lunes, 20 de julio de 2009

DECIR LA VERDAD AUNQUE DUELA


Por: Miguel Godos Curay

Dice el periodista Juan Carlos Tafur que siendo el periodismo un oficio antiguo no puede ser ejercitado como el oficio más antiguo del mundo. Como un meretricio ganancioso que come de la mano del poder económico y político. Sostiene asimismo que debería desaparecer del calendario de fastos el “Día del Periodista” convertido hoy en el día de la mermelada o el día de la cuchipanda del gremio. Un verdadero pisoteo a las normas de la ética pues se oferta la conciencia y la pluma al mejor pagador. Una ocasión infeliz para que pedigüeños profesionales con el pretexto del retórico homenaje se dediquen a medrar sin recato y sin respeto por sí mismo.

Advierte también Tafur que otro yerro común de los periodistas es moverse bajo un sentido erróneo de lo que es la opinión pública. El sucumbir a las sinrazones de la presión de la turbamulta. El no expresar sus puntos de vista con valentía hasta las últimas consecuencias por temor a no contradecir la extraviada opinión colectiva. Cuando un periodista no tiene esa valentía humana para pensar lo que dice y decir lo que piensa se despoja de esa función ineludible de ser lo que debe ser un periodista. Un crítico rabioso de la realidad. Por supuesto, que esta actitud tiene consecuencias inmediatas en la vida personal y requiere de una insobornable valentía moral para llamar a las cosas por su nombre. Y soportar amenazas y condicionamientos de todo calibre.

Muchas veces, por ejemplo, se cree que los periodistas tienen que repetir las peroratas institucionales o tragarse el cuento que les venden quienes movidos por el interés creado muestran la cara bonita de la realidad. Muestran las flores y ocultan los temblores. Otros creen que los periodistas son una legión de lame rabos sin bandera que para asegurar su subsistencia tienen que prostituirse al mejor postor. No es así.

Así con pusilanimidad se van construyendo mitos como los que desalentaron en Tambogrande la minería formal para dar pie a una minería informal que contamina salvajemente las fuentes de agua y permite que el oro del Perú se negocie inconteniblemente en Ecuador. O el viejo mito que perpetúa la pobreza mientras los apologistas del ecologismo viven con todas las comodidades, viajan en avión, comen bien y cobran bien. Los cuentos que nos endosan son inacabables y los mismos son alimentados contradictoriamente por los presuntos conductores del cambio social.

Así, por ejemplo, instructores de docentes de escuelas públicas tienen a sus hijos en colegios privados. Padres descreídos tienen a sus hijos en colegios religiosos. Predicadores de la equidad de género en el fondo son machistas disfrazados. Promotores de la tolerancia son intolerantes radicales. Los extremos pueden llegar a la jocosidad terrible. Hay ambientalistas que decoran su hogar con flores de sintético plástico. Y conversos que no renunciarían a un baño de florecimiento en Las Huaringas.

Podemos seguir enumerando estas contradicciones que no denunciamos por falta de coraje. Maquillamos la ineficiencia pública por no dar paso a la eficiencia privada. Nos negamos a pagar el precio justo de servicios básicos como el agua potable pero pagamos elevados precios de agua embotellada. Huimos del orden, de los mercados ordenados y del peso justo y completo para regocijarnos con productos en apariencia de menor precio, pero con peso incompleto y una sospechosa calidad. Decimos amar la naturaleza lo reclamamos a viva voz pero poco nos importa contaminar nuestro río y no hacer nada para recuperar su torrente mal oliente. Predicamos el bien pero en el fondo actuamos mal. Hablamos de democracia pero justificamos la tiranía aupada en nuestras instituciones.

Del progreso y el desarrollo humano hemos construido un espejismo porque en realidad seguimos viviendo en una aldea insegura y violenta. Teniendo la posibilidad de vivir bien nos encanta vivir mal. Hablamos de ser competitivos pero practicamos un deporte tachonado de derrotas. Somos como la zorra que contempla las uvas y para consolarse de no poder alcanzarlas admite que sus aspiraciones siguen siendo verdes. Verdes porque no maduramos con energía cívica a conformar un frente que simbolice y que representa con legitimidad los intereses de Piura. Lo que se viene posteriormente es una avalancha de oportunistas candidatos verdes, de empresarios verdes, de constructoras verdes, de ciudadanos verdes y de periodistas verdes que no son capaces de denunciar aunque duela esta verdura inmadura con hedor de sepultura.

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