sábado, 10 de mayo de 2008

EL ATLETISMO DE LA DIGNIDAD SE LLAMA MAMA


Por: Miguel Godos Curay

Durante la guerra con Chile muchas madres patriotas ofrendaron a sus hijos por la patria y con espartana firmeza se vistieron de luto entero mientras duró la ocupación de la patria. En este Perú de desigualdades fácilmente nos olvidamos de esas madres heroicas que sostienen a sus familias en las escarpadas alturas del Perú profundo. Geológica contradicción. Nos resistimos a creer que el Estado Peruano, adherido a los Objetivos del Milenio, se resista a reconocer los beneficios de la seguridad social para esas manos generosas que sostienen el Perú con su esfuerzo. Y las madres de este país que con energía humana movilizan a la patria siguen respondiendo con humildad a las encuestas censales: “el que trabaja es mi marido yo me dedicó a las tareas de la casa”. Profesión u ocupación: “ama de casa”, “su casa”. Tarea que diariamente importa catorce a quince horas de trabajo con nombre propio y que las propias mamás ocultan con un desborde de amor y humildad.

Las madres del Perú aquellas que no han descubierto aún las cumbres. Son un derroche de fecundidad humana. Son verdaderas atletas de la dignidad y el decoro. Gracias a su alquimia prodigiosa nutren con amor ahí donde la sopa carece de la proteína necesaria. No han sido condecoradas con la Orden del Sol pese a que enfrentan la pobreza trabajando, sin tregua, en los campos, en las plazas y en los mercados buscando un sol de sol a sol. Pese a que no han sido incorporadas al sistema formal de educación, su sola preparación convertiría en una nación de titanes al Perú y haría de la salud un problema resuelto.

Mientras los machos beben para olvidar las penas, muchas mujeres se esfuerzan silenciosamente para transformar a sus hijos. Muchas tareas le han sido prohibidas y los esfuerzos para la educación de las mujeres aún importan sangre sudor y lágrimas. Poco a poco, silenciosamente, se forman con discreción en las universidades y demuestran que son mucho más responsables y solidarias que los varones. Pero aún hay que acabar con los machistas prejuicios de quienes creen que una mujer profesional nutre su inteligencia para colocar el diploma en la sala de su casa. ¡Mujer del Perú el futuro de la patria está en tus manos.! Y ya es hora que sin demagogia la República se gobierne por tu mano.

Aun son discriminadas y quienes dicen defender los derechos de las madres con la palabra las atropellan sin indulgencia con sus obras. “Se necesita trabajadora del hogar cama adentro”, “Charapita estrechita ofrece masajes antistress”, “se necesita jovencitas de 18 que deseen ganar 200 diarios”. Son avisos denigrantes que publican las páginas de avisos económicos de los diarios. Y no nos llama la atención. Decimos que amamos a mamá pero no tenemos ningún reparo en convertirla en publicitario artefacto. Hemos creado la infelicidad general para quienes no pueden adquirir una “olla arrocera” o un regalito que recuerde que tenemos mamá para rato. Así estamos y por los vericuetos del artificio andamos.

Hoy ríos de cervecita helada y abundante arroz con pato, invocaran su nombre. Poesías irrepetibles como la del hijo que implora con el brazo mutilado una caridad para su viejita. O el triste vals que dice “llevando a un pobre niño sujeto de la mano…” O aquel pasillo torturador que dice: “Cementerio…cementerio devuélveme a mi madre…”. Acompañaran nuestra evocación más sentida de mamá. Quienes llevan la ilusión por dentro son esos hijos diminutos que durante las últimas semanas aprendieron versitos que hacen brotar lagrimones a las abuelas. Los cementerios se poblarán en esta ocasión para tributar gratitud al recuerdo. Todo ello para honrar su memoria. La memoria de esa vieja con sienes coronadas de plata o esa sonrisa que nos acompaña siempre.

Es el día de mamá. “Ese sol que está naciendo o ese río que se va” como dice la canción que es adhesión de los hijos. Nuestro tributo de gratitud a las madrecitas ausentes y a las presentes. A las que pueblan las redacciones de los diarios, a las que son luminarias en sus escuelas. A las que trabajan dejando su vida a pocos en este oficio divino y humano, tan poco reconocido por el gobierno, de hacer grandes a sus hijos.

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