domingo, 18 de septiembre de 2011

COMO HACE 49 AÑOS


Por: Miguel Godos Curay

En los pasillos de Correo escuchamos muchas veces hablar de Luis Banchero Rossi el fundador de Correo. De su emoción a flor de piel al encontrar acurrucados en el suelo a los canillitas esperando su hato de periódicos para vocearlos en las calles de Piura. Lucho, impresionado por este gesto humano dispuso inmediatamente leche caliente con avena y pan con mantequilla para estos atletas callejeros de la pobreza.

El profesor Jorge Phillips Lazarte demostró, poco después, que estos niños tenían un envidiable perímetro de tórax pues diariamente, palo al hombro y ganchos de alambrón, cargaban latas de agua para sus hogares. El jugar fútbol descalzos en la arena los hizo fuertes. Los 49 años de Correo resumen ausencias y presencias entrañables como aquel día en que con unción y lágrimas en los ojos dimos el último adiós a la vieja rotoplana para dar paso al offset. Un periódico es objeto, pero es letra. Es letra, pero es esencialmente palabra. El periodismo necesita de apasionamiento por lo que se hace y por lo que se dice en insobornable adhesión a la verdad.

El estilo de Correo fue señalado por Raúl Villarán. Notas breves con titulares atractivos y un estilo ágil para dar cuenta de los acontecimientos. El tabloide es un formato apropiado para combinar fotos y textos. Ni muy cortos como para que el lector se quede con la miel en los labios. Ni tan denso que esfume el interés de los lectores. Las fotos deben ser necesariamente noticias que hablan. Las fotos posadas, decían los expertos, son adecuadas para ilustrar obituarios. El detalle está en escribir como recomendaba Joseph Pulitzer: Breve para que te lean y bien para que no te olviden.

Muchos recuerdos se deslizan en estas líneas de gratitud a esos periodistas que desfilaron por su redacción y a los hombres de talleres. Muchos de ellos alimentaron esa vocación por el periodismo sólo vista en las historietas. Ahí se combinaban la intuición y el coraje para con lógica detectivesca desanudar el rompecabezas de un caso policial. El escribir de tal modo que la curiosidad del lector se mantenga viva. Y finalmente añadir esa porción de héroe que tiene el periodista aliado de la verdad y que no se arredra ante el poder de los interesadamente perversos. Alguna vez escuché decir: “No te olvides nunca que Dios está del lado de los débiles”. Y así empezaba el día. Con su porción de bohemia y el seductor encanto de conquistar una primera plana.

Este periodista medio quijote e interprete de los sentimientos colectivos podía emocionarse con una tragedia humana y deslizar algunas lágrimas al escribir su testimonio. Y escuchar las palabras de su reportero: “Estas llorando pedazo de rosquete” Y la respuesta en la punta de la lengua: “Es el sudor salado que me cae a los ojos” No era el sudor de la jornada era la emoción indecible. Y el periodista recorría diariamente los concurridos territorios de su popularidad: El mercado, la Plaza de Armas, los hospitales, los reclusorios y ahí en donde su valentía era capaz de denunciar una injusticia.

Siempre me pregunté porque los periodistas nunca dejan de serlo ni cuando se jubilan. La respuesta es sencilla. Son criaturas que sienten cada día la agonía de la noticia. Y la viven con ardor. Son seres humanos que necesitan expresar su palabra y oír a aquellos a los que nadie quiere escuchar. Su peor tragedia es quedarse solos entonces se sienten como el pez fuera del agua. Y sólo recobran su extraordinaria vitalidad entre las multitudes y el ruido de la calle. Así viven hasta que se les ocurre decir estas palabras premonitorias: “Parece que voy a ser noticia”. Entonces cierran los ojos. Y el mundo sigue andando como en el tango. Mi gratitud a los ausentes y mi mejor recuerdo a los presentes.

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