domingo, 18 de julio de 2010

¡SI A LA UNIVERSIDAD!


Por: Miguel Godos Curay
Mi abuelo, un zapatero remendón lleno de reflexiones, advertía siempre que quien tiene la razón nunca se infla de soberbia. Por eso el parto de una universidad debe ser una convocatoria de inteligencias. No puede ser un tamal de oportunistas. No puede ser una repartija donde menudean los agravios. Una universidad no puede ser el producto de las pasiones repentinas como si fuera antojito de preñada o de los parroquiales chauvinismos que ganan enfrentando a los pueblos. Tampoco ocasión para los caprichitos electoreros de una autoridad desgastada y en polvorosa.

Las universidades son un tejido humano de neuronas que piensan. No pueden ser improvisación para los espejismos de progreso. Ni proyectos que despiertan como la bella durmiente para la vanidad que busca un baño reparador de inmortalidad. No es así ni nunca ha sido así. Si la universidad surge en un pueblo es porque en el bullen en sintonía sus energías colectivas que nacen en la escuela, en las aulas, en las plazas, en los gremios y en las bibliotecas. La universidad de Sullana y para Sullana es una conquista de sus jóvenes, de sus profesionales, de sus obreros, de sus campesinos, de sus hombres y de sus mujeres. No puede ser ni debe ser una oportunista bandera de candidato a alcalde o congresal.

Tampoco se piense que la universidad es una aspirina curalotodo para los problemas de una provincia. Ni las catedrales portentosas son demostración de la fe de un pueblo. Muchas veces, estos santuarios, están vacíos de creyentes. No se piense que nuestros congresistas recorridos son lumbreras jurídicas en un país en el que se estudia y se aprende derecho para torcer las leyes. No se piense que una universidad es un conejo en sombrero de mago parlamentario sea del partido que sea. O que instalada la universidad disminuyen los problemas en una ciudad convertida en tierra de nadie. O que la violencia callejera con un efluvio de paz se detiene porque hay una universidad.
Por el contrario, cuando se exacerban problemas, como la severa contaminación del Chira que agoniza recubierto por el lirio y se extinguen sus variadas formas de vida. Cuando la inseguridad convierte a Sullana en un territorio ganado por el delito, el desorden, el desgobierno y cualquier inocente ama de casa es victimada a balazos por sicarios salvajes en la puerta de su casa. La plausible campaña para la creación de una universidad es una sonora sonaja de distracción que oculta la descarnada realidad. O en un anzuelo para capitalizar adhesiones a la vuelta de la esquina.

Sullana como cualquier pueblo merece universidad. Pero también merece: orden, respeto, seguridad y calidad de vida. La construcción de un proyecto de desarrollo, de futuro y progreso que sea el producto de sus fuerzas cívicas en las que participan -sin exclusión- sus hombres y mujeres, gobernantes y gobernados. Un espacio para todas las fuerzas políticas en donde, para la felicidad de todos, los acuerdos se cumplen. No se piense que las aspiraciones de un pueblo son un privativo emprendimiento de algunos iluminados. Ni la iniciativa de un tuerto en el país de los ciegos. No es así.
La universidad, es comunidad del conocimiento. En su acepción originaria corporación de maestros y de alumnos. De los que dicen y los que escuchan y cogitan, para más tarde, hacer. No es una fábrica de títulos y patentes de corso. Por ello necesita de una natural provisión de recursos económicos del Estado para que crezca en salud. No puede ser expropiación ni despojo porque no tolera, ni puede justificar, ni encomiar, el abuso. La universidad es útero de la ciencia Por tanto no puede -contra natura- crearse y recrearse con procedimientos que la ley aborrece. Desde tiempos inmemoriales surgió la universidad como una concesión protegida por los gobernantes. Gozó de la protección de la Iglesia que abrió las puertas de sus catedrales y de ahí surgieron los "catedráticos". La universidad, tiene una venerable antigüedad de un milenio y desde sus orígenes no soporta el manoseo de quienes buscan sacar correas de su suela. Y se irrita con quienes pretenden utilizarla para sus inocultables pretensiones electoreras.

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