GUTIERREZ, ARGUEDAS Y LA MEMORIA
Por: Miguel Godos CurayJose María Arguedas, archivo de El Comercio |
La Universidad Nacional de Piura, en
pleno receso de ciclo por evaluaciones estuvo
en auditorio lleno para escuchar a Gustavo Gutiérrez quien a sus 84 no
ha perdido el sentido del humor esa capacidad humana de reírse de uno mismo. El
que no se ríe de sí mismo acaba por convertirse en una criatura amargada sin
frescura intelectual para entender el
mundo, advierte el filósofo. “Llevo
cuatro operaciones en las piernas, primero dos y las otras dos me las hicieron
para que se igualen”. Dice sonriendo. Recordó que estuvo en el primer momento
de la colonización San Lorenzo. Elsa
Fung, recuerda que hizo la primera misa hace medio siglo. En Piura lo recuerdan con gratitud los ayer jóvenes de
la UNEC (Unión Nacional de Estudiantes Católicos) que bebieron de primera de
fuente de lo que significó un compromiso
evangélico profundo. “En la relación con el pobre se expresa la relación con
Dios. Fidelidad es justicia y es santidad.” Es previsible que en su momento
esta prédica y lectura dialéctica del
evangelio provocara conmociones. Gutiérrez, es profundamente humano. Su derrotero en el pensamiento de
Bartolomé de Las Casas es un asomo a la
realidad indiana desde los pechos agitados por el miedo y la búsqueda de Dios liberador.
Uno de los tópicos abordados por Gutiérrez fue su entrañable
vínculo con José María Arguedas (Andahuaylas, Apurímac 1911-Lima,1969) a quien conoció e intimó. La visión
arguediana del Perú sigue vigente. Arguedas fue un testigo. El testigo se nutre
de su memoria personal y de la memoria colectiva. Es lo que finalmente se
vuelca en la producción del escritor. El testigo “no se queda nadando en la
cáscara de la nación” penetra en la vida de su pueblo. Arguedas vivió en
Andahuaylas, Abancay, Puquio, Cusco, Huancayo, Ica, Lima Chimbote y Supe y en este periplo vital como Guamán Poma de Ayala –señala- “he sido un sentenciador de ojos vista”.
La
confesión de Arguedas es muy elocuente: “he vivido atento a los latidos de
nuestro país”. Como antropólogo aguzó su
sentido de observación sin aniquilar en él lo mágico. Antropológicamente se
empapa de vivencias. “yo viví en el ocgllo
(orgullo) de los indios”. En “Todas
las sangres” Arguedas sintió el peso existencial. “He vivido en vano”
prorrumpirá. En “Agua” se sintió “entropado”, comprometido: “solido en ese morro seco, etas tarde lloré
por los comuneros, por sus chacritas quemadas por el sol, por sus animalitos
hambrientos. Las lágrimas taparon mis
ojos (…) y corrí después cuesta abajo, a entroparme con los comuneros
propietarios de Utek pampa.
Arguedas, señala Gutiérrez, encontró limitaciones en el trato humano En “Sueño
del Pongo” emerge esta cuestión “¿eres gente u otra cosa?”. Estos sentimientos
hacen de Arguedas un hombre sensible ante la injusticia y el sufrimiento
que ella causaba. La injusticia “enmugrece” al país. Señaló el escritor con
reiteración. Los comuneros de Utekpampa se sentían “ninguneados” lo dicen la
chichera, la Kurku, pongo Moncada, Esteban. La visión arguediana se torna
compleja en la lectura de la realidad andina y del país. Esta complejidad se
advierte en “Todas las sangres”. Los negros, los mestizos e indios son
maltratados. Esta visión de país es la de los últimos de la sociedad. Leer la
historia, por ello refresca la conciencia. Abre la memoria. El mal de este país
-dice Ernesto personaje de los “Ríos
Profundos”- “a los indios les han hecho
perder la memoria”. Un pueblo sin memoria es un pueblo débil. El presente del
pasado es aquello que nos quiere arrebatar el neo liberalismo amnésico y
desmemoriado.
Arguedas volcó que quechua la
sabiduría y arte del Perú criollo. “El caudal del arte y la sabiduría de un
pueblo que se consideraba degenerado, debilitado o extraño e impenetrable”. La
memoria está ligada a la identidad personal y colectiva. Las Casas, recuerda
que la historia es “maestra de la vida” y “vida de la memoria” No es un
recuento de la historia sino el pasado sobre el que se proyecta el futuro.
Esa proyección se nutre de la
esperanza. Hay quienes sostienen
que Arguedas era un hombre
depresivo. Lo era. Pero sus escritos últimos reflejan que era un hombre que proyectaba alegría y vitalidad. Sucede
que en los umbrales de la conciencia hay rincones impenetrables de los que no
se puede hablar. En carta al Rector de la Universidad Agraria escribe “el
Perú es un cuerpo cargado de poderosa sabia ardiente de vida, impaciente por
realizarse”. Leer Arguedas o releerlo es
una necesidad, sobretodo cuando, como en los tiempos del Virrey Toledo, nos
quieren dejar sin memoria. El memorioso Gustavo Gutiérrez Merino recordó que su padre siempre
mencionaba a los parientes piuranos. Los Merino que tienen en el pintor
luminoso un motivo personal de orgullo. Gustavo es un teólogo dialéctico y un
pensador lúcido como el sol de Piura.
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