Por: Miguel Godos Curay
Aún
permanecen indelebles en la memoria un hato de recuerdos junto a ti. Los sueños
e ilusiones infantiles, las promesas incumplidas, los relatos deslizados con la
filigrana de tu imaginación en aquellas noches de frío porteño. Patentes tus
oraciones de aquellos días se agigantan en la memoria y se avivan enormes en la
generosidad de tus nobles sentimientos. Un barquito de papel con tú nombre
navega y se pierde en el océano de la ternura. Así aprendimos a quererte y a
contemplarte en cada gesto y bendiciones repartidas como golosinas en los
innumerables cumpleaños de tus hijos y ahora de tus nietos. En tu soledad
habita hoy la compasión por perros y gatos. En la ausencia de los hijos disfrutan
la sutil delicadeza del amor inefable.
Eres
el origen de todo lo creado pues compartes con Dios el milagro de la vida. Dicen que a veces hablas sola contigo misma. Y
como la abuela de González Viaña rezas el rosario con los gatos. Sin entender
que con el paso de los años todas las madres hablan con Dios y no se agota su
amor por los hijos. Para ella no existen diferencias. Eres el mejor ministro de
economía para estirar los presupuestos y resolver las urgentes necesidades de
la economía doméstica en estos tiempos de inflación y desgobierno. Tu eres la
gramática y la aritmética de la existencia cotidiana, graduada en psicología
experimental aplicada sobre cada berrinche infantil. Eres todo mamá en tiempos
de batalla.
Comunicas
con tu pensamiento a una velocidad mayor que el artificio del celular y los
mensajitos remotos. Eres una lección magistral en cada palabra que se anticipa
a los yerros cantados como bingo porque contemplas la realidad desde todos los
extremos. Resuelves problemas con mayor creatividad que un galeno expuesto al
negocio farmacéutico. Eres un libro Coquito lleno de afecto, nobleza y cariño
incondicional. Domadora de rebeldías, escuela que camina, demoledora de
argucias, intuición trascendente, gratitud eterna, justicia pura. Todo eso eres
mamá y me quedo noqueado en la lona evocando inolvidables momentos de mi edad
de piedra vital.
Ser
madre es una actitud existencial que nace y se expande en la vida. La
endocrinología presume y llama oxitocina a la hormona de la confianza, causa
biológica de este atributo humano. El amor maternal es la antípoda del odio y
el desprecio. El amor construye a la persona humana y otorga un coraje
extraordinario a todo aquello que pretenda cerrar su camino. Sólo una madre es
capaz de construir cimientos de voluntad y entendimiento en cada hijo. Y
concentrar su afecto ahí en donde más lo necesita. Es un don pocas veces
reconocido el sacrificio de una madre por un niño desvalido. Socorro efectivo
por los más necesitados.
Debe
el Perú a las madres de este país socavado por la corrupción, la ignorancia y
el festín del erario el clamor por la paz y el cumplimiento de los elementales
derechos humanos. El derecho a la vida, a la salud, a la educación, al orden,
la seguridad ciudadana y el trabajo son clamores impostergables. Si el país no
atiende estas demandas retrocede en el contexto de la economía mundial.
Corresponde al Estado no repartir peces y bonos que engatusan a los más pobres
y vulnerables. Prioridad es el empleo digno producto de la inversión que activa
la economía y arrincona la mendicidad. ¿Cuesta tanto crear condiciones para
vivir con decoro y dignidad?
Esta
carta abierta a mamá -lo sabe mi vieja- comparte lo que sentimos. Lo que nos duele
en esa parte blanda del latir del corazón. Nuestra gentil admiración por las
madres ausentes y presentes de sacrificios invisibles a espaldas de la
indiferencia del gobierno. Madres campesinas de Morropón, Ayabaca y Huancabamba,
madres y maestras caminando largos trechos para llegar a su escuela, madres
devotas de la Merced en Paita, madres pescadoras de Sechura expertas en el
punto de sal de las caballas, el ají de junta y los camotes asados en las
brasas, madres de los hospitales y establecimientos de salud.
Madres
dedicadas a la ciencia y docencia universitaria con pasión y garra, madres
entregadas, cuerpo y alma, al servicio de Dios en asilos y hogares, madres
peluqueras cuyas manos transforman a los feos frente a su mágico espejo en el
mercado, madres deportistas hinchas del Atlético Grau. Madres del cucharón que
preparan bocados insuperables. Y si es necesario, aplicarlo para enmendar al
hijo pendenciero.
Madres obreras que recorren la ciudad para asear su rostro mientras otros ensucian. Madres siete oficios con habilidades sorprendentes pese al paso de los años ensartan la aguja prodigiosamente. Madres que dan vida a los mercados populares y preparan de modo inigualable el caldo de pata toro, el seco de cabrito y el mondonguito. Madres memoriosas vendedoras de diarios que conocen las preferencias de sus lectores. Madres nuestras que están en los cielos, santificado sea siempre tu nombre por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario