sábado, 26 de enero de 2019

VERDADES QUE QUEMAN

Un libro de lectura obligada para quienes deseen
conocer las causas de la tragedia moral del Perú

Por: Miguel Godos Curay

El periodista norteamericano Jon Lee Anderson desata verdaderas tormentas mediáticas y ríos de denuestos cada vez que revela estremecedores escándalos que comprometen a políticos y a quienes hacen y deshacen en el ejercicio del poder. Es lo que le ha sucedido con el ex presidente Álvaro Uribe en Colombia. Un inescrupuloso violador de la peor especie. La misma sensación desolada de desencanto provocan las revelaciones sobre la corrupción en el Perú tras el esfuerzo metódico e indagatorio del historiador Alfonso Quiroz autor de la “Historia de la Corrupción en el Perú”.

Como puntualiza Cecilia Blondet del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) la corrupción no es otra cosa que “el mal uso del poder político burocrático por parte de camarillas de funcionarios coludidos con mezquinos intereses privados para obtener ventajas económicas o políticas contrarias a las metas del desarrollo social mediante la malversación o el desvío de recursos públicos y la distorsión de las políticas e instituciones”. En el Perú pocos investigadores e historiadores han tenido la valentía de desnudar a estos figurones de la política e historia nacional que saquearon el erario público. Hay quienes confunden patriotismo con el clientelismo silencioso de cofradía de quienes conspiran en el ocultamiento de la verdad y en el zurcido vergonzoso de la farsa. En realidad estos personajes de efemérides festinaron repartos y opulentos beneficios.

La corrupción nacional se emparenta con la adulonería y la inmoralidad. Nuestra historia republicana es como el corral de las comedias y tragedias en donde desfilan sin pudor ni decoro los grupos de poder, los políticos chantajistas, los entorchados militares abusivos y prepotentes, funcionarios públicos ineficientes y oportunistas, nepotes de todo tamaño, coludidos empresarios busca plata fácil, y los negocios sucios que deparan fortuna rápida a cualquier precio. Expertos en latrocinios, casta podrida bajo la apariencia patriótica y desdeñoso abolengo. Apariencia sin decencia.

Esta legión interminable de víboras, tragedia nacional, mueve beneficios, perfora los poderes públicos, socava la administración de justicia sin escrúpulos. Y se resiste como gata panza arriba a perder sus prebendas y beneficios. Anteponen el momento jugoso al futuro, el bien personal al bien común. Su liderazgo se arrastra por el suelo, sin embargo, capturan el poder con el dinero mal habido, la corrupción en todos sus actos y en grotescas fraternidades esotéricas diestras en el cohecho. Y con manido altruismo de malhechores del bien depararse timbres bondadosos.

La valentía ética de Quiroz muestra a los libertadores San Martín y Bolívar con sus zurcidos calzoncillos sucios. Militares como Gamarra hicieron de la cobranza de los tributos de la independencia el más asqueroso de los festines corruptos. El endeudamiento fiscal nos postró en la miseria. Castilla, abolió la esclavitud pero no dejó huella de las indemnizaciones pagadas por el Estado a los esclavos entre 1860 a 1861. La frondosa burocracia favorecida arrasó con lo poco que había y cuando no había nada que repartir nos vendieron con zapatos y todo a acreedores en una repartija interminable del naciente Perú republicano. Un Estado devastado.

La guerra con Chile en la sospechosa historia oficial aparece como la defensa del  interés nacional. En realidad fue la propicia ocasión para que la enquistada casta militar saqueara sin escrúpulos el erario nacional. El financiamiento de la guerra fue el pretexto para el robo descarado de los precarios recursos de la república. El patrimonialismo militarista- advierte Quiroz- se extendió con Sánchez, Cerro, Benavides, Odría, Fujimori y Montesinos. El caso Odebrecht es la cereza del pastel del neoliberalismo al galope que privatiza, exonera y penetra con agua negra todas las esferas del poder.

Un Estado escaldado por los monopolios. Con los sectores productivos del país entregados precisamente a los representantes de esa economía depredadora, no son precisamente un buen indicador de honestidad y limpieza administrativa. Festín de mineras y petroleras, pesca depredadora, concesiones leoninas, despojos de tierras, repartija de cargos. Basta con mirar los indicadores de rentabilidad y beneficio de las AFPs para constatar los bemoles de cómo se conducen las esquilmadas previsiones colectivas de todos los peruanos. Y la engañifa de la devolución de los aportes de Fonavi para consolar a las colas interminables de jubilados estafados por un Estado insensible.

La administración de la justicia, el envilecimiento de la clase política, la muralla de sospecha que se cierne sobre la dispendiosa conducta de  los gobernantes.  La precaria atención a las universidades, la educación y el deporte. La volátil premura del gobierno peruano por destinar 20 millones de dólares al  Rally Dakar finalizado sin pena ni gloria. A lo que se suman 12 millones de dólares del Ministerio de Educación echados al sumidero de la publicidad dirigida a los pilotos y a una presunta promoción turística sin rédito. La más cara del planeta mientras la universidad peruana subsiste, a pesar de los pesares, con presupuestos miserables e indecibles carencias. ¿No huele esto a pescado podrido el que se pudre siempre por la cabeza?