lunes, 4 de mayo de 2009

LA INAGOTABLE SONRISA DE ELIZABETH BEER


Por: Miguel Godos Curay

Fue una mujer institucional. Ese talante humano de quienes sin fatiga y sin tregua entrega su vida a causas nobles y de servicio a los demás. La Cámara Junior, el Club de Leones, el Club Grau, el ICPNA y la Alianza Francesa pueden dar testimonio de este propósito. Elizabeth ha partido en pleno otoño y su sonrisa y don de gentes ya no animarán la vida piurana. Para ella no fueron impedimento la silla de ruedas, las barreras físicas para concurrir con puntualidad a todas las sesiones, coger el teléfono para recordar una cita o dar ánimo el día del cumpleaños. Esa era Elizabeth Beer, siempre alegre y con un extraordinario optimismo de la vida a pesar de todo.

Hace poco la República de Francia reconoció esa sensible preocupación por la cultura con una oportuna condecoración que ella no pudo recibir pero que agradeció a través de Hedi su hermana. Elizabeth no tenía temperamento para los cauces institucionales turbios y proclamaba su verdad con inaudita sinceridad. En una tribu de comedidos regañadientes no tenía porque ser convidada de piedra. A ella sin ser política le preocupaba y le dolía Piura. Mucho le agradaba que escribiera lo que pienso en un territorio donde la sinceridad es destronada por la hipocresía.

Hay quienes piensan que el hacer vida institucional es un peldaño para la exhibición pública y no es así. Hay quienes piensan que la vida se debe coronar con fotos para las páginas sociales y no es así. La vida institucional es parte de ese unirse a los otros no para pasarla bien sino para hacer el bien. Ese era el espíritu de Elizabeth tan piurana y tan acogedora como su padre. Pero ahora tan ausente en cada una de las instituciones con las que se encariñó y forjó. Ella, es bastante probable, que con el mismo ímpetu humano que movió la tierra ahora con denuedo movilice por causas que valen la pena a quienes hoy la acompañan en las dimensiones del cielo.

Desde el punto de vista humano fue una mujer tenaz que se sobrepuso al deterioro de la polio. No fue un espíritu amargado ni frustrado. Fue una prueba permanente de ese amor por la vida y por hacer mejor las cosas. Quienes le recuerden no deben hacerlo con un ápice de tristeza y amargura. No, a Elizabeth no le hubiese agradado ese tono lastimero sino esa sonrisa abierta sonora y expansiva que provoca grandes ganas de vivir.

Elizabet Beer Seminario, hija de Piura, sembradora de sueños. Un hada madrina de proyectos en apariencia ilusos como el de una Piura limpia en la que todos, ricos y pobres amen a su ciudad. El que seamos pobres decía no es una justificación para que no seamos limpios. El que haya que hacer las cosas bien –repetía- no es solamente una obligación humana sino un deber. Quien sabe más tiene el deber ineludible de enseñar al que no sabe. Y sino lo hace allá él porque tendrá que responder a su conciencia.

Otras veces recordaba al inolvidable Kurt Beer, su padre, cuyo sueño maravilloso era el ver a Piura en una ciudad poblada de algarrobos y tamarindos para que se cuelguen en ellos y se diviertan los muchachos imitando al héroe helvético Guillermo Tell. Estas locuras cuerdas están hoy plenamente vigentes en donde alcaldes dados a la cosmética corrupta arrasan con las plazas de armas y todos los espacios verdes.

Elizabeth Beer Seminario, mujer institucional está ausente en los rincones que frecuentó con esas ganas de hacer de Piura una ciudad ávida de cultura y de respeto por sus tradiciones. Hay una ausencia imperceptible y otra como la que dejan los árboles arrancados de cuajo de la tierra. Ausencia de los que parten y no retornan. La ausencia de Elizabeth Beer es sutil como el vuelo de un hada o de una inquieta abeja cuyos labios se posan sobre los pétalos de un botón de rosa. Al fin de cuentas la felicidad de quien sirve a los demás es siempre las más humilde pero la más enorme de las cosas.

1 comentario:

JCI Gladys dijo...

Muchos integrantes de la Cámara Júnior (JCI) de todo el mundo tuvimos el honor y el placer de conocer a Elizabeth Beer. Dicen que “nadie es profeta en su tierra,” pero se ve que ese dicho no se aplica a la gente de Piura, que reconocen el inmenso valor humano de una de sus hijas, una mujer íntegra y valiente: Elizabeth Beer.

Elizabeth Beer inspiró no sólo a los residentes de Piura y del Perú. A través de la Cámara Júnior, ella infundió esperanza, valor y ánimo a miles de jóvenes de todo el mundo. Quienes llegaban a conocer a Elizabeth no podían dejar de sentirse inspirados al ver que ella, desde una silla de ruedas, lograba hacer más, ayudar más a otros y disfrutar más de la vida que muchos seres humanos sin ninguna incapacidad física.

Ella demostraba que el ser humano puede sobrepasar los impedimentos físicos y no sólo llevar una vida plena sino ayudar a otros, ayudar a su pueblo y ayudar al mundo. Que Dios tenga a Elizabeth en su gloria. Ella permanecerá por siempre en el recuerdo de todos los miembros de la Cámara Júnior a quienes ella alentó e inspiró.