viernes, 18 de junio de 2010

LAS INTERMITENCIAS DE SARAMAGO






Por: Miguel Godos Curay

En realidad su nombre era Miguel José de Sousa (Portugal 1922-Las Palmas-España 2010). El Saramago le viene del apodo con el que era conocida su familia. El “saramago” es una planta herbácea común en la Europa lusitana abundante en el fogón de los pobres. Si hay algo que define a Saramago es su ínsita rebeldía. “Soy un hombre que mantiene intacta la capacidad de indignación”. Comunista hasta el tuétano amigo personal de Fidel Castro y defensor de la causa Zapatista. Saramago advirtió que: “Todos los años exterminamos comunidades indígenas, millares de hectáreas de bosques e incluso innumerables palabras de nuestros idiomas. Cada minuto extinguimos una especie de pájaros y alguien en algún lugar recóndito contempla por última vez en la Tierra una determinada flor. Konrad Lorenz no se equivocó al decir que: somos el eslabón perdido entre el mono y el ser humano. Eso somos, una especie que gira sin hallar su horizonte, un proyecto inconcluso”. Por eso se le consideraba un campanazo moral del mundo.

El Nobel de Literatura le fue otorgado en 1998 por su capacidad asombrosa de «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía». “No tengo bilis” repetía siempre. Y respecto a su abrumador éxito literario puntualizó: “No existe ninguna envidia sana. Quien habla de envidia sana presupone que existe una envidia insana. Y yo no lo acepto. La envidia es envidia siempre.” Alguna vez le preguntaron que epitafio debería colocarse sobre su tumba. Saramago respondió: “Mire, si yo pudiera redactar mi propio epitafio diría "Aquí yace, indignado, fulanito de tal". La indignación es, digamos, mi estado habitual. Supongo que en el caso del epitafio, a la indignación natural se sumaría otra: la de no estar vivo”.

En el 2007 creó la Fundación Saramago consagrada a la defensa de los Derechos Humanos, además la ecología y el medio ambiente. En una de sus últimas entrevistas señaló: “Se ha hablado bastante últimamente del genoma y al parecer lo único que nos distancia en realidad de los animales es nuestra capacidad de esperanza. Hemos producido una cultura de la devastación basada muchas veces en el engaño de la superioridad de las razas, de los dioses, y sustentada por la inhumanidad del poder económico. Siempre me ha parecido increíble que una sociedad tan pragmática como la occidental haya deificado cosas abstractas como ese papel llamado dinero y una cadena de imágenes efímeras. Debemos fortalecer, como tantas veces lo he dicho, la tribu de la sensibilidad... ¿Para qué construir grandes autopistas, transbordadores espaciales, o enormes rascacielos cuando aún no se ha solucionado el problema elemental del hambre?”.

Saramago, desató una encendida polémica cuando publicó: “El Evangelio según Jesucristo”. Una de sus obras postreras fue: “La Intermitencias de la muerte” imaginada en un país cuyo nombre no será mencionado en donde la muerte decide suspender su trabajo letal, la gente deja de morir. La euforia colectiva se desata, pero muy pronto dará paso a la desesperación y al caos debido a que el destino de los humanos será una vejez eterna. Tal es la situación que se buscarán maneras de forzar a la muerte a matar aunque no lo quiera, se corromperán las conciencias en los “acuerdos de caballeros” explícitos o tácitos entre el poder político, las mafias y las familias; los ancianos serán detestados por haberse convertido en estorbos irremovibles hasta el día en que la muerte decida reiniciar su higiene humanitaria. Saramago salta de la perplejidad incombustible a la crisis existencial. La polémica le acompañó siempre. Durante su última visita a Colombia sostuvo que “sí, hay que legalizar la droga, pero primero el pan. Mientras África muere de hambre y de enfermedades que no pueden controlar, no es posible hablar del triunfo del capitalismo. Yo creería en este sistema, cuando todos tengamos alimento”.

En su “Ensayo sobre la Ceguera” alude a la ceguera metafórica en la que vivimos los humanos. Los hombres estamos usando la razón más para destruir que para construir, sentencia. En una sociedad ciega resulta imposible visibilizar los valores, el sentido de la belleza y hasta la propia presencia de Dios. Y aunque se proclamara descreído Saramago. Afirma al revés de Nietzsche que sostiene que todo estaría permitido si Dios no existiese. Y responde, que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel”. El colmo de Saramago es admitir que no podría negar a Dios si no existiese. En su definición "Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”. Desde ayer Saramago es carne de ese inexorable silencio eterno.

No hay comentarios: