domingo, 13 de junio de 2010

MAESTRO CON EL CORAZON Y LA RAZON


Por: Miguel Godos Curay

El viejo Manuel Sabas fue hijo y nieto de lobos de mar. En Paita era todo un personaje en el muelle El Toril. Sabas con la fortaleza de sus brazos movía los remos recubiertos de verde yuyo. No lo arredraban el frío, el mar picado y la bruma del amanecer. Sabas…Sabas..Sabas.. se escuchaba entre los graznidos de las gaviotas al final de la tarde. Y el viejo Sabas con su chalana acudía presuroso transportando a los marineros al muelle.

Sabas, hablaba poco, pero cuando lo hacía asumía un tono sentencioso y con el rostro iluminado de hombre sabelotodo. Según su curiosa concepción del mundo “la mar” era una hembra que cautivaba el corazón de los hombres. Pero no de cualquier hombre sino de los machos “los que en efecto no le tienen miedo ni al diablo”. Por eso, decía, “a la mar le encanta el oro y las piedras finas”. No hay objeto o alhaja de metal precioso que no quede atrapado en sus entrañas por ese sutil magnetismo femenino. Sin embargo, de vez en cuando disfruta devolviendo a las orillas en pleno amanecer y bajamar, alguno de estos objetos. Así es como aparecen entre los caracolitos y los guijarros: zarcillos, medallitas, monedas, aros de boda, esclavinas y objetos tan inimaginablemente curiosos como una dentadura postiza de oro puro con caracteres chinos.

La mar en su aparente serenidad percibe el miedo humano, lo siente y se apodera de la vida de quienes elige. Advertía Sabas. No hay que tenerle miedo. Hay que congraciarse con ella como si fuera una hembrita. Por eso cuando uno se baña calato al amanecer siente primero un frío que hiela los huesos pero después el cuerpo se llena de energía y calor. La mar habla y en la noche se pueden sentir voces. No es el canto de las sirenas. Son voces que salen de las profundidades del mar. De ahí mana la vida, el pez de cada día, el movimiento mismo. La sal que da sabor a la existencia.

Sabas permitía que los curiosos churres que asomaban por El Toril subieran a su chalana. Ahí se arremolinaban para escuchar sus historias. Sus proezas en la captura de las tintoreras y peces espada con puntería de arpón. Destrezas para amarrar anzuelos y trenzar nudos. Historias de aparecidos. La ubicación de los bogas para conducir una embarcación a buen puerto. Entonces a viva voz repetía.”Ojo al pito….mano al breque”. Y los muchachos con unción cogiendo los remos empezaban a remar a la voz 1 y 2, 1 y 2. El más pequeño conducía la caña del timón. Y el bote se deslizaba por el mar de Paita. El viejo Sabas nos enseñó a comprender el mundo. A orientarnos mirando las estrellas. A sentirnos hombres de mar. A ser fuertes. A no quejarnos. A comer pescado crudo. A soportar el sol. A mirar el horizonte. A seguir la dirección del viento. A no desesperarnos cuando el bote se iba al garete. A nadar a brazo limpio, a bucear, a sacar cangrejos y a neutralizar una picadura de raya con limón y ají.

Sabas, permitía que sus pequeños bogas aprendieran a valerse por sí mismos. Muchas veces cundía el pánico en el bote que se aleja de la playa. Entonces repetía su lección y distribuía el peso de sus tripulantes, dos en cada remo, uno en el timón y un solo esfuerzo. El bote marchaba cortando el agua. En todo trabajo el mejor esfuerzo surge del acuerdo. El bote avanza cuando todos reman en la misma dirección. Lo propio sucede con la sociedad, con la familia, con la escuela y con las instituciones. Cuando cada uno rema en su propia dirección la embarcación zozobra por el desentendimiento.

Sabas tenía los atributos de un buen maestro. Lo que decía lo expresaba con certeza y convicción. De su personal modo de decir las cosas se aprendía y se podía aplicar el conocimiento. Como sostiene el estudio sobre los maestros más valorados de la Universidad del Pacífico un buen maestro no es necesario que sea un magíster, doctor o Premio Nobel o que tenga todos los títulos del mundo sino que sus conocimientos ayuden a la formación de sus alumnos y puedan ser aplicados en la vida futura. El conocimiento útil señala derroteros de vida. El inútil es como el papel higiénico.
Un buen maestro –refiere el estudio- brinda confianza, respeto y cordialidad a su estudiantes y no se ensaña con ellos. La experiencia revela que la mayor parte de profesores que desaprueban más son los que menos enseñan actitudinalmente y en muchos casos podrían ser reemplazados por libros de texto. El buen maestro enseña a pensar y este propósito se logra en un clima de confianza y respeto. Tras un buen maestro hay siempre la impronta de otro buen maestro que le antecedió y que estuvo presente en su vida o en su escuela.

El buen maestro conecta la razón con el corazón. Y en el acto humano de compartir conocimiento con pasión abre de par en par las puertas de su corazón y de su razón. No agradan a los estudiantes las últimas chupadas del mango, las presunciones y las comparaciones odiosas. Las intolerancias y la inflexibilidad. Pues no hay nada más detestable que el aprender inconexamente lo que nunca se va a aplicar en la vida. Un buen maestro es vocación y convicción.

Emile Durkheim dice que la autoridad moral del maestro proviene del “ardor de sus convicciones, de la fe que tenga, no solo en la verdad abstracta de las ideas que exprese”. La autoridad moral se nutre de la conciencia de su función y trascendencia que finalmente lo eleva por encima de los demás. ¿Qué tienen Sabas y Durkheim en común? Un pescador de Paita que ha marcado con la tinta indeleble de su experiencia humana la vida de quienes lo contemplaron a bordo de su prodigiosa nave y un hombre de ideas que nos recuerda que lo esencial es enseñar con inextinguible pasión.

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