domingo, 9 de mayo de 2021

EL AFECTO A MAMÁ

 


Por: Miguel Godos Curay

El afecto a mamá no es contagio. Nunca lo fue ni lo será. La ternura de mamá es reencuentro con la vida y mirada de asombro frente a su hijo. Es cariño a borbotones. Nada tiene que ver con las peroratas ministeriales y los trucos publicitarios para vender más. En tiempos de pandemia se concentra el amor de mamá en cada oración, en cada gesto humano noble, en el compartir el bocado humilde y en el derribar esa soledad que tanto lacera con desolación a los abuelos. Su oración mental por los presentes y los ausentes toca con sus dedos las inmensidades de Dios. Los recuerdos pueblan cada instante por el que se desliza su memoria y su alegría. Cuando puede, indaga por todos, porque las canas y el tiempo dan forma a sus recuerdos. Otras ocasiones llora porque me cayó una pajita en el ojo. Hoy sigue la misa por Internet así son los caprichos de la modernidad pero ganas no le faltan de acudir a la Iglesia.

Ella se contenta hilando recuerdos en la rueca de sus sueños. Se inventa tareas para no perder el tiempo. Y le preocupan, porque aprendió economía en la vida, los precios del mercado. Su coraje humano no le teme a los virus. No son acaso más letales los que arrebatan el pan a los pobres y los que se enriquecen con el dolor ajeno. Las sanguijuelas son una especie abundante. Unos sanan otros enferman. Unos aman la vida otros son aliados de la muerte. Una legión de madres y abuelas sostiene al Perú. Ellas proveen alimentos, cuidan a los enfermos y alivian las tristezas de los que están solos. Madres y abuelas son la esperanza  del Perú. Son los cimientos de esta gran nación.

No nos vengan los señores ministros con sus fórmulas inoportunas, sus imprevisiones de ayer son el dolor de hoy. La salud en el Perú es aún una tarea pendiente de los políticos gobernantes. En los momentos más duros de la pandemia la elemental dignidad de los pacientes agónicos se va por el sumidero. Así de cruda es la historia, voltean el colchón y al carrusel de la muerte no hay quien lo pare. Los sepultureros saben que la contabilidad mortuoria expande los bolsillos. Una madre llora en la puerta de un hospital. Vive en carne propia el dolor de la carencia. La vida tiene un precio enorme y se nos va como agua entre los dedos.

Así están estas viejas amorosas inmunizadas contra la indiferencia. Ignoradas por los candidatos y excluidas por el gobierno. Ellas sostienen su fe en Dios. Hoy creer en el gobierno es una blasfemia. Un confiar en el festín inmundo de quienes ignoran el bien común. Esas madres ocultan sus dolores para dar fortaleza a sus hijos. Su vocación humana es la sustancia del Perú esencial aún en pie. Con ingenio inventan platos nutritivos y zurcen los trapos viejos para devolverlos a la utilidad cotidiana. Se solazan con los felinos con los que a menudo conversan sobre lo que no dicen los periódicos. Rezan a solas en el rincón más solitario del hogar.

De sus menudos ahorros compra el pan y de lo que quedó de la merienda surge un potaje misterioso lleno de delicias. Como a pesar de los años aprendió a leer. Busca en los libros solitarios un viejo texto que le fascinó antaño. O encuentra entre las páginas algún recorte con alguna receta provocadora. Con ese portento silencioso trae un plátano y un pan en medio de la tarde, una naranja, una lima o una perfumada guayaba que compró a la caserita que siempre la visita. Mi abuela se inventa tareas todos los días. A todos nos sorprende con su sutileza para los antojos: mazapanes, alfajores y arepas. Mientras sus manos sarmentosas amasan el fermento, las delicias van tomando cuerpo.

La vida es la continuidad familiar. Es la historia del tronco común que sostiene las ramas frondosas donde se renuevan las familias. Abuelos, nietos, hijos, sobrinos, tíos, primos, parientes y cercanos. La familia reunida siempre fue una fiesta congregada en el buen comer, el buen beber y el buen bailar. Bodas y bautizos, cumpleaños y logros familiares para celebrar eran el gran motivo de la reunión obligatoria. Otras ocasiones, como ayer, el punto de encuentro era la muerte de uno de los integrantes de la tribu. Siendo la muerte ausencia y dolor, la presencia era el reencuentro con el vínculo familiar. En el dolor no estábamos solos.

La abuela, la madre vieja presidiendo con autoridad la mesa familiar, disponiendo la distribución de los potajes y sacando a lucir sus manteles bordados parte de la tradición familiar. Todos comen por igual y la abuela siempre avisada delos olvidos perentorios guarda en su plato la porción de carne saca de apuro al que llegó tarde, un invitado inesperado un amigo de la familia. Siempre fue así la abuela para distribuir en ocasiones especiales el pastel de fuente, los tamales, la mazamorrita. Las delicias preservadas el premio mayor de la culinaria peruana.

En el día de las madres se lucía   con su enorme flor blanca en el lado del corazón. Y para que puedan comer las madres jóvenes se encargaba de los críos. Todo respondía a esa sutil lógica de la familia en la que nada se guarda y con espontaneidad se celebraba ese reencuentro con la mama vieja aguardando la llamada de los hijos lejanos y ella sin poder disimular sus afectos repartía bendiciones a los confines de la tierra. El moderno celular acerca a los ausentes, hace legibles los mensajes y acorta las distancias. Después no fomenta el web-veo. El webeo conjugado en todos los tiempos.

La madre es el soporte de las familias. Es la perennidad patente y el cariño envolvente. Es una caricia y una sonrisa. Una fotografía en la que se detienen los momentos.  En el misal de la abuela recadero de los mensajes a mano de los nietos y los conserva como ese vivo testimonio de la familia y la heredad. Ahí estamos en el álbum de la abuela: niños, jóvenes y ya adultos en alguna ocasión para la posteridad. Aún la recuerdo. Se hizo abuela por querernos y cuidarnos, por velar nuestro sueño se llamaba Rosa, la tía Rosa con su cabellera de plata sus uñas cuidadas para la costura menuda. ¿Cuántas veces zurció mis medias de hilo? ¿Cuántas veces cosió mi uniforme colegial y leyó mis primeros escritos de mi nombre?

Aún la recuerdo al momento de su partida me quedé a su lado y empezó a transpirar mientras cerraba los ojos. Se fue como un ángel al que rezaba en voz alta el padre nuestro. Aún sueño con ella, aún siento sus caricias en mi cabeza y caer la tibia colcha sobre mis espaldas. Es una mamá que está cerca. No habita en el rincón de la soledad sino ahí en dónde  escribo y me mira, no la siento lejos, me habla en sueños con la misma ternura de la infancia. Ella es un símbolo inextinguible de mamá. En este día silencioso mi gratitud, ese cerrar los ojos para reencontrarnos con su recuerdo. Nuestro homenaje a todas las madres del Perú que con su silencio inundan de amor nuestros corazones. ¡Gracias mamá¡