sábado, 25 de febrero de 2012

CONVERSACIONES SOBRE FILOSOFIA Y POLITICA


Por: Miguel Godos Curay

Advierte, el ensayista y economista francés, Alain Minc que la figura de los pensadores magistrales se ha extinguido y el último de estos intelectuales con vigor argumental fue Sartre. En el Perú nos pasa lo mismo. De los políticos consistentes como Luis Alberto Sánchez, Ramírez del Villar, Cornejo Chávez y el propio Barrantes Lingan. Vivimos un ciclo de precariedad intelectual en donde quienes fungen de políticos no piensan lo que dicen o no tienen nada que decir. Añade Minc que la red ha acabado con la intelligentsia hoy predomina el anónimo. No nos extrañe por ello la torpeza para el diálogo de muchos dirigentes políticos que buscan, alimentan y viven del griterío en donde razonablemente no se pueden expresar las ideas.

El colmo, resulta que conviertan en método de supervivencia la perturbación del orden público. A ellos acompaña siempre un supino maniqueísmo, no saben disentir. Y como son incapaces de procesar serenamente las discrepancias aúllan como lobas. Si se analiza sus discursos, huecos y vacíos, la secuencia ilógica es sencilla. Un grito tribal de guerra, una demanda insatisfecha pronunciada entre monsergas inconexas y finalmente una fulminante descarga de adrenalina que provoca tal incoherencia entre lo que se dice y piensa. El incoherente mensaje no se entiende. Un ladrido en la jauría.

Esta es la inveterada práctica de muchos dirigentes ávidos del flash fotográfico, del escandalote y de los micrófonos de la radio en donde no reparan en repetir sus discursos fofos. El otro día replicamos a uno de estos gratuitos energúmenos que si a él se le pagara por la evaluación del rendimiento de sus alumnos. Se quedaría sin paga. La desconexión entre lo que se dice, a gritos, y se hace es una característica de este revejido liderazgo que emerge nuevamente ante la ausencia de líderes, éticos, coherentes e inteligentes. Las bestias pardas se erigen como jefes de manada cuando el resto de la comunidad no tiene la capacidad de frenar en seco la demagogia, la intolerancia y el abuso.

Aquí también se aplica el sentido genuino del precepto que señala “por sus frutos lo conoceréis”. Son estériles como la higuera. Su currículo es un prontuario inagotable de marchas callejeras, griteríos, afrentas, ataques arteros que exhiben con orgullo ante sus alumnos. A quienes confunden con este ritual manido de inaudita brutalidad. Nuestros viejos líderes sociales eran personas íntegras, honestas y con una capacidad de persuasión en su discurso. Hoy se ha pervertido el sentido del diálogo y la lucha social.

Responsables de su existencia, sin embargo, somos todos los que permitimos que acaparen espacios sin reparar que muchas veces confiamos a ellos la educación de nuestros niños y adolescentes, quienes no tienen la capacidad de decir ¡alto! a estos discursos descascarados y carentes de razón. En buena hora, frente a ellos no queda sino exigirles sosiego y que con serenidad expongan sus ideas. Sucede sencillamente que quien no tiene la costumbre de exponer ideas, le cuesta pensar y expresarlas con palabras. Porque bien podríamos decir que aunque las bestias se vistan de seda, bestias se quedan. Wittgenstein, puntualiza con sencillez: cuando no se puede hablar racionalmente mejor no hay que hablar.
Foto: Alain Minc

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