lunes, 5 de abril de 2021

HOY NO SE VACUNA MAÑANA SÍ


Por: Miguel Godos  Curay

He perdido la cuenta de los amigos ausentes. La pandemia arrasa sin miramientos a ricos y pobres. Por el mismo camino se van lo que tienen y los que no tienen. Duelen los hospitales copados de pacientes infectados en pos de camas UCI. Duele la negligencia de quienes con cobardía grosera se divierten pues su vida no vale nada. El precio de la incierta aventura es el contagio de los más vulnerables en su casa. Brindan con la muerte en cada esquina en su ciega ignorancia de la tragedia. Son muchos y se nutren de su aparente resistencia al Covid19 pero cuando, contagio al galope, resbalan, ocupan camas que otros necesitan en los hospitales. La legión de miserables es numerosa son parte de ese contagio ambulatorio pues llevan la mascarilla de adorno. Hasta que muertos y bañados con lejía son el potaje nauseabundo de los gusanos.

Muchos de los que parten son capital humano valioso. Muchos hubiesen salvado su vida si el Estado irresponsable no mezquinara vacunas y de mentira en mentira alimenta la ilusión transitoria de protección de la tercera edad. Hemos llegado a extremos inimaginables paciente muerto deja cama libre, previa volteada del colchón, para otro grave. El virus arrasa vidas de ancianos, jóvenes y niños. Nunca fue el negocio tan próspero para las funerarias y el SIS.  Hoy se venden ataúdes como cajas de zapatos. Y los consocios de la muerte temen el cierre de carreteras porque quedan desabastecidos de cajones. Crecen las estadísticas letales mientras engordan las billeteras los entierra muertos.

La campaña electoral es una procesión de difuntos en esta realidad terrible. La pandemia despedaza la economía y hace añicos la educación. Estamos preocupados por el cómo se come el virus los pulmones de los contagiados mientras las enfermedades mentales crecen explosivamente. Es otro tipo de contagio que convierte a niños y jóvenes en adictos idiotas al celular y a los juegos terribles de la muerte. Las horas de ocio son capturadas por esa oferta brutal de la violencia en inimaginables proporciones.

Poco o nada informa la prensa de los esfuerzos generosos de la Iglesia católica en la distribución de equipos de provisión de oxígeno y ayuda a los más necesitados.  A la humana dedicación de los sacerdotes asistiendo espiritualmente a los pacientes. Nada se dice del estrés de médicos y enfermeras desarraigados de sus familias. Nada se dice, en este momento de angustia y zozobra planetaria del esfuerzo silencioso de la Iglesia insuflando ánimo y coraje a todos los creyentes. Hemos sentido a Dios protegiendo a quienes asisten a los más sufridos. Perú, es una nación con vocación cristiana y esa pretensión de arrancar de cuajo el curso de religión en la escuela es la siembra agnóstica de quien nos privó de una cuaresma visible y solidaria. La Iglesia cumple estrictamente con todos los protocolos sanitarios con mayor celo que algunas instituciones públicas a las que ya se les acabó el alcohol, el agua y el jabón hace tiempo.

Mucho más perverso es el funcionamiento de las mesas electorales. A las que en teoría se espera acudan los electores como almas en pena en un horario sin tener en cuenta los costos de desplazamiento y transporte. Los nueve protocolos dispuestos son ritos de incertidumbre en un océano de contagios. Los horarios establecidos son un engaña tontos. La realidad oronda y lironda, será mañana, la estadística de los contagios producidos en estos procedimientos tan torpes como el llenado de votos en unos cedulones no exentos de mocos y babas. Así estamos enardecidos por candidatos con propuestas cuadriculadas e indignación ciudadana.

Con estos anuncios tan alegres del gobierno y las vacunas demoradas para los adultos mayores asistimos a la más desproporcional negligencia del Estado en un genuino atentado contra la vida, el cuerpo y la salud. Por supuesto, vacunando a las Fuerzas Armadas, al personal de las clínicas privadas, a los efectivos policiales, a los bomberos y a los integrantes de algunos colegios profesionales vinculados a los servicios de salud se dora la píldora  pero no se resuelve la atención a los peruanos vulnerables. En esta cuenta se ignora a los educadores y docentes universitarios, a los obreros de limpieza pública. Los grandes olvidados de este film de terror.

La ciudadanía activa es arma efectiva frente a un Estado que navega al garete, de tumbo en tumbo, distraído en la entrega de un país despojado de  salud al nuevo electo gobernante. La población organizada puede y debe  detener esa pretensión incontrolada de privilegios con nombre propio y expendio de alcohol irresponsablemente. La expansión del delito urbano y la miseria que empujan la prostitución y el expendio de drogas incontroladamente.  Hemos retrocedido económicamente, multiplicando la pobreza sin adoptar políticas eficientes de generación de empleo y protección social incluyente. La distribución de vacunas es la desigualdad en carne viva.

No entendemos aún que la única vía para salir de la crisis es el ejercicio de la solidaridad, el fomento del empleo, no el reparto de bonos tras la alcancía fiscal rota. La carencia de alimentos, la falta de empleo crece. Crece el desencanto social de los jóvenes frente a ese modelo extractivista de acaparamiento y negociado de vacunas. La crisis es patética en el sector educación en donde los ayer estudiantes de colegios privados retornan a los establecimientos públicos por la incapacidad de pago de sus padres. Igual en las universidades en donde crece la deserción estudiantil de jóvenes obligados a trabajar para ayudar al sostenimiento de sus familias. Las universidades en América Latina y Perú no es una excepción concentran una población docente vulnerable mayor de 60 años. Universidades públicas y privadas pierden cada día docentes a los que no se puede remplazar en plena pandemia. No son suficientes los abultados obituarios.

Urge asumir nuevos desafíos políticos para enfrentar la pandemia. Resulta contradictorio sostener que el mejor control funciona en los  estados autoritarios como China, Corea, Cuba y Taiwán. Y resulta desordenadamente más relajado en países “democráticos” como los Estados Unidos, Brasil y  países de Europa en donde existe una abierta resistencia ciudadana a los mandatos onerosos como el uso de la mascarilla, distancia social, cuarentena y a las propias vacunas. Los movimientos anti-vacunas crecen todos los días como la adicción a la ivermectina. En China, el no usar mascarilla o vulnerar la cuarentena obligatoria es causa de pena capital. Frente a esta incapacidad del Estado para enfrentar la pandemia es necesario cimentar la cohesión y confianza social de los ciudadanos con credibilidad y autoridad. El cambio y recambio de los calendarios de vacunación al final de mandato. Es como el cartel que dice “Hoy no se fía mañana sí” de las tiendas de barrio. Simplemente hay que añadir esa promesa que dice: “Hoy no se vacuna mañana sí”. El mañana, por supuesto nunca llega. Sin credibilidad y sin autoridad la pachanga de la muerte no tiene cuando acabar. Y no hay quien la detenga.