sábado, 20 de junio de 2009

¡SI SE PUEDE CAMBIAR LA UNIVERSIDAD!


Por: Miguel Godos Curay
El otro día en plena clase en el aula 16 de la UNP-pabellón de estudios generales- nos indignó que en el tercer piso una insoportable turbamulta de alumnos a los que poco importaba lo que sucedía en la otras aulas había convertido el aula en una cancha de fútbol. El ruido impedía que los alumnos oigan lo que en esa mañana decía. De modo que tuve que intervenir enérgicamente. El resultado fue la estampida de los despavoridos alumnos de mecatrónica que abandonaron sus mochilas.

Recuperado el silencio y con cinco mochilas en mi poder y los correspondientes celulares de sus dueños abrí la posibilidad de una honrosa devolución. Los primero que pedí es que me dijeran que era para ellos la UNP. Advierto que ninguno me supo responder. Y alguno me argumentó que ninguno de sus profesores les había explicado qué era su universidad y lo que significan sus 48 años de existencia. La UNP tiene 48 años de vida. La institución universitaria en el mundo tiene un milenio de vida. El paso siguiente fue una carta firmada, una capitulación de decoro, en la que se comprometían de por vida a no convertir un aula universitaria en un impropio corral y un porquerizo. A ello se sumó el pedir disculpas en público a mis hasta ese momento perplejos alumnos de comunicación social.

Esta aparente anécdota muestra mucho lo que por la Universidad Nacional de Piura se puede hacer. En primer lugar rescatar la raíz de una universidad piurana -conquistada por los gremios obreros y la juventud inconforme- que debe ser conducida por piuranos y no por esas migratorias aves académicas que recalan de vez en cuando aquí pero que en el fondo no forman parte de su entraña y poco menos de su identidad y destino. Hacer universidad es procurar y exigir condiciones humanas y decorosas para que sus profesores sientan en un aula un ambiente digno para el intercambio del conocimiento. El buen trato empieza por ahí. La autoestima tiene un comienzo decoroso en el respeto.

Pienso que como en el mundo de la empresa existen dos tipos de universidades. A un lado están las universidades que tienen alma y al otro lado las universidades desalmadas. En las primeras prevalece el sueño ambicioso de un grupo humano que busca lo mejor para su universidad. En ellas el combustible del buen trato es la cooperación antes que la confrontación. En ellas prima la identidad y el respeto como el primero de los valores. La autoridad es la del hombre que en vez de almacenar las semillas, las cultiva y activa el potencial de todos los que la integran. En estas universidades se lee y se investiga. Se enseña y se aprende porque el entorno favorece el estudio, la tolerancia, las metas compartidas.

En la universidad desalmada prima un esquema vertical y autoritario que olvida que todo poder es transitorio y efímero y que quienes hoy gobiernan son simplemente los primeros entre sus iguales. En su erróneo sentido del poder buscan aniquilar por todos los medios a sus opositores porque temen perder sus beneficios. Esta lógica es la de los inescrupulosos que sólo admiten la tajada personal que pueden obtener sin importarles el rumbo de la institución. Para sentirse seguros compran lealtad a una argolla que alienta el desprestigio. Por supuesto que en esta situación anida el descontento y el mal trato a los alumnos que son la razón de ser de la institución universitaria. Y el ambiente de estudio se pervierte por el manoseo político y la desvergüenza. Sus objetivos son postizos y artificiales.

Quienes creemos en una universidad con alma tenemos la convicción de que se pueden cambiar las cosas. Piura y los piuranos tienen que asumir la conducción de su universidad por ejercicio elemental de dignidad y decencia. El alma de Piura está aquí y no podemos permitir que se convierta en la pelotera insoportable de los más ajenos intereses. Como señalaron los alumnos de Escuela Profesional de Mecatrónica, en sus sentidas disculpas: “Prometemos no volver a caer en lo mismo, esperamos su comprensión, Dios los bendiga”. Bien vale el esfuerzo de cambiar. Sí podemos.

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