sábado, 6 de febrero de 2021

LOS NUDOS DE LA CRISIS

 Por: Miguel Godos Curay


Los tiempos de pandemia son duros, desgarradores y desoladores, pero al mismo tiempo reflexivos. Nada volverá a ser lo mismo. Hemos retornado al útero familiar.  Vivimos un momento esquizofrénico, en permanente tensión, con impactos en los vínculos familiares, en las decisiones de gobernantes y gobernados, en la educación con un nuevo paradigma, la virtualidad. Estamos en una evaluación permanente de nuestra capacidad colectiva de enfrentar los problemas. Asumir los retos fiscales, superar las brechas producto de la desigualdad. La angustia por disponer de un stock de vacunas afecta a la población. Frente a la incertidumbre y la frustración emerge la explicación irracional, el miedo y la desinformación.

Los protocolos sanitarios se invalidan continuamente a medida que el mal nos aplasta. Los remedios de ayer son los venenos de hoy. La economía como el cangrejo retrocede. La educación virtual no funciona sin una urgente digitalización inclusiva. Sin herramientas tecnológicas poco o nada pueden hacer los que menos tienen. La distribución mundial de vacunas es un espejo de la desigualdad planetaria. La crisis afecta la gobernabilidad sobre todo cuando erróneamente se embarga información que debe ser conocida por todos en materia de economía, letalidad y debilidad de los sistemas de salud pública.

La única alternativa viable para salir de la crisis es la confianza ciudadana y la solidaridad promovidas por líderes responsables que antepongan a sus intereses personales el interés colectivo de las mayorías afectadas. La primera acepción de confianza es la de: “Esperanza firme que se tiene de alguien o algo”. La confianza no es éter es una certeza en el bien no en el mal y el engaño. Por eso la mentira, la falsa promesa y la demagogia aniquilan la confianza.

Por eso, cuando el mensaje político se traslada a la mecedora se pierde la confianza y crece la incredulidad exacerbada por la crisis. El Covid19 no sólo afecta al cuerpo también nuestra capacidad de integración social, provoca una descomposición de las familias desnuda la pobreza, altera nuestro ritmo de vida. Mientras unos celebran con disipación la liberación del confinamiento otros mueren en abandono y soledad. Los vehementes afanes de progreso familiar se debilitan hasta la peor de las indiferencias y la apatía.

La salud mental se alimenta de pesimismo; una mezcla explosiva es la actitud displicente de los gobernantes y la creciente corrupción. Mientras en el Perú la Ministra de Salud advierte que por razones de seguridad (¿?) no se divulgan los contratos con los proveedores de vacunas. Los mismos se divulgan, por la prensa Argentina, como documentos leoninos en los que se renuncia a la soberanía nacional y al legítimo derecho de las mayorías. La descarada impresión es que los contratos se suscribieron bajo la mesa en la sombra y en la ineptitud negociadora.

Resulta inaudito que el Defensor del Pueblo Carlos Camargo sostenga que no tiene las herramientas legales para impulsar el programa de Ollas Comunes cuando ya desde 1983 Violeta Correa de Belaunde, a consecuencia de las inundaciones del norte del Perú, impulsó un programa eficiente de cocinas familiares que resolvieron el hambre de poblaciones inermes con el combustible de la solidaridad humana. El gobierno proporcionaba ollas y cocinas. Algunas empresas privadas alimentos, pollo y pescado.  La comunidad la mano de obra. En Piura y en el Bajo Piura los Comedores Familiares prestaron un gran auxilio en la lucha contra el hambre. La experiencia de ayer puede ser hoy replicada en sectores populosos afectados por el desempleo y la necesidad en la pandemia.

La economía está afectada por la baja productividad y el desempleo. La economía formal busca una ventana de escape en la economía informal que elude la presión tributaria y alienta la evasión fiscal. La pobreza crece y aumenta la precariedad. Según la CEPAL hemos retrocedido una década. La protección social se debilita por los impactos impredecibles de la pandemia. El desencanto social de los jóvenes gatilla frustraciones y la tentación de salidas fáciles. El acaparamiento de las vacunas responde a un modelo extractivista que hace de la pandemia una posibilidad de negocio. El pensar en la adquisición de vacunas como actividad privativa del Estado es una premisa falsa. El sector privado, a toda costa más expeditivo que el Estado trabado por torpes burocracias puede contribuir a que se expandan los beneficios de la inmunización a sectores no atendidos.

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