sábado, 5 de diciembre de 2009

TRIPITA Y EL SUICIDIO CELULAR


Por: Miguel Godos Curay

Lo llamaban el “payasito del terremoto” y las cámaras de la televisión lo sorprendieron tratando de hacer sonreír a los niños de Pisco entre los escombros. Los niños le decían “Tripita”. Con once familiares muertos, con el dolor por dentro este hombre no tuvo mejor idea que devolver a las criaturas la serenidad perdida derrotando la paralizante angustia a través de la risa. Poco a poco los pequeños, repuesta la ilusión por la vida, aprendieron a desanudar estos tiempos desgarradores y difíciles junto a sus padres. “Tripita” siguió buscando niños entre la desolada desolación de este rincón de la patria gratificado con cataclismos premiado por la improvisación.

En otra ocasión una legión de clowns de Bola Roja, una asociación que une a cien payasos voluntarios de ocho países, se dirigió al Barrio de Belén en Iquitos, en el oriente amazónico para con el colorido de su magia visitar hospitales, asilos y escuelas con el propósito de transformar el entorno a favor de los niños y mejorar las condiciones de vida y de la salud. Según Wendy Ramos, la gestora de la iniciativa, la risa y el juego cumplen una labor sanadora con enormes frutos. Mientras las páginas de los diarios transmiten temor, inseguridad y desconfianza los payasitos solidarios remiendan la salud mental de una población que empieza a ver su futuro positivamente.

Una de las alucinantes experiencias que vivimos en la sierra de Piura, en tiempos en los que luz eléctrica era un caro prodigio, fue el cine. Con un trajinado proyector dotado de bombillos de repuesto y un trotamundos pasa películas se improvisaba el cine en un corralón aldeano. Cada uno de los concurrentes llevaba su silla de casa y se ubicaba en donde mejor pudiera espectar la película. Algunas veces, por inexcusables motivos, los rollos sufrían increíbles mutaciones y la función se transformaba en un ejercicio divertido de lógica para reconstruir cerebralmente el hilo de una historia en donde el final transcurría al comienzo, el comienzo en medio y al final un capítulo de una extraviada secuencia. Culminada la función cada uno de lo espectadores tenía su propia versión del argumento y entendía la historia a su modo. Lo que animaba divertidos debates y conversaciones. Alguna vez pregunté a los cinéfilos de las alturas andinas de Piura si les mortificaba este ejercicio y sonrientes me respondieron que no. El cine es un rompecabezas para inteligentes.

Hace poco recorrí las instalaciones de la Unidad de Diálisis del Hospital Reátegui.
Los pacientes con insuficiencia renal hacen su cola para iniciar su obligado tratamiento de lavado de las impurezas de la sangre porque la función renal se he perdido irremediablemente. Los rostros de los pacientes son desencajadamente conmovedores. Después de una diálisis se necesita palabras de aliento y esperanza. Dosis de ternura humana y solidaridad. Según la confesión de los pacientes finalmente, la diálisis, tres días a la semana, se convierte en una rutina cotidiana. Algunos mientras dura el tratamiento duermen. Otros fingen sueño. En el fondo de su corazón tragan angustia junto a la escasa saliva de sus labios resecos.

Evocando la experiencia de Ica, pensamos que bien haría aquí un clown solidario o un cuenta chistes sechurano cerca a estos pacientes para trocar en alegría este temor humano tan cercano a la ausencia. La misma caricia vital tiene la música, no esa ruidosa estridente y cantinera sino esa música que nos transporta al lago de los cisnes y a emociones profundamente intensas. La música reanima el espíritu y llena de energía a las adoloridas almas. El mismo efecto surte el cine tan propicio en la televisión por cable. Si humanizamos estas tres horas en la que es necesario inocular esperanza y ganas de vivir en estos seres con la vida en un hilo. Tengo la convicción que los efectos serán otros. Una sonrisa es un antídoto perfecto para conjurar amarguras.

Hay un misterio de la biología que es el suicidio de las células. Se trata de una muerte celular programada. Hay células en el cuerpo que una vez cumplida su función se autoeliminan. Esta orden es terminante pues ya no se les necesita. La ciencia denomina a este procedimiento “apoptosis” una palabra de origen griego que significa “desprendimiento de los pétalos de la rosa”. Una ventaja de esta muerte es el desarrollo del organismo. Si por manipulación genética o por deficiencia estas muertes celulares se impiden el resultado no es la vida eterna sino una monstruosidad. Tumores producidos por células enloquecidas que empiezan descontroladamente a multiplicarse. Un antídoto contra esta esquizofrenia biológica es la paz interior, la mesura de la lengua, el respeto, la ternura, la armonía por la armonía misma que es la música y la sonrisa sincera. La sonrisa es expresión de ese gesto que los latinos llamaron “cordialidad” el abrir sin miramientos los cauces del corazón.
*Wendy Ramos, clown gestora de Bola Roja (Foto:El Comercio)

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