viernes, 10 de abril de 2009

LAS SIETE PALABRAS


Por: Miguel Godos Curay

Nota de Redacción: A partir de la profundidad evangélica que encierran las siete palabras pronunciadas por Jesús en la cruz. Miguel Godos ensaya- con su acostumbrado estilo- una serie de reflexiones pensadas en Piura y en el escenario cotidiano en el que nos sumergimos cada día. La lectura es incitadora porque provoca puntos de vista reflexivos sobre el misterio de la redención. Los invitamos a recorrer cada uno de estos pasajes bíblicos refrescados con una relectura en tiempo presente.

PRIMERA PALABRA:
“PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN» (Lc. 23, 34)

¿Saben lo que hacen quiénes conducen los destinos de Piura? ¿Saben lo que hacen nuestros congresales, el presidente regional, los consejeros, los regidores y los alcaldes que nutren con descontento y rabia a los pueblos? ¿Saben lo que hacen los jueces? ¿Saben lo que hacen los rectores, los decanos y los docentes universitarios con la universidad que les fue confiada? ¿Saben los que hacen los estudiantes que copian en los exámenes y hacen vida holgada a costa del lomo de sus padres? ¿Saben lo que hacen los mercachifles del conocimiento ofreciendo carreras para andar a la carrera buscando trabajo? ¿Saben los que hacen los jefes policiales que se desentienden de sus obligaciones?

¿Saben lo que hacen los médicos en los hospitales públicos a quienes hiede la pobreza? ¿Saben lo que hacen los periodistas que no reparan en los datos incompletos ni en vociferar por un micrófono en la radio? ¿Saben lo que hacen los hijos que consumen drogas para tragedia de sus padres? ¿Saben lo que hacen los que asaltan, los sicarios que matan salvajemente por cinco soles, los que viven a expensas del trabajo de los otros? ¿Saben lo que hacen esas mujeres de senos flácidos y ojeras repintadas que venden sus encantos en el jirón Loreto? ¿Saben lo que hacen los que inflan presupuestos para medrar de la cosa pública? ¿Saben lo que hacen los que echan agua a la leche de los niños pobres? ¿Saben lo que hacen los que hurtan energía arriesgando la vida de sus hijos? ¿Saben lo que hacen los conductores ebrios en las carreteras?

¿Saben lo que hacen los podridos y los corruptos? ¿Saben lo que hacen los mariquitas tristes en la desolación en la que se encuentran? ¿Saben lo que hacen los abuelos ancianos que para los hijos indiferentes estorban en el hogar? ¿Saben lo que hacen los que agonizan y los que sufren en los extramuros del dolor? ¿Saben lo que hacen los suicidas que teniendo vida la desprecian? ¿Saben lo que hacen los que viven ausentes de Dios y no les importa? ¿Saben los que hacen los mineros formales e informales, los que dicen cumplir las leyes y los que contaminan impunemente? ¿Saben lo qué hacen los políticos que levantan circos electorales para proponernos el payaso más colorido para cada elección? ¿Saben lo que hacen los que escriben y los que leen? ¡A todos nosotros perdónanos Señor!


SEGUNDA PALABRA:
«EN VERDAD TE DIGO: HOY MISMO ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO» (Lc. 23, 43)

Vivimos en un paraíso. ¿Piura es un paraíso? ¿Cómo será el paraíso que nos tiene prometido Dios? No será como esa isla fantasiosa que nos venden los diablos predicadores que han hecho de ti señor un administrador del infierno. Ni un reino poblado por los empresarios opulentos de las empresas mineras. Ni será un territorio poblado por camionetas 4 X 4 en donde el poderoso caballero don dinero resuelve todos los problemas. Ni la fortuna amasada por los que roban al erario porque lo que mal viene mal acaba. Más tienes mas infelicidad sientes porque con el dinero no se compra la ternura de un hijo, el amor de una familia en una mesa, ni la lealtad de los que realmente te aman.

Alguna vez me contaron una historia sencilla de un hombre humilde que según el catecismo había llegado a entender que los que sufren acá serán felices allá. Y que los que hoy sirven aquí serán servidos allá. ¿Te parece poco? Pero la felicidad de Dios es ilimitada es como la caricia que a los enfermos los vuelve sanos. Es como el consuelo para los tristes y la compañía amistosa para los afligidos. Es sentirse millonario de alegría disfrutando con los demás.

El paraíso de Dios no es el festín de los mafiosos, los corruptos, pulveriza presupuestos ni de los narcotraficantes. El paraíso de Dios se sostiene en la justicia. La justicia es bella porque hace de las personas mejores personas. La injusticia envilece. La injusticia es como el gusano que destroza los principios de la comunidad planetaria. La injusticia es un desprecio a la dignidad humana y un desprecio a la promesa divina. En el paraíso de Dios no hay serpientes sueltas ni tienen lugar los soberbios que dicen haber comprado, con tiempo, el ticket de entrada al cielo. El paraíso de Dios no tiene localidades en venta, el amor a Dios no se compra ni está en venta. No es un campo ferial al mejor postor.

La inmensa sabiduría de Dios es mansa lo que significa que no sea una sabiduría ingenua. Les es concedida a los que creen y a los que abrigan en su pequeñez la esperanza. No es una propiedad de los sabios a quienes desborda. Ni de los ricos que no pueden comprarla porque no está en venta. El paraíso no está a la otra esquina como día Vargas Llosa sino en la sinceridad de nuestros corazones.

TERCERA PALABRA:
«¡MUJER, HE AHÍ A TU HIJO! ¡HE AHÍ A TU MADRE!» (Jn. 19, 26-27)

Somos hijos de mujer. Salimos del vientre de nuestra madre. La imagen de mamá siempre nos acompaña. Pero cuando tenemos un problema decimos ¡puta madre!. Alguna vez me he preguntado por qué los camioneros colocan frases tan amorosas en las carrocerías de sus vehículos como las que dicen: “Los ojos de mi madre iluminan mi camino”, “El recuerdo de mi madre”, “Con la bendición de mi madre”, “El sueño de mi madre”. Pero también me desconciertan esas atormentadas canciones que hablan de un cementerio al que le piden a gritos devuélveme a mi madre. O esas poesías que hablan del hijo que habiendo abofeteado a su madre se corta el brazo y pide limosna por el mundo.

O esas otras canciones que recuerdan que “esa flor que está naciendo y ese río que se va… todo ello se parece a la sonrisa de mamá”. Pero la madre que nos entregaste tiene el corazón atravesado por sietes espadas, sus ojos son como un río desbordado y con ella lloran todas las madres por los hijos ausentes. He visto recorrer por los pasillos de los hospitales madres que no acaban de ser niñas, con las piernas enclenques pero con el hijo amoroso en los brazos. También he contemplado nodrizas con ojos de madre conduciendo al hijo ajeno con más amor que el de sus propias madres. He visto madres pobres y madres afortunadas. Despintadas y con pintura. Con aroma a vecindad, otras vaporosas y perfumadas. Con alhajas y desalhajadas. Todas son iguales. Todas presumen de sus hijos y los hijos presumen de sus madres. Para todos son simetría perfecta. El rostro más hermoso. El olor a mamá inconfundible. Como que el Perú y el mundo se sostienen en las manos de mamá. Y tú nos haz dado a tu madre para que nos consuele. Y esa es una promesa enorme e inagotable. ¿Cómo decirte: ¡No Señor! si nos entregas a quien te engendró en su vientre?.

María se escribe con “eme” de madre. La eme es por eso una letra que resume el amor que sostiene el mundo. Con eme balbucean los críos el nombre de mamá. Mamá escribimos cuando ensayamos las primeras letras y nos sentimos condecorados de cariño cuando mostramos a mamá lo que aprendimos a hacer en la escuela. Luego ensayamos la “pe” de papá. Pero todo parte de la madre. De mamá nace nuestra primera oración y por eso recordamos lo que tú nos diste para consolación de nuestra tristeza. Santa María madre Dios ruega por nosotros.

CUARTA PALABRA:
«DIOS MÍO, DIOS, MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?» (Mt. 27, 46; Mc.15, 34)

Siempre me he preguntado quien protege la salud de los enajenados que deambulan por la ciudad. Alguna ocasión ensayé una respuesta con un médico amigo y me dijo que el cuerpo biológicamente desarrolla una resistencia al medio ambiente y por eso no se enferman. Yo estoy convencido que quien se alimenta basura y no se enferma, quien bebiendo agua contaminada del río no sucumbe debe estar protegido por Dios. Dios socorre a los abandonados aquellos de los que nadie se acuerda en esta vida. Los olvidados por el mundo están en el tiempo presente de Dios. Por eso quienes los ayudan sienten la satisfacción de la bondad humana y divina.

Hay muchas criaturas abandonadas. Los niños expuestos a indecibles riesgos que pululan por el mercado. Los ancianos arrinconados por el abandono en un hogar. Los que están lejos de los que más quieren. Los marginados por la discriminación racial, por el desprecio humano. Las mujeres maltratadas, los niños aislados en las escuelas. Los disminuidos físicos y sensoriales que sentimos como una mortificante carga humana.

Los ignorantes que no tienen quien les eduque y enseñe. Los enfermos en los hospitales, los drogadictos presa de angustia. Las víctimas inocentes de los pedófilos. Los que no tienen porque todo les fue quitado de las manos. Las víctimas de la omisión de asistencia familiar. Los pobres e indigentes que no sacian el hambre. Los engañados por todos los gobiernos. Las víctimas de la decepción política. Los estafados y nunca reparados en las injusticias. Hay un abandono de sí mismo en quienes anida la desesperación y la desconfianza. Y otro de quienes no son escuchados en sus demandas. No nos dejes sin tu presencia Señor. Es una desolación inimaginable en la inmensidad del océano. O como estar perdidos en el desierto en la noche oscura. Aunque me encuentre sólo me siento seguro si estas aquí Señor. No nos abandones señor.

QUINTA PALABRA:
«¡TENGO SED!» (Jn. 19, 28)

Tienen sed los que con sus labios resecos esperan que llegue la cisterna. El agua no tiene nada de potable y está sucia. Caprichos tiene la sed y todos la beben, y con ella preparan sus alimentos. Esta es la sed de los pobres mientras usted –porque está al día con su recibo- deja que el agua discurra por los lavatorios o los sumideros de la ducha. Agua no hay en el planeta pero usted gasta más de la cuenta. Dios nos manda el agua a través de la lluvia pero Defensa Civil informa que estamos en emergencia. ¿Por qué tememos a la lluvia que es agua del cielo? ¿Por qué dejamos que las aguas que necesita la tierra se vayan al mar irremediablemente? ¿Por qué no dejamos que el agua de la lluvia nos limpie de cuerpo entero? ¿Por qué no respetamos los cursos del agua y la cosechamos para alimentar nuestros acuíferos?

Tenemos sed de agua pero aún regamos terrales como si fueran jardines imaginarios. Queremos agua pero somos incapaces de plantar un algarrobo para preservar el agua subterránea y tener aire fresco frente a nuestra casa. Pagamos por una botella de agua lo mismo que cuestan once metros cúbicos y no nos parece poco. Tampoco decimos nada cuando el cianuro y el mercurio se arrojan a los torrentes confiados que hay agua para rato. Nos estamos matando a pocos y no nos damos cuenta. Hay mamás que dan a sus hijos una Pepsi, una Coca o una Inca y los niños pierden su capacidad de sentir el sabor del agua fresca. Bebemos poco agua porque preferimos una soda. Así estamos.-

Hay una sed de agua fresca y una sed de justicia para que el agua no se reparta solamente entre los ricos y poderosos. Hay una sed de agua urgente y aún permitimos su mal uso por una agricultura que riega con exceso sin importarle el desperdicio. Hay una sed de quienes mal usan el agua y no pagan lo justo. Esa es nuestra sed caprichosa, confiada e injusta. Si no protegemos la poca agua que tenemos mañana sentiremos la sed del desierto en los labios y será tarde para arrepentirnos que usamos mal este valioso recurso. Permite Señor que mojemos tus labios. Tu sed es la sed de nuestras tierras que esperan que las aguas de las lluvias no se pierdan en la inmensidad de la mar.

SEXTA PALABRA:
«TODO ESTÁ CONSUMADO» (Jn. 19, 30)

Ya no hay nada que hacer. Frente a la realidad sólo queda resignarnos frente a la voluntad de Dios no ante la voluntad de los hombres que imponen sus caprichos. Si Dios nos pide la vida que haga lo que quiera con nosotros. Si él te llama no desatiendas sus palabras. Ni con remilgos pretendas aferrarte a las cosas detenidas. En mi lecho de enfermo me interrogo ¿porqué me elegiste Señor? ¿Qué tengo yo que no tengan los otros?. Pero a mí me pruebas. Yo me resigno a dejar de ser mí mismo para ser lo que tú quieres que sea.

No soy una criatura perfecta. Cuando era feliz resulta que tú me llamas y yo te pido que me dejes algunos instantes para despedirme de los que más quiero y de los que más me quieren a mí. Te agradezco que en estos momentos de enfermedad me hayas hecho reflexionar sobre la enormidad que tengo entre manos. Ahora te siento tan dentro de mí. Tan presente entre los que sufren, entre los pobres que viven alegres. Y tan ausente en los que tristes se alejan de ti ignorantes de la fugacidad de su gloria y de su dinero.

Estoy en tus manos haz conmigo lo que quieras. Soy un instrumento para que tu aliento haga la música que quiera. Soy harina para que tus manos amasen el pan. Soy el pez para el que con hambre se alimente. Soy pincel para que hagas tu obra en los muros. Un paisaje hermoso en donde brote a borbotones la vida y la alegría. Soy arcilla para que amases un cántaro en el que puedas escanciar el agua para tu sed. Soy un clavo solitario que espera el golpe del martillo en el que puedas colgar el cuadro en el que estaba oculto tu rostro. Soy lana que urdes con tus manos. Hierro templado en tu fragua para construir una espada para defender con mi inteligencia tu fe. Soy un insecto diminuto, un grillo que en la noche entona el himno agradecido de la vida a tus pies. ¡Todo está consumado haz conmigo lo que quieras Señor!

SEPTIMA PALABRA:
«¡PADRE, EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPÍRITU!» (Lc. 23, 46)

A la muerte nos presentamos leves porque nada de lo terreno podemos llevarnos ni el dinero, ni las joyas preciosas, ni la fortuna atesorada, ni los libros que más nos gustan. Nada absolutamente nada se queda en nuestros dedos. Sólo nos llevamos recuerdos en la memoria del corazón. Nada más. Recuerdos inasibles de nuestro paso por el mundo donde hicimos el bien o el mal. Nuestro tesoro mayor son aquellos momentos que alimentan nuestra alegría o nuestro infortunio.

Que podemos entregarte si lo que nos pides no tiene precio. Con la muerte somos todos iguales el rico con el pobre, el grande con el chico. No existe la obesidad del alma ni la estatura sentimental, ni el color de la piel. Somos todos iguales. Por eso nos abandonamos en tus manos. Retornamos al origen de la vida con el código genético entre manos. Tú eres el principio y el fin. La medida sin medida, la fórmula matemática perfecta, el soneto de métrica exacta, la sinfonía más duradera en nuestros oídos.

El libro insuperable, la verdadera historia interminable. La energía más poderosa en manos del padre que más nos ama. Eres el impulso que mueve las neuronas. El oxígeno que activa cada una de nuestras células para interpretar con su partitura la música de la vida. Eres más sabroso que la miel de las abejas de Chulucanas. O el queso de Huancabamba. Todos los sabores que manan del mar de Paita, Sechura y Máncora son nada ante tú grandeza. Tus labios besan los ojos de los recién nacidos en los hospitales que con ojitos cerrados sonríen. También cierras los ojos de las madres y los abuelos al partir. En tus manos estamos, a tus manos volvemos no en carne -pasto de los gusanos- sino en espíritu aquello que tus dedos pueden con ternura acariciar.

Ilustración:Cristo de Diego Velásquez, pintor barroco español.(Sevilla, 6.06.1599 – Madrid, 6.08.1660)

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