jueves, 3 de diciembre de 2015

HISTORIAS INOLVIDABLES DE NAVIDAD

Por: Miguel Godos Curay
El Padre Juan Mckniff con niños legionarios en la Parroquia del
Santo Cristo Viajero de La Habana (Cuba)
Mi madre ora mucho, tiene un corazón enorme con sabor a galletita de maicena y canela, mi madre es capaz de perdonarle la vida al pavo porque se encariño con él y no merece ser la víctima propiciatoria de la nochebuena. Hoy debe estar muy feliz porque sus sueños de la familia unida, a pesar de los pesares, se hicieron realidad en la víspera. Fue lo que sentí cuando la hermana ausente tocó la puerta me abrazó  y me inundó de recuerdos, de sueños, de cariño frente al nieto que es copia fotostática de su padre. Frente a la abuela y el calendario de ausencias. La navidad nuestra no tiene nada que ver con los consumos desbocados sino con la fibra interior del afecto y la ternura. Ya está aquí y para mi madre la próxima noche de pascua será inolvidable.

 
Padre Eduardo Palacios: No hay navidad sin Jesús
Hay detalles que no podemos olvidar y siendo recuerdos nos llenan de energía vital amable y bondadosa. Una  navidad de esas que te arrebatan el alma tras la misa de nochebuena contemplé como varios tripulantes de los pesqueros polacos,  ese día en la rada de Paita, de rodillas pidieron al Padre Eduardo Palacios su bendición. Sus seres queridos estaban en la Europa fría y ellos desde Paita utilizaban con muchas oraciones el telégrafo del amor. Pero la noche de la bondad tenías muchas sorpresas cuando doña Meche Mena, con su primoroso vestido nuevo puso en manos del cura el paneton más delicioso de la tierra. El que le había enviado uno de sus hijos ausentes. Todo no quedó ahí. La navidad del cura de pueblo se sintoniza en su soledad con la de toda su grey. El Padre Eduardo me dijo  <>. Y me pidió que le acompañara al campanario de San Francisco y justo a las 12.00 de pascua repicamos las campanas hasta quedar extenuados. Los enérgicos repiques aún resuenan en mi alma.

Niño Jesús "El Doctorcito" Iglesia La Merced (Lima)
Otra navidad en Santo Domingo de Morropón, en plena lluvia, con la celebración al mediodía porque el aguacero no amainaba. Y para aprovechar las agüitas primeras se realizaba la siembra. Sentí la navidad con David Petraitis, un agustino venido de Lituania. Monseñor Daniel Turley me dijo: Pero sus gestos de nobleza resultan inolvidables frente al fuego ardiente para conjurar el frío. Otro inolvidable amigo fue el Padre Roberto Dueweque, hombre de grandes ideas y proyectos. Generoso y humano. No puedo olvidar al Padre Juan Mckniff, el viejo párroco del Santo Cristo del Buen Viaje en La Habana (Cuba) cuyo proceso de canonización ya se inició y cuando me dio la estampita de la Virgen de la Caridad del Cobre, en la sierra de Morropón, me transportó a la isla en la que estuve años después. Don Juan nos permitió conocer a un santo de carne y hueso. Ya estaba en la redacción de Correo cuando Dionisio Alberca, aún seminarista, un extraño virus la paralizó el cuerpo y tras las lluvias y huaycos era imposible su evacuación desde el Yumbe, en Santo Domingo. El pedido de mis amigos Agustinos de ayuda llegó. Era 1983, el Coronel Armando Llosa, me escuchó, pese a las severas críticas periodísticas por el hallazgo de alimentos enterrados en plena emergencia. Y un helicóptero de la FAP permitió salvar una vida que es hoy promesa de la cristiandad en el Perú. Todos estos recuerdos vivos se anudan en la navidad.

Fascinante, sin embargo, es la historia de la abuela Margarita, dona Marga que a sus casi cien años ensartaba agujas y sus dedos sarmentosos cosían con una vieja Singer de manivela los encargos de las campesinas. La abuela Marga, un día amaneció rebosante de alegría, pero se le ocurrió que a la centuria ya era hora de partir. Uno de sus deseos era recorrer Santo Domingo, de bordo a bordo. Una silla de ruedas en caminos tan culebreros no sirve para nada. Pero el pedido no podía quedar como un recado sin retorno. La solución fue prestar una vieja anda de guayacán de la Iglesia y ahí se le acondicionó una silla amarrada con cabuyas. En donde la abuela centenaria, como un viejo soberano inca, recorrió el pueblo. La abuela cargada por los más jóvenes era como un santo vivo que repartía bendiciones y sus ojos de postrero brillo llenaban los corazones de alegría. No era Papa Noel de la tradición nórdica. Sino una mujer de carne y hueso, partera, costurera, componedora de huesos, devota del santoral y cultivadora del arte adivinatorio con su vieja baraja española. Me cuenta Ovidio Calle, uno de los cargadores de que con su mirada extasiada se despidió feliz del mundo. Sus últimas palabras fueron consejos y el primero de ellos al tenor decía: <No se olviden de Dios. Ama a Dios> y >. Días después cerro sus ojos y como en los tangos el mundo sigue andando. O como en los cuentos de hadas. En la noche estrellada su carita de ángel, convertido en una arrugada y dulce pasa, nos dejó el dulce sabor de la gratitud y la bondad.

No puedo olvidar a Armando Burneo Seminario, que nunca olvidó a la familia de Correo. Recuerdo que a horas de la noche de pascua repartía pollos a la brasa entre los redactores y los canillitas que ahí se encontraban. Los gestos de nobleza emergen en la memoria como una película inolvidable. En otra ocasión encargue un perrito chusco a Isaías “chiquito” Benites y se apareció en plena navidad con un chivito de leche  con el que encariñaron mis hijos. Los juguetes de pilas quedaron abandonados y esa criatura con alma  llenó de ternura el hogar.

Otra nochebuena inolvidable la pasé con Octavio Zapata Albán. A la pollería que concurrimos, en un primer momento, no nos quisieron atender. Argumentando  el estado de abandono de mi convidado. Apelando a todas las misericordias posibles nos enviaron a comer a la cocina entre menaje y el movimiento de mozos y cocineros que reconcentraron de calor humano nuestra mesa. Fue una ocasión en  la que a  Octavio con modales finos lo vimos comer entusiastamente. Una mente extraviada por los laberintos de la enajenación no pierde, en su esencialidad, la dignidad y el decoro. Mario Navarro, el pintor, que hizo el milagro de hacer visibles a los invisibles me ha dado la razón. Octavio, el Greco, Héctor y todos los habitantes invisibles de la ciudad son como ángeles insomnes cuyos sueños son la letra menuda de los derechos humanos y los recovecos del egoísmo muchas veces disfrazado de felicidad.

Hay un recuerdo grato que me acompaña siempre. La representación navideña en el atrio de la Iglesia San Francisco de Paita. Teddy Montúfar, hizo el papel de San José. Luisa Sánchez, de María. A nosotros nos tocó ser los ángeles que acompañaban el pesebre del niño Dios. Aún recuerdo las primorosas alas hechas con plumajes juntados todo el año. El niño propicio para la ocasión fue Chichi Victoria de algunos meses de nacido. La vieja fotografía es un recuerdo inolvidable. El cortejo angelical tenía su propio parlamento. Tenía diez u once años pero de lo que dije no me olvido: Tenemos el recuerdo indeleble de haber sido, alguna vez en nuestra vida, ángeles de carne y hueso.

Aldo Cango cuenta la historia navideña de un club de madres pobres camino a La Legua que no tenía como celebrar la nochebuena. Dios providente no tuvo reparos en abrir la jaba de un camión de una empresa avícola que iba repartiendo pollos por todo el camino. Las aves caían a la pista y las madres, una a una, tuvieron su provisión de pollo vivo para disipar sus angustias. Fueron como una docena de hogares que tuvo que comer y los pollos saciaron el hambre de los pobres. Todos recuerdan a una de las vecinas que preparó aguadito de pollo y lo repartió, entre los pobres más pobres. ¡Para todos amanece Dios en navidad!.