domingo, 15 de agosto de 2010

LA MILAGROSA SEÑORA DE PAITA


Por: Miguel Godos Curay
El frío se siente a bordo de la “Merceditas” a medida que el bote se aleja de la playa el mar se torna ondulado. El patrón conduce el timón en plena madrugada, la intrépida nave bambolea en las risueñas aguas del Pacífico. Gaviotas, piqueros y cormoranes asoman en vuelos raudas sobre las aguas.El aroma de mar se torna penetrante. Desde el océano Paita parece un concierto de luciérnagas. Los pescadores en plena noche oran a la Virgen de las Mercedes “La mamita nos preserva de todo mal”, “la Virgencita atiende a nuestras familias”, “la mamita Meche, la virgencita milagrosita”. Mis abuelas y mis tías, que nunca pensaron mudarse de Paita, pidieron en vida ser amortajadas con el escapulario mercedario. Todos ellas, poco antes de partir, refirieron que habían soñado con la procesión interminable de la Mechita, “como un reina la Virgen iba en medio de cientos y miles de cirios encendidos y se escuchaba el Salve Regina Mater Misericodiae…”. Por eso su muerte fue dulce como el corazón de María. Stella Maris, Estrella de los Mares, Estrella de la Evangelización. fue el piropo encendido de amor que al besarle las manos pronunció Juan Pablo II. “La Mechita,”la chinita” está en la punta de la lengua y en los labios de los pescadores y pescadoras, estibadores, jóvenes y viejos, robustas cebicheras y trotamundos cuenta historias destetados con agua de mar.

Es una chinita de rostro inolvidable. Su mirada se siente sobre los ojos. Hay días en que se alegra otros entristece. Ante ella muchas veces se arrodilló para despedirse en sus trajinadas travesías el pequeño Miguel Grau. Lo mismo hicieron los hermanos Cárcamo del barrio de pescadores de la Punta. Noel y Lastra, los Chanavá, los Chumo, los Herrera, los Castillo los Laynes y muchos otros marineros que recorrieron los siete mares. La propia Manuelita Sáenz perteneció a su cofradía y junto con las paiteñas cumplió con el ritual del vestido de la Virgencita. Tiene los ojos almendrados y según a refieren los curiosos en sus pies siempre se encuentra arena fresca de mar. Doña Manola Sáenz le regaló el Niño Dios que le acompañaba a sus pies en todas las procesiones de antaño.

La Mechita tiene un tajo en la garganta a consecuencia de un sablazo que le propinó salvajemente el corsario inglés George Anson un 24 de noviembre de 1741. El Corsario incursionó en plena madrugada a bordo de sus bajeles. Anson dirigía el ataque desde “El Centurión”. Después del asalto el puerto quedó destruido. En tres días terribles, de dolor y llanto, todo quedó reducido a escombros por el fuego. Los papeles del Cabildo. Los ranchos de quincha. Algunas embarcaciones que estaban surtas en la bahía fueron echadas a pique. Sólo quedaron en pie las dos iglesias protegidas por la compasión de los indios. Lo que no impidió que también fueran saqueadas. En una de ellas se mantuvo a 80 vecinos principales prisioneros. La famosa prosperidad de los porteños se hizo polvo y ceniza En aquel entonces recalaban en Paita todos los navíos con valioso cargamento procedente de Portobelo (Panamá). La mercadería fina iba por tierra hasta Lima, la gruesa, por mar, rumbo al Callao. Paita era un hormiguero humano y a pesar de su aspecto destartalado disfrutaba de prosperidad comercial. Ahí se proveían de agua y brea de Amotape los carcomidos barquichuelos.

En aquella noche nefanda la venerada imagen fue conducida a bordo como trofeo de guerra. En ese mismo instante una espesa bruma se apoderó de Paita y el mar tranquilo como una tacita de té de pronto se tornó agitado. Las olas bramaban como caballos salvajes. Los tripulantes temerosos rogaron a Anson que devolviera al mar la imagen, temerosos de un divino castigo. El que en efecto se produjo. Refieren los cronistas que la bandera de Anson se mantuvo intacta en los mástiles. Pero su flota, con el recuerdo del crimen perpetrado en Paita, retornó a Londres arrasada por el hambre y el escorbuto. Su esplendido botín no alcanzaba en cuarenta carretas para sacarlo del puerto. Dicen que en la corte causaban codicia y risa sus trofeos: oro de sagrarios, plata de altares y ornamentos, todo objeto de curiosidad y valor había sido embarcado. Desde pelucas empolvadas hasta calzones bordados habían sido arrebatados para contento de su majestad. El botín llegó pero a los tripulantes no les quedó la consolación del disfrute sino el morir. Estaba naciendo el Imperio Británico. Como apunta Galeano: “El capitalismo adolescente, embestidor y glotón, transfigura lo que toca”.

Días después, indios paiteños y colanes dedicados a la pesca la encontraron en la playa y la condujeron hasta su templo en procesión. Junto a ella se encontró una concha gigantesca de la especie de los taclobos con abundante comida. Sus dos valvas enormes surten hoy de agua bendita a los feligreses y son un patente milagro del fervor religioso de Paita. Refieren las crónicas que el sabio la Condamine, el que midió el Ecuador, en 1735, pagaba su peso en plata pura y los porteños rechazaron esta oferta. Otros quisieron exhibirlas como rareza en la Exposición Universal de París de 1889 pero a nadie le pareció buena la idea. Ahí están para la admiración de todos, en especial de los incrédulos y sin duda son un vivo testimonio de un milagro que se repite cada 24 de septiembre.

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