Por: Miguel Godos CurayLa sagrada familia. Mi madre Delia, mis hermanas Mary, Wendy, mi padre Juan José,Diana
y Eliana cerca al Toril en Paita.
Siempre
nos han conmovido las tradicionales celebraciones del día de las madres. A
todas las recordamos con gratitud y ternura. Los mercados se llenan de flores y
presentes con el propósito de convertirse en recados del corazón. Allá en los camposantos de Morropón en el
Alto Piura se escuchan las notas sentidas del triste de Carmencita Lara: “Cementerio,
cementerio/ Devuélveme a mi madre/Cementerio, cementerio/ Devuélveme a mi madre”
/ “Abre pronto esas rejas/ Señor sepulturero/Abre pronto/Que quiero/ Rezarle a
mi madre. /Y ponerle estas flores/De blancas azucenas/Y coronas hermosas/ Que
adornarán su altar”.
A
moco tendido duelen los recuerdos y brotan del alma sentimientos profundos.
Allá en los valles en donde reverdecen umbríos higuerones y nogales nadie parte
del lar querido sin la bendición de su madre. Y en la ausencia se sienten las
letras de yaravíes y pasillos. En las urbes modernas tapizadas de asfalto la
evocación sonríe con Palito Ortega y la letra de ese himno alegre: Se parece a
mi mamá: “Esa flor que está naciendo/Ese sol que brilla más/Todo eso se parece/Se
parece a mi mamá. Los coros escolares conmueven a las madres arrobadas por el
sentido homenaje de sus hijos. Guardo en la memoria gratos recuerdos de la flor
roja en el pecho por las madres presentes y blancas para las ausentes. No
olvido mis visitas de reportero al Asilo de Ancianos en donde la sonrisa de las
abuelas olvidadas rompe el alma.
La
existencia y la vida misma es un largo historial de madres y abuelas generosas
e inolvidables cuyas bendiciones resuenan en los oídos. Su alegría es como la
de los tradicionales dulces elaborados con recetas mágicas irrepetibles. No
faltan los encargos de un Almanaque Bristol para marcar las lunas llenas y
seguir al pie de la letra el santoral que hoy nos hace falta. Sus ritos secretos
para quitarte el aire, detener los sobresaltos del hipo o santiguarte para
conjurar el ojo y el chucaque. Eficaces curas que la modernidad aplasta porque
no las entiende. La tecnología narcotiza la inteligencia infantil con el
dispositivo celular. Un consuelo cojudo para deformar la curiosidad infantil.
Antes nuestros churres se entretenían observando a las hormigas en su tráfico
interminable. Las sampapalas atadas a un hilo emprendían vuelo mejor que un
dron. Acariciar la tierra como los alfares era una experiencia inolvidable.
Amarrar un anzuelo una habilidad extraordinaria. Atrapar lagartijas una carrera
interminable. Y caminar sin zapatos un sosegado tributo a la libertad.
Nuestras
madres nos protegieron siempre con sus oraciones, acariciando sueños con sentimientos
conmovedores. Al nacer nos ceñían con pañales para que no se deforme el cuerpo.
La lactancia siempre fue una obligación natural. La nodriza de lata es un
invento reciente y la vacunación una obligación recomendada por el médico de la
familia. El sexo no tenía matices como hoy: se nacía hombrecito o mujercita con
nombre cristiano de un santo o santa protectora. Los nombres bíblicos hoy permanecen
arrinconados. Se utilizan sustantivos exóticos extraídos del inglés, el turco,
el japonés y el árabe de personajes de las telenovelas.
Muchas
madres, por exigencias de la economía, trabajan y redoblan tareas para ayudar a
sostener sus hogares. Comparten el trabajo fuera de casa con las tareas propias
de la familia. La mujer, madre y esposa, con formación profesional o sin ella,
enfrenta, en muchos casos, la discriminación y exclusión prejuiciosa. En el
Perú cada vez es mayor el número de madres con formación universitaria que
comparten su actividad profesional con la política y novedosos emprendimientos.
Sin embargo, falta aún una activa protección del Estado y la sensibilidad de la
empresa privada.
Somos
parte de una familia numerosa con once hermanos. Cuando contemplamos la olla
que nos mantuvo en pie rendimos homenaje de admiración a las cucharas de palo y
a los cántaros con agua fresca. La cadena de solidaridad familiar no se
extingue y los jeans del hermano que crece pasaban al de la continuidad de la
serie sin miramientos. El sentido de la familia empezaba en madres nutridas de
un genuino y proverbial fervor cristiano. La vida es siempre una escritura preciosa
en los aparentes renglones torcidos de Dios. En todos esos trazos está siempre presente
la mano de mamá.
Alguna
ocasión recorriendo los villorrios del sur del Ecuador nos causó admiración la
cantidad de monumentos, parques y plazas dedicadas a la madre “símbolo vivo de
la patria que educa, se cultiva y crece”. En otros había sentidos versos como
el del poeta Francisco Febres Cordero: “Mamá te dije siempre, desde antes/que
aprendiera a hablar”. “Siempre estuviste/presente en las ausencias/porque lo se
lleva dentro el alma/ nunca se podrá olvidar”. En la Biblioteca Municipal de
Piura hay una escultura de Víctor Delfín en terracota dedicada a la madre. Es
un símbolo perenne a la mujer cerca al cultivado jardín donde reposan las
cenizas de una madre y bibliotecaria inolvidable: Anahí Baylon. Las manos que
mecen la cuna acarician el futuro de la Patria.
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