sábado, 11 de agosto de 2007

UNA VITAMINA CIVICA LLAMADA GRAU


Por: Miguel Godos Curay
Grau era fuerte, pese a tener la voz fina y amable. Según recuerda Thorondike tenía una habilidad extraordinaria para desenroscar piezas que nadie conseguía mover con sus dedos fuertes. En otras ocasiones partía en dos una baraja española para divertir a sus amigos. Era un hombre de singular estatura humana. Al inmolarse en Angamos tenía sólo 45 años. Las efigies de Grau que conocemos nos presentan al Almirante envejecido por la gloria con una obesidad impropia de un atleta que practicaba la natación y se soleaba en cubierta. Ortiz Sotelo,anota, que se hizo a la mar cuando sólo tenía ocho años y ocho meses de edad al lado del curtido navegante panameño Manuel Herrera. A los diez, ya había enfrentado un naufragio. Sin duda, Grau tiene una trayectoria humana impresionante. Irrepetible y sin parangón.

Estos destellos de grandeza humana lo hicieron extraordinario. Según Jung el héroe es un personaje que enfrenta los peligros y no se arredra. No es un espíritu etéreo que nació feliz y murió feliz. Es una criatura que llegando al umbral del sacrificio desborda la muerte y abraza la inmortalidad. Grau, por eso, es un paradigma que hoy nos hace tanta falta para elevar la vehemente vocación de rasero con la que se conduce la cosa pública. Basta sólo imaginar a Grau, que fue Diputado por Paita, defendiendo con ardor y razón el proyecto Alto Piura sin esa tibieza torpe, y ese afán de protagonismo de nuestros congresales.

¿Qué diría ese Grau de estatura admirable si concurriera al Gobierno Regional y al Municipio?. ¿Qué diría este hombre cuya palabra era ley frente a la alfalfa legislativa del Consejo Regional.? ¿Qué diría frente a la inseguridad ciudadana y a la espectacularidad policial para la crónica de un operativo antidrogas en donde no se requisó siquiera un gramo de cocaína.?

¿Qué diría ese fervoroso alumno de la vida cuyo deber no tenía precio frente a la demanda de algunos maestros que exigen a viva voz cobrar sin trabajar?. ¿Con qué autoridad moral podrán exigir cumplimiento a sus alumnos? Nos socava la curiosidad de verlo espectando un encuentro deportivo en un estadio enorme que lleva su nombre pero con tribunas que nunca se llenan o saboreando un piqueo en alguna picantería piurana en donde desde que se hizo del buen comer recurso turístico, nos sacan los ojos.

Habría que imaginar a este hombre de estatura moral enorme enardecer de explicable indignación con sólo contemplar el festín de las injusticias. Ese afán de servirse antes que servir que consume a las burocracias. Esa inaudita voracidad por los cargos públicos que ordeñados como ubre construyen la fortuna indecente.

También habría que imaginar el ceño fruncido de este Grau que con su sangre limpió la vergüenza de la patria leyendo las páginas de nuestros diarios inundadas de denuestos, de delitos, de robos, de adjetivos e improperios. ¿Qué nos diría recorriendo las aulas universitarias y establecimientos académicos si descubriera que hemos impuesto como unidad de tiempo(¿?) la “hora pedagógica” de 45 minutos. ¿Que diría este señor forjado en la austeridad y el decoro frente a la voracidad electorera de las fórmulas para las repartijas estudiantiles?.

Resultaría impredecible un recorrido por la ciudad por los puentes de hedor insoportable, por la propia avenida que lleva su nombre y por el jirón Loreto sitiado por cabinas de Internet y lúbricos chicharrones de carne humana. Estupefacto, por la incomodidad de las combis y la santa paciencia piurana, como una voz interior enorme resonaría en nuestras conciencias. Nos sacudiría de la derrota, de la quiebra moral y de la angustia. Nos rescataría del desdén de estas verdades reales, hilvanaría nuestra desestimación, para decirnos con fe apasionada que podemos ser grandes y dignos.

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