sábado, 28 de abril de 2007

SOBRE MENTIRAS VERDADERAS


Por: Miguel Godos Curay

La universidad forma a los escogidos y escoge a los formados para las tareas de conducción de la sociedad. Como en la vida, en la universidad, se aplica un natural proceso de selección en el que permanecen y llegan a final de carrera aquellos que por sus cualidades intelectuales y humanas meritoriamente cumplen con las exigencias académicas. Los que no se quedan a medio del camino con pocas posibilidades de un desempeño laboral exitoso. Resulta por ello una falacia y una afirmación descabellada el sostener que el examen de admisión decide el futuro y la calidad profesional de un estudiante. El examen de admisión es un referente no una prueba concluyente de potencialidades humanas

El examen de admisión es una medida del aprendizaje memorista y perentorio de destrezas lingüísticas y matemáticas aplicadas a una circunstancia de forzoso stress competitivo. Finalmente no prueba de ningún modo disciplina intelectual, ni garantiza que el estudiante que devora de memoria los balotarios de preguntas de los centros de preparación pre universitaria sea una criatura dotada para la gran abstracción matemática o la lectura comprensiva. Simplemente demuestra lo que es capaz de repetir un loro escolar.

Los exámenes de admisión fomentan los negocios prósperos de las academias y centros de preparación. La disparatada formación que se imparte no deja de ser un ejercicio destinado al olvido y fracaso intelectual. La mayor parte de los jóvenes que acceden a la universidad requiere iniciar una tarea formativa personal intensa. El cachimbo universitario tiene que disipar ese sentido colegial con el que perdió el tiempo en la secundaria. Uno de los errores de nuestra educación precisamente es el creer que los programas escolares se remiten a tareas específicas que no guardan relación alguna con la vida ni con las posibilidades de su aplicación posterior. Hemos perdido de vista que todo proceso de aprendizaje importa competencias que incluyen: conocimientos, comprensión y habilidades que se espera que el estudiante logre dominar, comprender y demostrar al completar su proceso de aprendizaje. Ninguno de estos propósitos se cumple realmente. En quinto de secundaria preocupa más a los estudiantes el baile de promoción.

Así pensamos que las tablas de sumar y multiplicar se acabaron en el 12 y que todo proceso educativo sólo se realiza en la incomodidad y el hacinamiento de un aula. Preferimos la geografía del mapa que la realidad misma. Perdemos el tiempo repitiendo historias ajenas sin conocer la nuestra. En educación religiosa muchos alumnos piensan que Dios habita en su casa y no en todo lugar y que para comunicarse con él hay que hacer uso de una fórmula mágica oral antes que una espontánea, sincera, amable y genuina comunicación.

Podemos sumar en esta escuela de desencantos a los apologetas de los cursos de defensa nacional que ignoran los estornudos de la economía global y a los defensores de la ritualidad (fascista y nazi) de los desfiles escolares. Con este tipo de educación vivimos en la “sociedad del conocimiento” perpetuando la incapacidad y la indigencia humana. Nuestra educación marcha en sentido contrario a las dinámicas económicas del desarrollo. Prueba de ellos somos nosotros mismos: Seis universidades en funcionamiento y una incapacidad enorme para mantener limpia y ordenada la ciudad. Don Simón Rodríguez, al maestro de Bolívar, postulaba a una educación que no estire los engaños y que permita a las personas ser dueñas de sí mismas para que nadie, absolutamente nadie, les compre la conciencia.

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