domingo, 24 de diciembre de 2017

CANTARES DE NOCHEBUENA

Abuela huanca con sus Niño Dios que le acompaña siempre en su soledad. En
reciprocidad al afecto lo saca a pasear por las calles de Lima.
Por: Miguel Godos Curay

Los arrullos cantados al Niño Dios en  Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú son anónimos. Los poetas populares los repiten de boca a oreja. Basta que los cantores los preserven en su memoria para hacerlos suyos o añadirles algunos aderezados versos propios. El cantar es espontáneo y se crea y recrea en la boca del juglar. El nacimiento de Jesús, por eso  sigue siendo motivo de peregrinaciones en donde comparsas de pastores recorren en los barrios los tradicionales nacimientos y rituales celebratorios. En las grandes urbes luces de neón en los recónditos rincones retazos de añeja tradición. 

Alfonso el Sabio en 1270 acopió manuscritos de los cantares populares los que deberían preservarse en la cámara regia para servir de viva inspiración a los cronistas a la hora de escribir la historia oficial. Gracias a esta previsión Alfonsina llegaron hasta nuestros días las cantigas recogidas en los cancioneros populares. Esta cultura oral trashumante se conserva aún en los villorrios más apartados del continente.

Algunas mantienen su naturalidad poética, su religiosidad ínsita y un buen humor y  jocoso y sin agravio. Los “miaditos” del niño  basta recordar no son otra cosa que la chicha y aguardiente que se consumen para la ocasión. Para los niños chicha de maní y mazamorras, pasteles del panadero del barrio y dulces de recetarios antiquísimos. Los panetones son de factura reciente. El pavo se consumía ayer con pastel de fuente aromado de canela por las abuelas. El chocolate  en tejas  venía de Loja o de Jaén y se encargaba con tiempo. Se batía con molinillo y al enfriarse quedaba recubierto con su costra de mantequilla.  Pese a los arrebatos de la modernidad, las luces coloridas y los villancicos registrados por la electrónica vive la tradición. Jackobson, advierte, que estas expresiones populares de la oralidad son genuinos tesoros de la lengua.

Los arrullos acompañan al Niño Dios, los entonan grandes y chicos. Son el complemento de los juegos infantiles. Estos arrullos compilados en el sur del Ecuador recorren también el norte del Perú. Los arrullos forman parte de esta tradición, son la respuesta  creativa al llanto del niño que llora. Otros son los “lloros” por el difunto ausente, la viuda o las plañideras convocadas refieren entre lágrimas y sollozos las virtudes y en algunos casos los defectos del difunto. También se acostumbran para despedir el Año Viejo exorcizándose  de sus cotidianas tragedias. En el mundo andino el canto y el jolgorio acompañan la siembra, las cosechas, los nacimientos, los matrimonios y la propia muerte. Esta compilación de arrullos corresponde a  Aragua (Venezuela) y a Macará (Ecuador)


-Señor San Joaquín
Señora Santa Ana
 acuésteme el niño
 que quiere dormir.

 –Señor San Joaquín
 señora Santa Ana
 porque llora el Niño?
– Por una manzana-

-Yo le daré una
 yo le daré dos
 una para el Niño 
y otra para vos- (Aragua)

La mata de higuera
florió en nochebuena.
como es tan hermosa
flores de azucena,

Hoy con tantas flores
los campos se alegran
los serafines cantan:
¡María gracia plena!.

A rru-rru mi niño
que parió la vaca
cinco borriquitos
y una garrapata.

No llore mi niño
no llore mi amor
que tu madre vela
con todo su amor. (Macará)

En la franja costera el Niño Dios se asocia también  con el Niño climático de la corriente cálida y el inicio de las lluvias que desbordan  las torrenteras. En las estribaciones andinas la navidad marca el inicio del invierno y el advenimiento de las lluvias con las que se inician las siembras. Dice el verso: “…las aguas bajan turbias/ ríos y fuentes también”.

“ Ya se va la Virgen pura
de viaje para Belén,
Y en la mitad del camino
Pide el Niño agua pa beber.

No te puedo dar, mi vida,
No te puedo dar mi bien;
que las aguas bajan turbias
ríos y fuentes también. (Cali)

Este niño tiene sueño
muy pronto se va a dormir
tiene un ojito cerrado
y el otro no puede abrir. (Quito)

Dulce, dulce nombre
nombre de Jesús
que en mi vida sea
tu nombre mi luz.

Agua, Dios agua,
Agua, por amor de Dios
Agua para los que te aman
y te veneran a vos. (Bolivia)

Los indiecitos pastores
trigo y quinua llevarán
José y la Virgen María
buena chicha tomarán.

Al niño Dios le llevamos
un ponchito de color
un chullito muy serrano,
botincitos de algodón.(Perú)

De la flor nace la rama,
de la rama nace la flor.
De la flor nace María
y de María, el Redentor. (Perú)

¿Qué tiene ese niño?
Con tanto llorar
querrá que le traigan
miguitas de pan.  (Sullana)

Como escribe el poeta Teodoro Garcés Negrón:

“El río Piura viene
como el Niño, en Navidad;
el río Piura juega
Como un joven Carnaval;
y el río de Piura muere
cansado de trabajar,
explotado por los dueños
de este vasto algodonal”.


En Ecuador y Perú era antes una arraigada costumbre la quema del año viejo y para ello  en esta despedida se escribían los testamentos que no eran otra cosa que un señalamiento colectivo de los errores del alcalde y de las malas costumbres de vecinos y ciudadanos. El testamento se leía en voz alta y con gran expectación por las ocurrencias y el tono satírico que deslizan los menudos folios de la voluntad del año agonizante. Ayer los testamentos del año viejo eran un verdadero azote de alcaldes y regidores. Y su contundencia era mayor que los hoy informes municipales de gestión.

No les dejo nada
a mis abogados
porque ya se quedan
bien acomodados.

Dejo a los rateros
que por caridad
les den posada
a los de la seguridad.

Ganas no me faltaron
de llegar a ser presidente
otros ya  se alzaron
los reales y  el billete.

Como por millones
me tiré plata ajena
escribo mi testamento
desde la Nochebuena. (Quito)

Arrullos, villancicos y testamentos son parte de esas expresiones intensas y sentidas de la cultura popular. Oracionales de difuntos, la celebrada “Salve de la vacas” entonada al filo de la madrugada en los velorios de Santo Domingo, Frías y Chalaco. La mágica oración para volverse invisible, o la tantas veces invocada para encontrar cosas extraviadas y perdidas. Son lo poco queda de un universo fascinante en donde  el  Niño Jesús sobrecoge e ilumina concepciones del mundo y relatos del imaginario andino. En las aldeas alejadas del vértigo urbano, abuelas y nietos, en el fogón de la cocina recogen flor de ceniza para arrojarla en el suelo con la inefable certeza que en ella quedarán registradas las dulces pisadas, las huellas del Niño Dios.


En la foto que ilustra esta nota aparece una venerable anciana huanca que en pleno siglo XXI me sorprendió en esa Lima de encantos y de brumas con su Niño Dios. “Mi fiel compañerito no me deja sola”.  Ella lo saca a pasear porque  es callejerito y se contenta. Lo abriga, le canta, lo pasea y le habla. Según refiere recorre la casa. “Me socorre en la necesidad y me acompaña. Mis hijos mayorcitos ya se fueron.  El niñito me acompaña. Yo le doy gracias a Dios por ese noble gesto”. Me permitió con admiración registrar esta foto. Y  Jesucito me sonrió. Lo ven.

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