay peor retortijón para el envidioso que el éxito ajeno. Por eso se empecinan en ese ejercicio de viejas chismosas el de ir repitiendo hasta la saciedad la orfandad que les consume. El mejor antídoto para estas bestias pardas es el olvido sin recuerdo porque su huella no será nunca perdurable. A los innombrables es preciso castigarlos en las mazmorras del silencio.

El territorio de los mentirosos y los fraudulentos, es el octavo círculo del infierno, según Dante, desde ahí corrompen e infestan el mundo. Junto a ellos están en un mismo estercolero, los aduladores y las putas. El adulador adultera la comunicación humana auténtica. Siembra la falsedad y se nutre de ella. ¡Claro está!

(Grabado:Dante Alighieri)

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