domingo, 8 de septiembre de 2024

LA UNIVERSIDAD CON LA QUE SUEÑO

 Por: Miguel Godos Curay


La universidad con la que sueño es morada del conocimiento, la investigación, libre pensamiento y edita producción intelectual. Su fin cardinal es el servicio indeclinable y desinteresado a la sociedad formando profesionales responsables con su familia y el país. No es un pingue negocio para llenar billeteras. Ni un arrebato publicitario encanto de serpientes. Ahí se forman las inteligencias, el capital más valioso de una comunidad en la sociedad del conocimiento, sin discriminación  ni distingos.

Ahí se piensa y cogita medularmente en el Perú para la superación de sus eventuales contradicciones y problemas. Ahí se confrontan posibles soluciones a sus urgentes necesidades  porque lo imposible es pérdida de tiempo.  Ahí se nutren las inteligencias para servir al país y cimentar con los ladrillos del esfuerzo la esperanza en una vida mejor. Ahí se da el mejor uso a  los dineros que provee el erario que son patrimonio común y no un festín privativo de nadie. Es insoportable, por eso,  el dispendio, el cohecho y la concusión en todas sus formas porque se priva a la juventud peruana de su bien más preciado: una formación digna y decorosa inspirada en una formación humana democrática y responsable sustentada en una conciencia civil y no en una verticalidad arrogante y mafiosa.

La universidad nutre en sus aulas las conciencias, no las deforma con farsas y engañifas. Antepone el bien común en todas sus decisiones. No es un feudo y una despensa abierta para la coima y el arrebato criminal. Disponer de edificios y aulas limpias no es suficiente sino se tiene integridad moral e inteligencia dispuesta a compartir conocimientos verdaderos. Siendo las más pura expresión de la pluralidad   y diferencias construye la unidad para sacar al país y región de la pobreza. Su misión es coordinar no reemplazar las iniciativas y actividades libres de los ciudadanos. Por eso se conecta con la sociedad civil y todos los actores como una valiosa contribución al bien común. Presta su concurso a las empresas y actividades productivas para superar las deficiencias y mejora de procesos con una reciprocidad de beneficios. La universidad no puede sustraerse a la custodia del bien común en todas las esferas de su competencia. Educación, investigación, mejora y formación de las personas.

No puede ser remilgo de engreídos ni arrogancia de los presumidos que nunca leen la última edición de la producción editorial de ciencias y humanidades. No es superlativa vanidad del académico petulante que rehúye la tutela física y moral de sus alumnos. Son inherentes a sus obligaciones académicas la instrucción tecnológica, el aprender haciendo impulsando a sus discípulos a un empleo digno. Una formación teórica inaplicable es perentoria y efímera cuando no se traduce en realización humana. Advierte Savater, tener autoridad, no solo es mandar. Etimológicamente la palabra proviene de un verbo latino que significa “ayudar a crecer”. Si crecen los alumnos engrandecen a sus formadores depurando sus defectos.

Creo en una universidad  con sus urgencias atendidas, dotada con servicios imprescindibles y necesarios por respeto elemental  a la persona humana. Creo en la universidad en donde nunca se cierran las bibliotecas porque  el trabajo intelectual no tiene cortapisas ni límites. Creo en la universidad en donde profesores y alumnos leen hincando codos y en donde los laboratorios nunca se cierran porque  son el hogar de los científicos. Los laboratorios cerrados son la incompetencia pura y desnuda. Un embuste para dilapidar presupuestos y engatusar estudiantes.

La universidad de mis sueños es en esencia plural pues necesita la confrontación de las diferencias en busca de la verdad. Se nutre en los manantiales de la ética y la moral. Está al servicio del bien común y se irrita cuando este fin se pervierte y muda el camino dirigido por los recovecos del beneficio personal o de grupos. Una universidad sin valores es un faro sin luz sumergido  en las tinieblas de la ignorancia. No marca  la dirección correcta, extravía el norte preciso de sus integrantes. La universidad es lo que no es. No es cofradía podrida, botín apetitoso, negocio prohibido y favor de los insulsos. Siendo sus aulas, bibliotecas y laboratorios el espacio para el conocimiento se crea y recrea en la conversación inteligente en los pasillos. No se ufana de los protocolos coloridos de las solemnes apariencias. Esta primero su irrenunciable afán de servicio. Una es la vieja tradición académica continuadora de los ritos universitarios. Otra la inaudita huachafería.

Siendo enromes sus edificios no renuncia  al esplendor de la naturaleza  y los árboles cuyo umbrío oxígeno refresca los cerebros. Los servicios para el sostenimiento de los alumnos son una asistencia para los que menos tienen. No un reparto de beneficios entre áulicos y compinches. Su tarea primordial es ese diálogo permanente entre los que saben y los que aprenden, entre los que crean y se adentran en la ciencia con el vigor poderoso de la inteligencia. Necesita de la libertad de cátedra y el elemental respeto a las conciencias. Una universidad se nutre en las bibliotecas equipadas, con libros de reciente producción editorial. Mostrar su producción intelectual editada es el elemento constitutivo esencial de su ser. Una universidad que no lee ni escribe es un cascarón despojado de inteligencia y humanidad. Una  universidad  que cierra las puertas  al arte  se niega a sí mismo. Una universidad que no fomenta el deporte y sana recreación se entumece. Una universidad que no practica lo que enseña renuncia a sí mismo.

Hay quienes confunden  a la universidad con los edificios en donde la comunidad académica se alberga. No es así. La universidad en plenitud de sentido es la comunidad viva de maestros y alumnos. Es un diálogo, no un monólogo sin dirección ni sentido negación de la existencia y renuncia a su esencia. Un estúpido afán en sí mismo cuyo antónimo es el esplendor inteligente. La universidad está al servicio de la comunidad de docentes decentes y estudiantes que forma. Es siempre poderosa y temible porque construye el cambio y la transformación social.

Ingrediente esencial en sus aulas, en los pasillos, en el gobierno y conducción esplendida son los maestros y profesores. Pero  también los servidores administrativos que activan una cadena paralela de servicios para el buen funcionamiento.  La cogitación, reflexión activa, involucra a todos en especial a los que en su diálogo motivador invitan a las inteligencias juveniles a pensar críticamente y crecer. Rompen el conformismo placentero y transforman a las personas. Leen y enseñar a leer. Despiertan en cada alma el espíritu  emprendedor  para el cambio social y las mejores condiciones de vida. Para la realización personal libre sin ataduras ni dependencias.

Hoy las personas no valen por lo que tienen sino por lo que saben. Su instalación en el mundo es una búsqueda insaciable de verdad. Su pasión irreductible es el saber, el distinguir el conocimiento genuino del fiasco lechuguero. Su calidad humana  es la naturalidad sin vanidad esa obsesión postiza de la apariencia nunca de la esencia. Esa cojudez despojada de originalidad sin sentido. La esencia es el ser. El ser personas con una potente conexión con la realidad y el mundo. El conocimiento trasciende y se proyecta en una búsqueda de soluciones eficientes y posibles aplicables a las urgentes necesidades de la región, el país y el planeta. No hay saberes en competencia cuando se penetra  en todas las cosas en sus causas primeras y últimas. Esta es la vía de las humanidades, la técnica y las ciencias en permanente evolución.

Un error injustificado superable es pensar y creer que el aula es la tarima de exhibición del mago. No lo es. Enseñar es la demostración oportuna y necesaria de los frutos del conocimiento. No tienen lugar en este territorio las bajas pasiones y apetitos que desnaturalizan el eros pedagógico. En realidad no se enseña solamente con la retórica sino con la vida misma. La vida es  también actitud, presencia y existencia. La universidad no es refugio del infortunio y la mediocridad. Porque en la universidad con la que sueño no se enseña con palabras con el supersticioso auxilio de la tecnología y el ordenador sabelotodo. Ahí el ejemplo es fundamental en todo lo que hacemos o dejemos de hacer. La integridad de vida es necesaria. Sino cumples lo que predicas y hurtas los diezmos a los ojos de todos. ¡Nada te justifica! La vida, la propia existencia, es  un libro abierto, decía mi padre, a la vista de todos.  

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