domingo, 26 de julio de 2009

¿PUEDE CAMBIAR BURROLANDIA?


Por: Miguel Godos Curay

Burrolandia es un pueblo enclavado en el desierto. Sus pobladores son dicharachacheros y efusivos. Su mayor actividad económica es la agricultura adicta a los subsidios y a los perros muertos. Por eso, muchos burrolandeses, viven recordando el festín del desaparecido Banco Agrario. Burrolandia tiene un bocado apetecible: agua y tierras. Estas se salinizan porque los vecinos de Huerequequelandia siembran en ellas -con gran desperdicio de agua- arroz. La agricultura del monocultivo en Burrolandia languidece. Mientras la prosperidad crece en todos aquellos que han descubierto las bondades de esta región e invierten en ella. Es lo que sucede con los mangueros, cañeros, esparragueros y fruteros. Mientras los burrolandeses empobrecen, los forasteros se enriquecen.

Podríamos hablar de las virtudes y defectos de Burrolandia. Sus hombres y sus mujeres son buenos. Tienen las orejitas largas, los ojos enormes, gris la pelambre. Son mimosas y mimosos. Son creyentes, y a veces, exagerando la nota. Creen, más de la cuenta, en todo lo que les dicen y por eso se aprovechan de su buena fe. Cuando se lo proponen, trabajan con denuedo y se convierten en prósperos empresarios. Cuando no, la frustración los carcome y dan rienda suelta a la envidia del progreso de sus vecinos. Se envidia lo que no se tiene. Otro defecto es su proclividad para la mecida. Mecen a Dios todos los días y han convertido en juego de tontos la palabra empeñada. Por eso viven entre eufemismos como los que dicen “estaré ahí sin falta”, “voy a hacer todo lo posible por ir”, “nuestro servicio es garantizado”, “mi compromiso es con el pueblo”. El colmo es aquella frase que dice: “Somos una empresa de confianza” cuando cordones de vigilancia nos dicen a simple vista lo contrario.

Los rancios abolengos de Burrolandia no son otra cosa que apellidos con campanillas imaginarias. Las fortunas de ayer son recuerdos de hoy. El dispendio de ayer es la apariencia de hoy. Últimamente los burrolandeses con una displicencia torpe son cada vez menos dueños de sus propias instituciones. No aciertan en la elección de sus gobernantes. Así mientras los pueblos vecinos progresan y crecen. Burrolandia frena su desarrollo. Los burrolandeses sufren en silencio su infortunio pero no son capaces de alzar su rebuzno de reclamo ni de organizarse para el cambio. Los gremios de Burrolandia, tan manoseados por el protagonismo electorero, no conquistan como ayer sus espacios. Nadie, en su sano juicio, les da bola.

Burrolandia no se llamaría Burrolandia sino fuera por la práctica voluntariosa de la siesta. Siestea el grande y siestea el chico. Siestea el pobre pero también el rico. Y quienes no la ejercitan adquieren un hábito extraño llamado sueño de perro que se observa en todas partes. En las sesiones de cabildo, en las clases vespertinas en las universidades. Se trata de una invencible parálisis cerebral. Un sueño profundo con los ojos abiertos. Las mujeres en Burrolandia deliran por un escultural cuerpo y por eso acuden al gimnasio hasta languidecer. Pero poco se logra en Burrolandia con ese habitué al buen comer. Para muchos burrolandeses la mejor gimnasia es el comer.

Últimamente los diarios de Burrolandia anuncian que por fin llegó el progreso. Hoy tiene seis universidades en donde concurren 24 mil almas que estudian profesiones que no son las que se necesita para que su agricultura despegue y se potencie y su producción se active y para que sus recursos se transformen. Burrolandia tiene todas las condiciones para ser un polo de bonanza económica. Tiene recursos agrícolas, pesqueros y mineros. Pero aún en Burrolandia se vive mal.

Burrolandia, si así lo decidiera, podría vivir bien. Todo depende de la calidad de sus decisiones ciudadanas. Como advierte Sartori el reconocer que se vive mal puede dar pie a un realismo descaradamente malo en donde todo va tan mal que desalienta toda posibilidad de que las cosas se enrumben hacia el bien. Frente a este realismo cruel está su antípoda, el idealismo malo. El perfeccionismo inalcanzable. Por eso hay que distinguir entre ideales bien empleados y mal empleados. Los primeros son fuerzas de cambio lo segundos pueden convertirse una logomaquia (discusiones intrascendentes) que distraen pero que no provocan cambios. Asumir la política con realismo es asumirnos con objetividad en lo que somos y en lo que queremos ser en un mañana próximo.

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