Una página que reune los artículos periodísticos de Miguel Godos Curay. Siempre con una lectura polémica, fresca y deslumbrante de la realidad.
domingo, 6 de marzo de 2011
SONRISA VERTICAL PALABRA ALADA
Por: Miguel Godos Curay
En el Mercurio Peruano (22.12.1791) aparece un hermoso yaraví titulado “La Viuda” traducido del quechua por Sicramio. La acongojada y aterida escribe en uno de los cuartetos: “Mientras me dure la vida,/ seguiré tu sombra errante,/ aunque a mi amor se opongan/ agua, fuego, tierra y aire”.Todo apunta a una pluma femenina que confronta su amor con el sentido efímero de la existencia. En la literatura peruana hay una extraordinaria presencia de la mujer que no sólo nos remite a Amarilis y su Epístola a Belardo. Sino a muchas poetas poco conocidas pero con una viva expresión en su mensaje.
A Santa Rosa de Lima (1581-1617) que tañía la guitarra y cantaba coplas amorosas a Jesús se le atribuyen estos versos: “¡Oh, Jesús de mi alma,/ que bien pareces/ entre Rosas y Flores/ y Olivos verdes!”. Otro verso dice: “Las doce son dadas,/ mi Amor no viene,/ ¡quién será la dichosa/ que lo entretiene?”. Rosita, de rostro muy bello, pertenece a la legión de los juglares de Dios. Y como celebran los criollos debe animar jaranas interminables en el cielo.
A la inolvidable Angela Ramos (1896-1988) pertenecen estos versos coquetos que nos recuerdan el ébano de nuestro mestizaje: “Mamita, yo quiero un zambo/ con la jeta colorada/como los que hay en Malambo, con candela en la mirada”. O este otro que dice: “Mamita, yo quiero un traje/ ajustao a las caderas/ que se suba y que se baje/ cuando voy por las aceras”. En el territorio de la belleza no existen cánones inmutables. Hoy predominan las dietas y los gimnasios. Naomi Wolf afirma que la tiranía de la delgadez no es sino la obsesión de la obediencia. El opulento piurano es como el árabe y el africano a los que subyuga el sobrepeso. Para que un piurano, grueso y comilón, sucumba a los escaparates necesita de la exhibición de la gordura en todos sus extremos.
La incursión de la mujer en política es buena. Carlota Ramos de Santolaya, fina, sensitiva, delicada y sin estridencias tuvo una descollante presencia en el parlamento, el municipio y en el cenáculo literario. No hay punto de comparación con las coloridas candidatas a las que el Photoshop convierte en lánguidas vampiresas, sin arrugas, cachetes templados y labios encarnados. El embellecimiento virtual llega a tal extremo que entre la realidad y el cartel hay dos rostros irreconocibles. Serafina Quinteras (1902-2004) a colación nos dice: “Pero entre los destellos que mi saber irradia/ hay dos cosas que escapan a mi penetración: “Las cuentas de la plaza que me entrega Leocadia / y el Título Segundo de la Constitución…”
La maternidad es un don excelso. Hay una maternidad biológica patente en el abecedario genético y una maternidad espiritual de la maestra, de la tía, de ese ángel silencioso que en la memoria y el recuerdo es gentil compañía. Maruja Silva Camerón (1931) nos lo recuerda en este poema dedicado a su madre: “Veinticinco horas al día/ me acompaña tu recuerdo,/ porque, para recordarte,/ tiene otro reloj el tiempo./En millones de minutos,/ de un extraño minutero,/dieciocho meses al año/ va junto a mí tu recuerdo”.
Catalina Recavarren de Zizold (1904-1922) es autora de estas tiernas confesiones que resumen la sublime experiencia de la maternidad: “Vi tu carita, sudorosa, anhelante…/Tus venitas azules latían de temor. /sentí tu aliento fresco en mi mano gastada/ y…casi tuve ganas de pedirte…¡perdón! /Hijo: mi pequeñito…Mi carne Mi rebrote,/surtidor de mi sangre…¿qué te puedo decir?/ ¡Derrama los tinteros! ¡Desgarra mis vestidos!/ ¡Estas vivo…Estás sano..y yo te tengo aquí”
Se llamaba Adriana Buendía. No sabemos en que año nació, pero sí que era arequipeña como el sillar. Ella escribió estos versos: (En el Juzgado) “Respetuosa ante Usía, / demando, señor Juez, a este ladrón/ que, sin conciencia y a la luz del día,/ me ha robado en la calle el corazón”. / “Por piedad, señor Juez –yo desvarío, / he perdido, sin duda, la razón-,/ ¡que me devuelva esa ladrón el mío,/ o que en pago me de su corazón!”.
El amor llevó al extravío a Dora Mayer (1869-1959), una alemana de casi dos metros de estatura prendada del filósofo y defensor de la causa indígena Pedro Zulen que medía un metro cuarenta. Lo amó con ribetes tragicómicos. A su muerte no se le permitió concurrir al velatorio. Entonces para socorrer a la madre dejaba billetes bajo la puerta. La digna anciana no usó nunca este dinero que entregó para obras piadosas a pesar de su pobreza. Dora Mayer escribió estas conmovedoras emociones: “Las olas nos sumergen y nos elevan; desaparecemos y reaparecemos, unas veces tú más perfecta y otras veces yo. Sin pensarlo evocas una chispa fosfórica del negro abismo, y al ver ese símbolo te reconozco ¡Alma inmortal, alma elegida!”.
En los tiempos en los que la poesía es reemplazada por la frívolas promesas de la publicidad resplandece como una luciérnaga en la nocturnidad Ester Allison (1918-1922) ella escribe: “No Te acerques a mí, porque Te quemo./ Soy flor de la hoguera transformada en vida,/ y si me tocas sentirás mi herida,/ es amor vivo e abrasar supremo”.Laura Riesco (1940) anota: “Para que me escucharas/enredé tu silencio/ Se hicieron mis palabras/agudas con el viento/ las sombras consteladas/ de todos mis poemas/ se hundieron en tus ojos/ Para que me escucharas…”
Gloria Mendoza Borda (1948) desde el ande nos recuerda con profunda sensibilidad humana el dolor desde el alma femenina: “en Accomarca /muchos años después/ un enjambre de huesos perforados/ bocas abiertas en forma de grito/ lamento de niños/ desde debajo de la tierra/secas hojas/arrastradas por e viento/ nos recuerdan/que Ayacucho/ es una herida abierta”. La confesión indeleble de María Emilia Cornejo lo dice todo: “…porque soy gente y vivo con la gente, y saludo a todos cuando los veo retratados, porque amo y soy amada hasta el imposible, porque juego y río, porque lloro y me apenan todos los niños y los viejos, porque sé que estoy para representar lo mejor posible mi papel de mujer buena, porque odio sin rencores y olvido tiernamente que nunca me quisieron, porque cada día de mi vida me duele en todas mis costillas, porque nazco y muero con la rosa, porque viajo en microbús y me duelen los zapatos, porque pretendo solucionar todos mis problemas, porque soy buena como el mejor pan de Jauja…”. Este homenaje de la palabra oyendo en la noche los latidos de su corazón. (Foto: Carlota Ramos de Santolaya, parlamentaria y paradigma cívico de Piura,poeta fina y sensitiva).
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