He perdido la cuenta de los amigos
ausentes. La pandemia arrasa sin miramientos a ricos y pobres. Por el mismo
camino se van lo que tienen y los que no tienen. Duelen los hospitales copados
de pacientes infectados en pos de camas UCI. Duele la negligencia de quienes
con cobardía grosera se divierten pues su vida no vale nada. El precio de la incierta
aventura es el contagio de los más vulnerables en su casa. Brindan con la
muerte en cada esquina en su ciega ignorancia de la tragedia. Son muchos y se
nutren de su aparente resistencia al Covid19 pero cuando, contagio al galope,
resbalan, ocupan camas que otros necesitan en los hospitales. La legión de
miserables es numerosa son parte de ese contagio ambulatorio pues llevan la
mascarilla de adorno. Hasta que muertos y bañados con lejía son el potaje
nauseabundo de los gusanos.
Muchos de los que parten son capital
humano valioso. Muchos hubiesen salvado su vida si el Estado irresponsable no
mezquinara vacunas y de mentira en mentira alimenta la ilusión transitoria de
protección de la tercera edad. Hemos llegado a extremos inimaginables paciente muerto
deja cama libre, previa volteada del colchón, para otro grave. El virus arrasa
vidas de ancianos, jóvenes y niños. Nunca fue el negocio tan próspero para las funerarias
y el SIS. Hoy se venden ataúdes como
cajas de zapatos. Y los consocios de la muerte temen el cierre de carreteras
porque quedan desabastecidos de cajones. Crecen las estadísticas letales
mientras engordan las billeteras los entierra muertos.
La campaña electoral es una procesión
de difuntos en esta realidad terrible. La pandemia despedaza la economía y hace
añicos la educación. Estamos preocupados por el cómo se come el virus los
pulmones de los contagiados mientras las enfermedades mentales crecen
explosivamente. Es otro tipo de contagio que convierte a niños y jóvenes en
adictos idiotas al celular y a los juegos terribles de la muerte. Las horas de
ocio son capturadas por esa oferta brutal de la violencia en inimaginables
proporciones.
Poco o nada informa la prensa de los
esfuerzos generosos de la Iglesia católica en la distribución de equipos de
provisión de oxígeno y ayuda a los más necesitados. A la humana dedicación de los sacerdotes asistiendo
espiritualmente a los pacientes. Nada se dice del estrés de médicos y
enfermeras desarraigados de sus familias. Nada se dice, en este momento de
angustia y zozobra planetaria del esfuerzo silencioso de la Iglesia insuflando
ánimo y coraje a todos los creyentes. Hemos sentido a Dios protegiendo a quienes
asisten a los más sufridos. Perú, es una nación con vocación cristiana y esa
pretensión de arrancar de cuajo el curso de religión en la escuela es la
siembra agnóstica de quien nos privó de una cuaresma visible y solidaria. La
Iglesia cumple estrictamente con todos los protocolos sanitarios con mayor celo
que algunas instituciones públicas a las que ya se les acabó el alcohol, el
agua y el jabón hace tiempo.
Mucho más perverso es el
funcionamiento de las mesas electorales. A las que en teoría se espera acudan
los electores como almas en pena en un horario sin tener en cuenta los costos
de desplazamiento y transporte. Los nueve protocolos dispuestos son ritos de
incertidumbre en un océano de contagios. Los horarios establecidos son un
engaña tontos. La realidad oronda y lironda, será mañana, la estadística de los
contagios producidos en estos procedimientos tan torpes como el llenado de
votos en unos cedulones no exentos de mocos y babas. Así estamos enardecidos
por candidatos con propuestas cuadriculadas e indignación ciudadana.
Con estos anuncios tan alegres del
gobierno y las vacunas demoradas para los adultos mayores asistimos a la más
desproporcional negligencia del Estado en un genuino atentado contra la vida,
el cuerpo y la salud. Por supuesto, vacunando a las Fuerzas Armadas, al
personal de las clínicas privadas, a los efectivos policiales, a los bomberos y
a los integrantes de algunos colegios profesionales vinculados a los servicios
de salud se dora la píldora pero no se
resuelve la atención a los peruanos vulnerables. En esta cuenta se ignora a los
educadores y docentes universitarios, a los obreros de limpieza pública. Los
grandes olvidados de este film de terror.
La ciudadanía activa es arma efectiva
frente a un Estado que navega al garete, de tumbo en tumbo, distraído en la
entrega de un país despojado de salud al
nuevo electo gobernante. La población organizada puede y debe detener esa pretensión incontrolada de privilegios
con nombre propio y expendio de alcohol irresponsablemente. La expansión del
delito urbano y la miseria que empujan la prostitución y el expendio de drogas
incontroladamente. Hemos retrocedido
económicamente, multiplicando la pobreza sin adoptar políticas eficientes de
generación de empleo y protección social incluyente. La distribución de vacunas
es la desigualdad en carne viva.
No entendemos aún que la única vía
para salir de la crisis es el ejercicio de la solidaridad, el fomento del empleo,
no el reparto de bonos tras la alcancía fiscal rota. La carencia de alimentos, la
falta de empleo crece. Crece el desencanto social de los jóvenes frente a ese
modelo extractivista de acaparamiento y negociado de vacunas. La crisis es
patética en el sector educación en donde los ayer estudiantes de colegios
privados retornan a los establecimientos públicos por la incapacidad de pago de
sus padres. Igual en las universidades en donde crece la deserción estudiantil
de jóvenes obligados a trabajar para ayudar al sostenimiento de sus familias.
Las universidades en América Latina y Perú no es una excepción concentran una
población docente vulnerable mayor de 60 años. Universidades públicas y
privadas pierden cada día docentes a los que no se puede remplazar en plena
pandemia. No son suficientes los abultados obituarios.
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