Por: Miguel Godos Curay
Advierte Ortega que los hombres más capaces de pensar sobre el amor son los que menos lo han vivido, y los que lo han vivido intensamente suelen ser incapaces de meditar sobre él, de analizar con sutileza el plumaje tornasolado y siempre equívoco de su esencia. Para Ortega el amor: “No es un querer entregarse; es un entregarse sin querer”. Dante creía que el amor mueve el sol y las estrellas. El amor no es igual que el deseo, el deseo se extingue con la satisfacción el amor es un hambre insatisfecho. Sor Juana Inés de la Cruz ve en el una tortura y sufrimiento: “Ese amoroso tormento/ que en mi corazón se ve, / sé que lo siento, y no sé/ la causa porque lo siento.
Piura fue escenario del inextinguible amor de Panchita Otoya Navarrete al presidente José de La Mar. Ella una próspera naviera entre Paita y Costa Rica lo conoció a los 51 años y se prendó de él con una gratitud que no se acabó con la muerte. Muerto La Mar el 11 de octubre de 1830 en el exilio trajo sus restos de Costa Rica a Piura en 1843 y los guardó en su casona de la Calle Real hoy Libertad. Los entregó al Gobierno peruano en 1847 cuando había cesado la tormenta del caudillismo apasionado a inicios de la república.
Panchita casó en Paita cuando era una mocita de quince años con el marino alemán Eduardo Wallerstein. Aunque se separó pronto de su marido este correspondió con generosidad a su hospitalidad entregándole los restos del Mariscal. Panchita sintió una profunda devoción por La Mar y conservó durante mucho tiempo sus condecoraciones, espadas y otras reliquias inestimables. Lo amó en vida y más allá de la muerte. Quienes la conocieron recuerdan que durante las insomnes noches piuranas Panchita tejía y destejía absorta sus recuerdos. Los restos de Panchita Otoya están en un recoveco del Cementerio San Teodoro. Allí los ubiqué después de recorrer el cementerio prometiéndole escribir esta historia. Una loza de mármol en la boca de un nicho olvidado recuerda que murió en Piura la navidad de 1897.
Otra historia perdurable es la de Diego de Almagro un hombre de guerra. Poco antes de ser ejecutado por Hernando Pizarro advirtió que es un hombre viejo “con la cabeza quebrada por los golpes que recibió en la batalla y un ojo menos.” Era rudo y duro de matar. En la antesala de la muerte declara que tiene natural miedo pero reconoce con sinceridad de hombre, que el amor «me ha hecho esclavo de mi esclava». Margarita era una negra hermosa y para la historia la primera mujer no indígena llegada a Chile. Almagro la amaba intensamente. Le acompañaba al frente y en los tiempos duros de sus lágrimas bebía. Tras las cruentas batallas que libró don Diego curaba sus heridas las que cicatrizan milagrosamente con bálsamos de amor. En las noches de crudo invierno brindaba calor humano al trajinado cuerpo lleno de cicatrices del soldado. Almagro se dejaba amar.
Almagro no fue ingrato con Margarita en su testamento el 5 de julio de 1537 dispuso lo siguiente: “Iten digo que por cuanto Margarita, negra mía esclava, por el mucho servicio que me hizo en el camino a Quito y por buena obra por amor de Dios le otorgué libertad en Tangarará con tal que me sirviese toda mi vida y entonces aunque se lo prometí no lo hice ante escribano y después acá me ha servido y me sirve muy bien , quiero y es mi voluntad que después de mis días quede libre y le dan carta en la forma y manera que mejor se pueda dar y ella quisiere, porque yo desde ahora la dejo por libre aunque no le den dicha carta”. Margarita fue fiel en las buenas y en las malas. Refiere la historia no escrita que se llevó los secretos de su señor a la tumba. Y que muerto Almagró lo amortajó con altivo decoro. Juan José Vega, me contó esta apasionante historia de amor de la hueste perulera y cuyos episodios más intensos tuvieron como escenario la fundacional Piura.
Otra historia amorosa evoca el decir de los soldados de Bolívar. Don Simón estaba “encamotado” de Manuelita Sáenz. En el Perú se llama “camotudo” o “camotuda” a quien se encariña fácilmente y demuestra con vehemencia pasión y ternura. Encamotarse es enamorarse. Bolívar la conoció en Quito cuando tenía entonces 25 años y era Caballeresa de la Orden del Sol del Perú. Desde entonces quedó prendado de la Sáenz. Fue un amor que sobrevivió entre pleitos, andanzas, infidelidades batallas y conspiraciones en más de cinco países. La mayor proeza de Manuelita fue salir desnuda, espada en mano, para conjurar a los conspiradores liberales que querían matar a Bolívar en Bogotá. Por eso la llamó “La Libertadora del Libertador”. Manuelita y Bolívar: amores de leones. Luis Alberto Sánchez dixit.
Felipe Cossío del Pomar, a decir de Silva Herzog, era una viva inteligencia y una excepcional sensibilidad pictórica. Lo que no fue una barrera para que se sumergiera en la belleza del arte mestizo cuzqueño para apropiarse del alma indígena. Pintaba de memoria esos ángeles emplumados de los artistas indios y brotaban de su pincel regordetes querubines del renacimiento europeo. Cossío era amigo de Dalí y disfrutaba de la deliciosa comida cubana. Fue en Cuba en donde conoció a Enrique de la Osa director de la revista Bohemia y a Estrella Fons. Una mujer bella y sensible por el arte y la cultura, de la que se enamoró después de recorrer el mundo. En su compañía fue a San Miguel de Allende, en México. Y fue ella la que con profundo dolor envió sus restos y efectos personales a Piura. Felipe descansa en San Teodoro. Su amor fue un encantamiento surgido de la contemplación de la belleza. Muerto Felipe, Estrella no pudo soportar la tristeza y como en los cuentos de hadas cerró sus ojos para abrirlos en el candor inagotable de la eternidad. ¿No es ésta acaso una conmovedora historia de amor?
Advierte Ortega que los hombres más capaces de pensar sobre el amor son los que menos lo han vivido, y los que lo han vivido intensamente suelen ser incapaces de meditar sobre él, de analizar con sutileza el plumaje tornasolado y siempre equívoco de su esencia. Para Ortega el amor: “No es un querer entregarse; es un entregarse sin querer”. Dante creía que el amor mueve el sol y las estrellas. El amor no es igual que el deseo, el deseo se extingue con la satisfacción el amor es un hambre insatisfecho. Sor Juana Inés de la Cruz ve en el una tortura y sufrimiento: “Ese amoroso tormento/ que en mi corazón se ve, / sé que lo siento, y no sé/ la causa porque lo siento.
Piura fue escenario del inextinguible amor de Panchita Otoya Navarrete al presidente José de La Mar. Ella una próspera naviera entre Paita y Costa Rica lo conoció a los 51 años y se prendó de él con una gratitud que no se acabó con la muerte. Muerto La Mar el 11 de octubre de 1830 en el exilio trajo sus restos de Costa Rica a Piura en 1843 y los guardó en su casona de la Calle Real hoy Libertad. Los entregó al Gobierno peruano en 1847 cuando había cesado la tormenta del caudillismo apasionado a inicios de la república.
Panchita casó en Paita cuando era una mocita de quince años con el marino alemán Eduardo Wallerstein. Aunque se separó pronto de su marido este correspondió con generosidad a su hospitalidad entregándole los restos del Mariscal. Panchita sintió una profunda devoción por La Mar y conservó durante mucho tiempo sus condecoraciones, espadas y otras reliquias inestimables. Lo amó en vida y más allá de la muerte. Quienes la conocieron recuerdan que durante las insomnes noches piuranas Panchita tejía y destejía absorta sus recuerdos. Los restos de Panchita Otoya están en un recoveco del Cementerio San Teodoro. Allí los ubiqué después de recorrer el cementerio prometiéndole escribir esta historia. Una loza de mármol en la boca de un nicho olvidado recuerda que murió en Piura la navidad de 1897.
Otra historia perdurable es la de Diego de Almagro un hombre de guerra. Poco antes de ser ejecutado por Hernando Pizarro advirtió que es un hombre viejo “con la cabeza quebrada por los golpes que recibió en la batalla y un ojo menos.” Era rudo y duro de matar. En la antesala de la muerte declara que tiene natural miedo pero reconoce con sinceridad de hombre, que el amor «me ha hecho esclavo de mi esclava». Margarita era una negra hermosa y para la historia la primera mujer no indígena llegada a Chile. Almagro la amaba intensamente. Le acompañaba al frente y en los tiempos duros de sus lágrimas bebía. Tras las cruentas batallas que libró don Diego curaba sus heridas las que cicatrizan milagrosamente con bálsamos de amor. En las noches de crudo invierno brindaba calor humano al trajinado cuerpo lleno de cicatrices del soldado. Almagro se dejaba amar.
Almagro no fue ingrato con Margarita en su testamento el 5 de julio de 1537 dispuso lo siguiente: “Iten digo que por cuanto Margarita, negra mía esclava, por el mucho servicio que me hizo en el camino a Quito y por buena obra por amor de Dios le otorgué libertad en Tangarará con tal que me sirviese toda mi vida y entonces aunque se lo prometí no lo hice ante escribano y después acá me ha servido y me sirve muy bien , quiero y es mi voluntad que después de mis días quede libre y le dan carta en la forma y manera que mejor se pueda dar y ella quisiere, porque yo desde ahora la dejo por libre aunque no le den dicha carta”. Margarita fue fiel en las buenas y en las malas. Refiere la historia no escrita que se llevó los secretos de su señor a la tumba. Y que muerto Almagró lo amortajó con altivo decoro. Juan José Vega, me contó esta apasionante historia de amor de la hueste perulera y cuyos episodios más intensos tuvieron como escenario la fundacional Piura.
Otra historia amorosa evoca el decir de los soldados de Bolívar. Don Simón estaba “encamotado” de Manuelita Sáenz. En el Perú se llama “camotudo” o “camotuda” a quien se encariña fácilmente y demuestra con vehemencia pasión y ternura. Encamotarse es enamorarse. Bolívar la conoció en Quito cuando tenía entonces 25 años y era Caballeresa de la Orden del Sol del Perú. Desde entonces quedó prendado de la Sáenz. Fue un amor que sobrevivió entre pleitos, andanzas, infidelidades batallas y conspiraciones en más de cinco países. La mayor proeza de Manuelita fue salir desnuda, espada en mano, para conjurar a los conspiradores liberales que querían matar a Bolívar en Bogotá. Por eso la llamó “La Libertadora del Libertador”. Manuelita y Bolívar: amores de leones. Luis Alberto Sánchez dixit.
Felipe Cossío del Pomar, a decir de Silva Herzog, era una viva inteligencia y una excepcional sensibilidad pictórica. Lo que no fue una barrera para que se sumergiera en la belleza del arte mestizo cuzqueño para apropiarse del alma indígena. Pintaba de memoria esos ángeles emplumados de los artistas indios y brotaban de su pincel regordetes querubines del renacimiento europeo. Cossío era amigo de Dalí y disfrutaba de la deliciosa comida cubana. Fue en Cuba en donde conoció a Enrique de la Osa director de la revista Bohemia y a Estrella Fons. Una mujer bella y sensible por el arte y la cultura, de la que se enamoró después de recorrer el mundo. En su compañía fue a San Miguel de Allende, en México. Y fue ella la que con profundo dolor envió sus restos y efectos personales a Piura. Felipe descansa en San Teodoro. Su amor fue un encantamiento surgido de la contemplación de la belleza. Muerto Felipe, Estrella no pudo soportar la tristeza y como en los cuentos de hadas cerró sus ojos para abrirlos en el candor inagotable de la eternidad. ¿No es ésta acaso una conmovedora historia de amor?
No hay comentarios:
Publicar un comentario