viernes, 13 de abril de 2012

CRONICA DE LORAS, FELINOS Y CABRITOS


Por: Miguel Godos Curay

Las viejas familias piuranas tenían una curiosa devoción por sus mascotas. Podría tratarse de una lora vieja, un negrito silbador, bulliciosos periquitos. Una gallina a la que por cariño la familia entera renunciaba al puchero del buen caldo. Lo mismo sucedía con los perros y los gatos llamados con nombres insólitos de personajes del cine, la farándula, la insolencia o la mordacidad de sus dueños. Los animales siempre fueron grata compañía y preocupación hogareña entre nuestros abuelos.

Tengo fresco el recuerdo de doña Paulina una picantera de La Muñuela a quien pescadores sechuranos le trajeron una canasta de huevos de la isla para que prepara suculentas tortillas. Doña Paulinita cogió algunos cascarones y los colocó al calor de una pata echada que tenía en su corral. El resultado más tarde fue una docena de patitos y un extraño pajarraco que acompañaba a todo lugar a los pequeños. Fue así como doña Paulina crió en su corral un emplumado pelicano de largo cuello y grande pico al que alimentaba con vísceras del pescado con el que preparaba su cebiche. Doña Paulina bautizó a su engreído como “Plumas”. El que se convirtió en un pelicano hermoso y que más tarde con sus poderosas alas buscaba alimentarse en las orillas del mar. Pasada la tarde retornaba a su hogar a reunirse con su familia y sus hermanos. La amorosa dueña coleccionaba en las ranuras de su quincha de carrizo las plumas de su singular mascota.

Otra es la historia de doña Margarita Paz una venerable anciana de Santo Domingo de Morropón con una hermosa inverna en la que pacían sus robustas vacas. Según comentaban sus vecinos toda la inverna era cuidada y recorrida por un robusto macanche. Un culebrón de más de dos metros al que los intrusos habían visto abreviar la sed en las orillas de las acequias. Otras veces tomaba sol a la vera del camino. Según recuerdan para “Salomón”, así se llamaba el macanche, doña Margarita dejaba cestas de huevos como retribución a sus servicios. Otros afirmaban que la abuela entablaba conversaciones con el animal. Otras veces se enroscaba en los higuerones en donde hacía demostraciones de su habilidad para trepar la copa de los árboles. Doña Margarita, refieren, se sentaba en uno de los piedrones del camino y hasta ahí el macanche llegaba para enroscarse en sus pies.

Los gatos son también animalitos sensibles. En Paita he escuchado más de una historia de una gata llamada “Lulú” que marchaba por los techos hasta el mercado para hurtar trozos de carne que abandonaba en la cocina de su ama pobre para que pudiera preparar alimento. Los felinos son criaturas sensibles y su temperamento se puede establecer por el ronroneo que acompaña sus movimientos. Los gatos en la sierra son muy bien estimados porque ahuyentan a las ratas que acaban con los zurrones de granos. Según la convención un gato mozo vale por una gallina o dos pollos. Un gato es una garantía contra ratas y ratones.

Las loras en especial las llamadas “Aurorita” o “Nicolasa” son expertas en el silbar y repetir palabras que les enseñan sus amos. La loras atrevidas y lisurientas son fiel reflejo de sus propietarios. Alguna vez he visto como se le soltaba la lengua a un loro “mudo” con trocitos de torta mojada en aguardiente. De pronto el lorito ebrio se tornaba eufórico y entusiasta en sus gorgoritos y movimientos. Mascotas inolvidables son también los perros sean de raza o chuscos. La realidad ha demostrado que los canes ordinarios y plebeyos tienen una asombrosa capacidad para subsistir y preservan la lealtad a sus amos.

Cuentan las historias que el general La Mar cuando partió desterrado en 1829 a Costa Rica se llevó un cabrito, que le fue regalado como mascota al momento de partir. Este chivito piurano le acompañaba a todas partes haciendo mil piruetas y dando demostración a todos de los engreimientos que le propinaba su dueño. Al morir el general en la ciudad de Cartago el 12 de octubre de 1830, refieren las crónicas, se ornó al animalito con un crespón negro y el mismo acompañó con los ojos vidriados todas las pompas fúnebres. Dicen que días después perdió de pronto el apetito y no quiso comer. Una mañana fue encontrado yerto junto a la tumba del general. Ahí, refiere la leyenda, fue enterrado y acompañó a La Mar hasta que sus restos fueron repatriados al Perú por Panchita Otoya.
Foto: General don José de La Mar.

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