domingo, 3 de julio de 2011

LAGRIMAS DE POLLO


Por Miguel Godos Curay
El otro día una asidua oyente de la doctora Lupe Maestre confesaba que su melancolía era siempre acompañada por las lágrimas de su diminuto pero perceptivo pollo. Los animales sienten y expresan de algún modo su inconfesable mundo interior. No es raro encontrar en estas sutiles expresiones de alegría o infelicidad eufóricos ladridos, ronroneos de reclamo de algún felino. Meditaciones de conejo, balidos de oveja contenta cabriolas agradecidas de cabrito. Y baile de roedores felices convertidos en mascota de universitario. Hay quienes dan cuenta de la lúbrica sensualidad de las serpientes como el macanche y la habilidad para los idiomas de las loras. Llámense Auroritas o Fredesvindas. Los canes imitan la conducta de sus amos. Si al amo se le chorrea el helado la mascota va por el mismo cmino. Los macanches, se dice en Piura, adoran la leche de parida y para ello mientras saborean la leche materna distraen con su cola al recién nacido.

Eduardo Gonzáles Viaña refiere que una de sus antañonas tías, rezaba el rosario con su gato el que respondía a las preces de la vieja con un sonoro ronroneo. Ignoro si el felino se santiguaba pero sí recuerdo que era puntual en sus místicas expresiones. Piajenos y caballos son animalitos sensibles. Se alegran o entristecen profundamente en la ausencia de los seres que más aman. Otros, perros y gatos, no ocultan su desamor y su odio con quienes, habida cuenta, no los quieren. Se ponen a la defensiva y expresan de algún modo su natural desconfianza.

He visto en Piura familias enteras que adoran a sus mascotas. Sea un huerequeque de deslumbrante ojos azules. Un gallo viejo de nombre Ernesto o una vieja tortuga llamada Ramona. Las loras, las chirocas, los canarios y las iguanas verdes son parte de este entorno singular. No faltan los que crían monos venidos de la selva o venaditos amables como los que retozan en el campus de la Universidad de Piura, poblado de ardillas y pavos reales. Hay quienes en su soledad hacen su vida llevadera con esta enternecedora compañía.

Para el habitante del campo los animales son parte de la familia. Son herramienta y fuerza de trabajo. Por eso tienen que ser alimentados tras las faenas. En tiempos de sequía los primeros que sufren son los perros, Basta contemplarlos langarutos y magros para darnos cuenta que el hambre hace estragos. Hay quienes adoran a sus peces y viven contemplándolos aguzando su sentido de observación. Hay quienes tienen águilas que liberan en el campo en pos de presa. Carlos Trelles Salazar, en la desaparecida Radio San Miguel alegraba a los piuranos con el silbido de sus negritos y chirocas. Los oyentes sentían en sus oídos la alegría de la vida. Gorgoritos y trinos resultaban más amables que el inventario de desgracias que en las primeras planas traen los periódicos.

Igual sucede con los niños que aman la naturaleza. Aún recuerdo cuando en mi escuela rural de El Yumbe (Santo Domingo-Morropón) irrumpió la madre Catalina con juguetes sofisticados traídos de los Estados Unidos. Autos y aviones a pilas y con luces de colores, despertaron la curiosidad de cholitos y chinitas. La curiosidad empero duró lo que la carga de las baterías. Convertidos en objetos sin movimiento. Los niños retornaron a las sampapalas atadas a un hilo, a los gusanos guardados en cajitas de fósforos con azúcar para que se vuelvan mariposas. A los escarabajos a los que obligaban a competir en carreras. A los pollos busca piojitos en las cabecitas infantiles.

A su cuentos cotidianos donde personajes como el león ofende al grillo con frases tan elocuentes – Tan chiquito y con barbas- . Y el grillo indefenso sin atolondrarse responde: “Son pocas pero largas”. El león ofendido reta al grillo a duelo para lavar su honor por la afrenta convocando en tono de sorna al burro, al zorro y a otros cuadrúpedos. El grillo a su turno pidió auxilio a las avispas. El día del duelo el grillo concurrió con un enjambre de sus amigas que dieron cuenta del abusivo león y sus acompañantes.

Los piuranos hemos nacido entre quiquiriuís de gallos y rebuznos que dan la hora. Con perro en la puerta de la casa. Si lo permitía la ocasión con perico o lora en el callejón. La primera lección que recibimos de la vida fue el amar la naturaleza. Con oraciones en la punta de la lengua para conjurar perros bravos como la que dice: “San Roque, San Roque que este perro no me toque”. Con historias fascinantes como la de creer que con legaña de perro o de burro se puede ver a los fantasmas que devoran la paz de los hogares. Antes con un collar de limones se curaba la peste de los perros y con un espejo de a sol en el cuello los incontenibles apetitos sensuales de las perras “alunadas”. Hoy el mundo ha cambiado, en algunas mansiones los ladridos corresponden a CD grabados y las mascotas son esculturas sin movimiento para decorar salas impecables que nunca se usan. Lo único que no ha cambiado es la inasible desolación de los pollos.

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