Por:
Miguel Godos Curay
La refrescante raspadilla es un deleite para el paladar en el verano |
La
raspadilla es una delicia del verano. El hielo limpio de la planta de Urteaga
raspado con el cepillo se acompaña con jarabes de cola, tamarindo y limón. Hoy
se utilizan raspadores eléctricos y mecánicos. Cuando se usa el vaso como molde
se presiona el hielo para luego cubrirlo con jarabe hablamos de la “chalaca”.
La fórmula del jarabe es un secreto. Requiere tamarindo, esencia de cola inglesa y azúcar hervidos en punto de
almíbar.
El
calor convoca a los refrescos. El señor Maza, en la bajada del Puente Viejo
tiene soja y piña. Los mejores raspadilleros
estaban ubicados en el Parque Miguel Cortés y en la avenida San Teodoro. A la tradicional raspadilla añaden ensalada de
frutas y dulce de ciruela. No hay churre
que no disfrute este refresco ingrediente del verano. Pero en Piura bien le
vale todo el año.
El
raspadillero es todo un personaje. Conoce a
sus clientes e identifica sus
preferencias. Cuando don Polito se distinguió por sus canas. Los asiduos clientes
le endilgaron el mote de “raspadilla sin jarabe”. Cuando decidió teñirse las
canas le cambiaron el mote a “raspadilla con tamarindo”. El viejo refresquero
nunca se frunció por el apodo ni renunció a su mandil de tocuyo impecable.
La
cremolada, es invento reciente. Aunque
pertenece a la familia refrescante su preparación es diferente. Requiere
zumo de fruta constantemente batido en
la heladera. Al servirse, el copo , debe conservar el calibre . La cremolada se distingue por su sabor: limón, cebada,
sandía, cola, tamarindo, maracuyá, granadilla y aguaymanto. En plena canícula
la cremolada nos recuerda que estamos en
Piura.
La
raspadilla no es privativa de la costa. También sube a las alturas de la sierra
en donde despierta la curiosidad de los poblanos. Sin embargo, tras los
primeros sorbos se sientan y se cogen la frente como efecto inmediato de la
ingesta de hielo. Pasada esta sensación la saborean multiplicando su
curiosidad por el hielo cepillado. Los migrantes que retornan de Jaén, Bagua y San Martín,
confiesan su gusto por lo que llaman
“del agua su duro” con dulcecito.
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