sábado, 11 de agosto de 2012


GUTIERREZ, ARGUEDAS Y LA MEMORIA
Por: Miguel Godos Curay

Jose María Arguedas, archivo de El Comercio
La Universidad Nacional de Piura, en pleno receso de ciclo por evaluaciones estuvo  en auditorio lleno para escuchar a Gustavo Gutiérrez quien a sus 84 no ha perdido el sentido del humor esa capacidad humana de reírse de uno mismo. El que no se ríe de sí mismo acaba por convertirse en una criatura amargada sin frescura intelectual  para entender el mundo, advierte el filósofo.  “Llevo cuatro operaciones en las piernas, primero dos y las otras dos me las hicieron para que se igualen”. Dice sonriendo. Recordó que estuvo en el primer momento de la colonización San Lorenzo.  Elsa Fung, recuerda que hizo la primera misa hace medio siglo. En Piura  lo recuerdan con gratitud los ayer jóvenes de la UNEC (Unión Nacional de Estudiantes Católicos) que bebieron de primera de fuente de lo que  significó un compromiso evangélico profundo. “En la relación con el pobre se expresa la relación con Dios. Fidelidad es justicia y es santidad.” Es previsible que en su momento esta  prédica y lectura dialéctica del evangelio provocara conmociones. Gutiérrez, es profundamente  humano. Su derrotero en el pensamiento de Bartolomé de Las Casas  es un asomo a la realidad indiana desde los pechos agitados por el miedo y la búsqueda  de Dios liberador.

Uno de los tópicos  abordados por Gutiérrez fue su entrañable vínculo con José María Arguedas (Andahuaylas, Apurímac 1911-Lima,1969)  a quien conoció e intimó. La visión arguediana del Perú sigue vigente. Arguedas fue un testigo. El testigo se nutre de su memoria personal y de la memoria colectiva. Es lo que finalmente se vuelca en la producción del escritor. El testigo “no se queda nadando en la cáscara de la nación” penetra en la vida de su pueblo. Arguedas vivió en Andahuaylas, Abancay, Puquio, Cusco, Huancayo, Ica, Lima Chimbote y Supe  y en este periplo vital  como Guamán Poma de Ayala –señala-  “he sido un sentenciador  de ojos vista”.

La  confesión de Arguedas es  muy  elocuente: “he vivido atento a los latidos de nuestro país”. Como antropólogo  aguzó su sentido de observación sin aniquilar en él lo mágico. Antropológicamente se empapa de vivencias. “yo viví en el ocgllo

(orgullo) de los indios”. En “Todas las sangres” Arguedas sintió el peso existencial. “He vivido en vano” prorrumpirá. En “Agua” se sintió “entropado”, comprometido:  “solido en ese morro seco, etas tarde lloré por los comuneros, por sus chacritas quemadas por el sol, por sus animalitos hambrientos. Las lágrimas  taparon mis ojos (…) y corrí después cuesta abajo, a entroparme con los comuneros propietarios de Utek pampa. 

Arguedas, señala Gutiérrez,  encontró limitaciones en el trato humano En “Sueño del Pongo” emerge esta cuestión “¿eres gente u otra cosa?”. Estos sentimientos hacen de Arguedas un hombre sensible ante la injusticia y el sufrimiento que  ella causaba. La injusticia  “enmugrece” al país. Señaló el escritor con reiteración. Los comuneros de Utekpampa se sentían “ninguneados” lo dicen la chichera, la Kurku, pongo Moncada, Esteban. La visión arguediana se torna compleja en la lectura de la realidad andina y del país. Esta complejidad se advierte en “Todas las sangres”. Los negros, los mestizos e indios son maltratados. Esta visión de país es la de los últimos de la sociedad. Leer la historia, por ello refresca la conciencia. Abre la memoria. El mal de este país -dice  Ernesto personaje de los “Ríos Profundos”-  “a los indios les han hecho perder la memoria”. Un pueblo sin memoria es un pueblo débil. El presente del pasado es aquello que nos quiere arrebatar el neo liberalismo amnésico y desmemoriado.

Arguedas volcó que quechua la sabiduría y arte del Perú criollo. “El caudal del arte y la sabiduría de un pueblo que se consideraba degenerado, debilitado o extraño e impenetrable”. La memoria está ligada a la identidad personal y colectiva. Las Casas, recuerda que la historia es “maestra de la vida” y “vida de la memoria” No es un recuento de la historia sino el pasado sobre el que se proyecta el futuro. Esa  proyección se nutre de la esperanza.  Hay quienes  sostienen  que  Arguedas era un hombre depresivo. Lo era. Pero sus escritos últimos reflejan que era un hombre  que proyectaba alegría y vitalidad. Sucede que en los umbrales de la conciencia hay rincones impenetrables de los que no se puede hablar.  En carta  al Rector de la Universidad Agraria escribe “el Perú es un cuerpo cargado de poderosa sabia ardiente de vida, impaciente por realizarse”. Leer Arguedas  o releerlo es una necesidad, sobretodo cuando, como en los tiempos del Virrey Toledo, nos quieren dejar sin memoria. El memorioso Gustavo Gutiérrez  Merino recordó que su padre siempre mencionaba a los parientes piuranos. Los Merino que tienen en el pintor luminoso un motivo personal de orgullo. Gustavo es un teólogo dialéctico y un pensador lúcido como el sol de Piura.

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