lunes, 9 de marzo de 2009

EL SUEÑO DEL ELEFANTE


Por: Miguel Godos Curay
Guillermo Thorondike perteneció a una generación de periodistas bohemios entrenados en el vértigo del tiraje y la noticia. Tiempos memorables en donde un buen titular y un acontecimiento insólito eran motivo suficiente para convertir la lectura diaria en la comidilla del día. Robusto, con bucles de angelito travieso e inseparable buen humor el gordo Thorondike aprendió periodismo de Raúl Villarán de quien fue discípulo declarado. Hizo del periodismo su vida y de las redacciones su hogar. Vivió el periodismo con pasión y superó los propios límites de sus lealtades interiores. Se ubicó donde su conciencia le dijo que podría ser un guerrillero de la palabra. Su vida por eso fue un zigzag ideológico incomprendido. No podía ser otra la vida de un hombre a quien importó más escribir y dar su propio testimonio del mundo. Prefirió la mar y los cabos sueltos a encallarse eternamente en la escollera.

No hay aspectos sangrientos y polémicos de la historia peruana que no haya tratado. Para Jorge Idiáquez el conmovedor testimonio de la masacre de Trujillo fue el más próximo a la realidad. “El Año de la Barbarie” es por ello un libro antológico. Lo son también sus libros sobre la guerra contra Chile (1879-1883): "1879" (1977), "El viaje de Prado" (1977), "Vienen los chilenos" (1978) y "La batalla de Lima" (1979) que abordaron el tema doloroso y descarnado de lo que fue la guerra del Pacífico. La revisión prolija de documentos y testimonios sirvió como soporte a la biografía de Miguel Grau, de la cual publicó cuatro de seis volúmenes. Tres mil páginas de datos que permanecieron ocultos para que nadie los encuentre. Ignorando que la personalidad arrolladora de Grau es como risueña ola de mar que arrasa con tantas repetidas ficciones.

Otros de sus libros son “Los ojos de las ventanas”, “La revolución imposible”, “El caso Banchero”, “No mi general”, “Avisa a los compañeros”, “Las rayas del tigre” entre otras. El año pasado, en septiembre, presento su ultimo libro “El rey de los tabloides” una novelesca biografía de Raúl Villarán. La muerte lo sorprendió cuando se había dedicado por entero al sexto tomo de su biografía de Miguel Grau.

Fue presidente del directorio “La Crónica” y “Variedades S.A.”; director de “La Crónica” y “La Tercera” durante la dictadura militar y fundador del primer periódico en quechua de circulación nacional: “Cronicawan”. En 1980 fue jefe de prensa en la campaña política de su amigo Alfonso Barrantes y dirigió “El Diario de Marka”. En 1981 fue director fundador de “La República” y en 1985 de “El Popular”. Director fundador de “Página Libre” en 1990, polémico tabloide, que levantó como espuma de cerveza a Fujimori y lo convirtió en una gacela política. Son periódicos con líneas editoriales contrapuestas pero reflejan con colorido contraste de raspadilla el itinerario de una aventura intelectual que sin renunciar a sus propias convicciones y principios resuma de libertad hasta los extremos.

Thorondike había escrito en el prólogo de “La Gran Persecución”: “Nadie parece saber qué es la vida hasta que acaba. Avanzamos de la juventud a la sabiduría de las posibilidades por cumplirse, hemos sido. Podemos ser. Resulta que nada más fue demostrado. Hasta que no se convierte en memoria, la vida es una voluntad apenas el deseo de existir. Va a ser y ya fue.” Thorondike, conservó en su memoria recuerdos de una vieja amistad con Haya, Alfonso Barrantes, Manuel Scorza, Jorge Pimentel, Juan José Vega, Mario Castro Arenas y el propio Raúl Villarán en cuya escuela se forjó entre la euforia de las máquinas de escribir a pocas horas del cierre y ese incontenible fervor por la tinta.

En Piura fue ameno contertulio de Isabel Ramos en la casa Grau. De este diálogo surgieron muchos datos para dar vida a esa voluminosa pero inacabada biografía de Grau. Charo, la viuda, está ligada a Piura. Thorondike, era dueño de una paquidérmica memoria, atrapaba datos como un redomado cazador de mariposas que contemplaba con curiosidad seducido por el colorido sutil de sus alas. Era un novelista de la historia. Un escribidor insomne abatido por la tristeza de no poder asir la vida como sea. Y como anota el mismo Thorondike: “Acaso es la novela un soplo de vida capaz de reanimar el barro de la historia”. El elefante sonriente cerró sus ojos.

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