domingo, 14 de febrero de 2010

INVENTARIO DE AMOROSAS PASIONES


Por: Miguel Godos Curay

Recordaba el buen don Otto Morales que el médico Juvencio Ospina que recorría los villorrios de Rio Sucio y Caldas (Colombia), encontró en la hospitalidad amatoria no sólo un alivio para su economía de médico rural. Sino que una razón para recorrer semanalmente su pueblerino harem de querendonas trepando por caminos culebreros en su mula. Refieren las malas lenguas que en cierta ocasión una de sus atrevidas zambas le envió el siguiente recado: “Juvencio Ospina manda la plata hoy porque sino lo doy”. Juvencio respondió con exultante chispa: “Mi señora delo hoy que mañana por la plata voy”. Todos los Juvencios siete suelas que recorren el mundo fueron traídos por él. En sus terapias primaba esa inyección de optimismo que los médicos de hoy han perdido. Parecen autómatas, no hablan ni ríen con sus pacientes. No lo miran ni los tocan. Otros no ocultan una desembozada repugnancia. Juvencio Ospina decía que el médico cura con amor. Cura una palabra amable. Una actitud humana abierta sensible y solidaria.

En Paita , mi padre me contaba las proezas de don Pedro Gallup un médico que se batió cara a cara con la peste bubónica en el puerto y recorría los canchones para combatir el mal. El amor humano es como un elixir que revitaliza. Una sonrisa amable hace más portentos que la cara dura que como una muralla bloquea toda comunicación. Dicen que entre los apestados se encontraban el médico samaritano y el cura don Virgilio Santo que administraba los santos oleos. Entre los dos la lucha por la vida resultó una proeza inagotable. El santo cura muchas veces decía:”Este paciente necesita más de la ciencia de don Pedro que de mi absolución”.

Un madre amorosa fue Anita Goulden un dama inglesa que se quedó en Piura para siempre. La Reina Isabel la condecoró como súbdita distinguida. Pero más pudo su amor a los niños con retardo y disminuidos físicos y sensoriales. Todo lo que hizo lo hizo por amor. Ese amor humano que es capaz de darlo todo a cambio de nada. Hay amores que sostienen el universo con su energía enorme.

Alguna vez visitando Trujillo al filo de la madrugada se nos ocurrió visitar la tumba de Haya en el cementerio de Miraflores. Ahí con una devoción conmovedora contemplamos a una vieja desarrapada que mantenía encendida la lámpara y cambiaba las flores resecas. Durante las noches, recubierta con mantas serranas de Otuzco, dormía junto con sus perros “cuidando la tumba del Jefe”. La llamaban “la Paloma” y ella no se ofendía. No sabemos de dónde llegó o si tenía extraviado el seso. Pero amaba con irrefrenable pasión a Haya. El otro día envié correos a algunos amigos trujillanos pidiéndoles alguna noticia de “la Paloma”. Pero nadie me dio razón. Cuando la conocí la imagine como esas santas mujeres que arrobadas contemplaban con desolación la tumba vacía del Señor después de la resurrección en la estampitas de la primera comunión. Sólo el amor provoca enormes extravíos y abismos. Sólo el amor incendia pasiones irrepetibles.

En Piura el amor está ligado a la magia del ensueño. Al rito, a la desolación, al dolor de la ausencia. Un estado de turbación que obnubila la mente de la criatura que ama al extremo que es incapaz de distinguir entre la realidad y el espejismo. Hay amores puros como el de la señorita Nora Pallete de Paita con su educado señor recorriendo las noches insomnes el malecón entre la conversación interminable y la delicadeza de las galletitas de vainilla y las tacitas de té. Amor desaforado por la lectura de la señorita Ventura Artadi que leía con su lamparín de foco amarillento libro tras libro al filo de la madrugada. Emoción tras emoción. Hora tras hora. Y los estibadores que culminaban su jornada la contemplaban con gratitud admirable porque por esta mujer Paita tuvo energía eléctrica y progreso. En Paita ni una calle, ni un rincón lleva su nombre. Fue una mujer que electrificó Paita porque según su lacónico decir la luz eléctrica favorece las luces del entendimiento. El amor es el combustible excelso que anima el universo.

Por él estamos aquí en tiempo de presente y por él nos atamos a la tierra y a las cosas detenidas. Personalmente amo a mis libros como a mis hijos. Pero he descubierto que no los puedo atar a mis deseos para que se abran camino libremente y sigan provocando irrefrenables pasiones. El otro día visite después de muchas lunas la Universidad de Piura y el aire fresco de los algarrobos húmedos por la lluvia me devolvió en la memoria y el corazón esa silenciosa gratitud que provoca el encuentro con la sustancia verde que nutre el amor y esas ganas de hacer siempre bien las cosas. El cielo esta poblado nubes. Camino entre las arboledas de la UNP hoy mi acogedora morada para concurrir al encuentro con los padres de los alumnos de comunicación. Bajo el cielo de Piura, dice el poeta, se esconde el alma entre algarrobos verdes y las ya ausentes arenas blancas, añado yo.
*Dr. Otto Morales Benites, fotografía de Sergio David Acevedo Valencia.

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