jueves, 21 de marzo de 2019

A PROPÓSITO DE LUNA LLENA


Por: Miguel Godos Curay

“La luna de Paita y el sol de Colán” es un inolvidable decir en Paita. La  repetían mis abuelos como si fuera parte del silabario. La frase la acuñó con gentil admiración el  florentino Franesco Carletti  en su libro de crónicas “Mi viaje alrededor del mundo (1596-1606)”. Carletti  se quedó lelo con la sorprendente belleza  lunar en el plenilunio y dejo expresa constancia de lo que vio. La luna da en Paita mayor luz que en cualquier otra parte del mundo. En efecto, Paita es un puerto lunar. Con los movimientos de la luna se ordenan las mareas y cada uno de los actos de la vida misma de sus pobladores.

El paisaje lunar en Paita tiene una extraordinaria belleza según el
testimonio del mercante florentino Francesco Carletti
En luna llena don Pedro Vargas, “el sombrerón” con diestra maestría, mentol y manteca de macho trataba fracturas mal soldadas con pericia de entendido traumatólogo. De su sabiduría dan fe los porteños que acudían a su rancho del jirón Alianza. Doña Hermelinda Villacrez,  una sabia partera, acomodaba nonatos hasta la culminación feliz del parto. No existían las ecografías ni las prestobarbas, los pañales descartables que exigen hoy a las parturientas. Bastaba con una tijera Solingen Germany de  fino acero, pabilo encerado para atar el ombligo, jabón de pepa, agua tibia, una vieja estampa de San Ramón Nonato para acompañar el trabajo de parto y el Calendario Bristol para bautizar como buen cristiano al recién nacido.

El nombre, para gracia o para sorna, era como la marca de fábrica. Los Juanes, los Josés,  los Migueles y los Abrahames  abundaban  en mi añeja tribu.  Las Isabeles, las Rebecas, las Mercedes y las Petronas en la rama femenina. Mi abuelo José se hubiese muerto de infarto con esos retorcidos reveses semánticos que son los nombres hoy de moda como Doogy (perrito), Chester (queso), Brayan (fortachón), Pool (pisicina), entre muchos otros alejados del santoral. De acuerdo al mandato familiar, la cristiana costumbre es la de dar a cada recién nacido un santo de cabecera. La ausencia de santidad es una desgracia insoportable. El santo del día estaba registrado en el Almanaque Bristol infaltable en el hogar. En el Bristol aparecían las lunas crecientes y menguantes, los cuartos, las lunas nuevas y llenas. Todas marcadas con lápiz por las escrupulosas abuelas soberanas del detalle.

La vida doméstica tenía un sorprendente orden en donde se cumplía estrictamente con las fiestas de guardar y los ayunos de la cuaresma. Hoy no, la orgía perpetua,  el desenfreno, el poco aprecio de sí mismo han hecho añicos la vieja tradición. Aún recuerdo las previsiones humanas  que anticipaban las  noches de luna llena. Junto a la cama de los epilépticos no faltaba un acero protector, una tijera bajo la almohada. Y cinchas fuertes para los perturbados mentales. Los locos de mi pueblo este día podían perpetrar hazañas inolvidables como el pasearse desnudos por toda la ciudad y a su paso eran invisibles porque nadie recordaba lo acontecido en plenilunio. Se alejaba de   los obsesivos toda clase de pastillas, cuerdas y venenos. Se imposibilitaba a toda costa se produjera un suicidio.

Pasada la luna llena volvía la calma. La tranquilidad apacible del mar. La serenidad trastornada por el magnetismo lunar. Aún recuerdo, como se esperaba la luna llena para recortar la cola a las mascotas finas, capar  a los berracos, elaborar la tinta china con anilina para que no se corte, el charol con gomalaca, alcohol y trementina para devolver la lozanía a los viejos muebles. La luna llena alunaba a los amantes y descosía a manos llenas las pasiones intensas. Entonces las viejas cuidaban a las mozas inquietas en previsión de la incursión furtiva de pretendientes no consentidos.  Así era la vida lunar del puerto.

Y las noches de luna leía insomne frente al ventanal del malecón doña Ventura Artadi. Leer era entonces un oficio prohibido para los lancheros del puerto pero contra todos los pronósticos despertaron a la lectura con kilos de chistes alquilados en los kioskos de don Jorgito o don Polito. Otros los más cultos leían Life, Bohemia y el Reader´s Digest.  Aún saboreo el tamarindo con cola de las raspadillas convidadas por viejos iletrados que querían desentrañar los parlamentos de las historietas de Mandrake, Memín y Dick Tracy. Los ojos alucinados de los viejos sentían la misma emoción de los niños con la lectura en voz alta. Las angustias y los pesares de la familia se resolvían con la baraja española. La interpretación de los sueños persistentes y la espera sin angustias de la muerte.

Así era ese irrepetible mundo lunar en donde las tijeras, el pan de azufre, el alcanfor, el 
jabón de pepa, el alumbre, el bicarbonato, el carbón, el vinagre de piña, la leche magnesia y el kerosene resolvían todos los problemas de la casa.  El mayor tesoro un viejo prismático, una lupa y un potente imán para rascar la arena. Una vieja caracola de galápagos bajo la cama para escuchar el mar cuando te provoque. Y contemplar la luna de plata sobre los grises farallones iluminados. Aún recuerdo la delegación de profesores de Baltimore University detenido el bus contemplando la belleza lunar hasta el éxtasis en el tablazo de Paita. Esa balbuceada sensación de atisbo de la belleza. El memorial de Lorca esa pasión inextinguible entre la luna y los gitanos. En el Romancero gitano que empieza con el Romance de la luna, luna. El poeta la menciona 33 veces. Once en el romance esplendido que empieza con estos versos: “La luna vino a la fragua/con su polisón de nardos. / El niño la mira mira. /El niño la está mirando”.  La invocación indeleble dice: “Huye luna, luna, luna./ Si vinieran los gitanos,/harían con tu corazón/collares y anillos blancos.”

Pero la luna es espejo de la luz solar. Tiene las veleidades y los caprichos de la mirada a sí mismo. Luna de vida y luna de la muerte. En Paita los huesos duelen con la luna y para aliviar los achaques se cubren los espejos. En el mundo andino quechua  la Mama Quilla, es la compañera de Inti, el sol, la luna es femenina. Anne Marie Hocquenghem, advierte que en los adoratorios costeros la luna es masculino y la fascinación de su culto es un misterio que oscila entre la vida y la muerte. La luna habita la noche y la puebla de fantasmagorías, simbolismos y recuerdos. La preciosa señora de Guadalupe la tiene a sus pies. No es casual que el topónimo México -en náhuatl “Metz – xic – co” – signifique  “en el centro de la luna”. La luna en la cosmogonía popular es símbolo de fecundidad, nacimiento, vida, fertilidad de las madres y fecundidad de la tierra. Recorro en la noche de luna los desvencijados callejones del puerto y  la voz del caminante dice en la noche. Luna, lunera…ojos azules boca morena.

viernes, 8 de marzo de 2019

MUNDOS PARTIDOS DE MARÍA JESÚS FLORESTA VÁSQUEZ VÉLEZ

Presentación del libro Mundos Partidos de Mary Vásquez, en el
Club Grau (07.03.2019)
Miguel Godos Curay
Universidad Nacional de Piura

Advierte el crítico Ricardo González Vigil en su libro “Poetas peruanas de antología” que se dice atleta y no atletisa; gimansta, y no gimnatisa. Una de esas palabras resistentes a la determinación del género  es “poeta” que incluye a mujeres y hombres y aunque el Diccionario de la Lengua Española de  Real Academia Española registra “poetisa” para el género femenino resulta contundente emplear la palabra poeta cuya íntima connotación significativa es “creador” y “hacedor”.

Ya en el siglo XIX el término “poetisa” se usó de manera peyorativa en los cafés literarios y con propósito descarado de burla y escarnio para aludir a  aquellas mujeres cursis que escribían poesía melosa.  En Lima adquirió dimensiones tremebundas la ridiculización ofensiva perpetrada por Alberto Guillén contra la poeta Magda Portal, pese a que se autoproclamaba innovador y vanguardista. En efecto, en los Juegos Florales organizados por los estudiantes de la Universidad de San Marcos en 1923  que ganó Alberto Guillén. Por su calidad literaria y por ser la única mujer en la contienda el jurado estimó conveniente  otorgar un premio extraordinario a Magda Portal.

Guillén presa de un rapto de procaz vanidad y egolatría no soportó que se dijera de Magda Portal que estaba a la altura de Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. Tampoco admitió la decisión del Jurado para otorgar un premio de excepción a una mujer que competía con los poetas hombres a postrimerías de 1923 e inicios de 1924.

Cumplidas estas aclaraciones paso a abordar a vísperas del Día Internacional de la Mujer, el libro “Mundos Partidos” de la poeta María de Jesús Vásquez Vélez. Confieso que el mismo nombre del libro provoca profundas cavilaciones: Mundos partidos. Me recuerda ese rito cotidiano de cortar por la mitad una manzana. Algo así  como asomarse a un mundo dividido en dos partes. Confieso que Piura mismo encaja en esta división.

En días pasados con los diarios en la mano comentábamos con estudiantes de la universidad que esta división es real y no aparente. Así por ejemplo existe un carnaval de blancos celebrado en Colán y un carnaval de indios, de cholos o de cobrizos en Bernal, La Unión y Sechura. Este mundo dividido se perpetúa en las colas de un hospital del Minsa y  la comodidad de una clínica privada. El mundo partido existe a todo nivel. Una es la educación de los establecimientos públicos y otra la educación en los privados. El mundo partido tiene singulares matices para los chamanes y curanderos de Huancabamba. Como en las sociedades andinas prevalece el “hurin” lo bajo y el “hanan” lo alto. El mundo partido reconoce en el Perú dos tipos polarizados de aficionados al fútbol. Los de la U cremas y los de la Alianza Lima, negros retintos.

Un escritor tan nuestro  y poco leído como Miguel Gutiérrez Correa, profundo conocedor de la vida piurana, admite que la Piura del siglo XX dividía el mundo entre los señores de la hacienda y los cholos y mestizos claramente caracterizados en el linaje de los Villar protagonistas de la novela La Violencia del Tiempo. Nuevamente mundos partidos. En Piura, advierte el escritor, están presentes aún las odiosas jerarquías de la semifeudalidad rural. Es la misma sensación que provoca hoy en unos y otros el nuevo gobernador regional que no encaja ni por angas ni por mangas con la sucesión de los Atkins y los Hilbck.  En el desaparecido internado del San Miguel los piuranos nos distinguíamos, entre costeños y serranos, por el modo de hablar. Hoy no. Pese a que la radio satelital nos aplanó a todos. Teníamos patentes las diferencias del mundo partido. A unos les agradaban las tortillas de trigo con queso y a los otros las caballas saladas.
Mundos Partidos, de Mary Vásquez, siendo un libro de poesía con 61 poemas tiene un nombre reflexivo y provocador. Pensamos con legitimidad y con justicia que es un homenaje al Día Internacional de la Mujer.

Una lectura prolija del poemario permite el hallazgo de significaciones intensas y profundas en sus versos. Los motivos que aparecen en cada uno de sus poemas tienen una intensa apelación humana. En Mundos Partidos, el poema que abre el libro emerge una soledad que no es solamente falta de compañía. Sino una soledad desgarrada y como dice la poeta: “Siento la soledad de tu lejanía”. Es una soledad de cuatro paredes, soledad de las noches insomnes, soledad existencial insoportable, soledad poblada de silencios, soledad que destruye puentes. La soledad es un motivo patente en estos versos. Acompañan al motivo de la soledad tópicos como el paisaje del desierto, despoblado pero en el que reverberan espejismos, otro es el silencio un tópico esplendido en la letras castellanas. No olvido la magistral clase del profesor y poeta José Ramón de Dolarea en la Universidad de Piura para hablarnos del silencio. Neruda dice en el poema XV: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente,/y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca./Parece que los ojos se te hubieran volado/y parece que un beso te cerrara la boca”.

Rabindranath Tagore, el excelso poeta de la India dirá: “Llena mi corazón con tu silencio y lo tendré siempre conmigo”. Este es un silencio místico, silencio de Dios que se siente y se transmite con el roce de las manos.
Otro es el silencio de Juan Ramón Jiménez: Cállate, por Dios, que tú/ no vas a saber decírmelo./Deja que abran todos mis / sueños y todos tus lirios./
 Mi corazón oye bien/la letra de tu cariño. /El agua lo va temblando/entre los juncos del río,/ lo va extendiendo la niebla,/lo están meciendo los pinos/(y la luna opaca) y el/ corazón de tu destino.../¡No apagues por dios, la llama/que arde dentro de mí mismo!/¡Cállate por dios, que tú no vas a poder decírmelo!”

El silencio de Mary tiene un estremecedor vigor de grito, una antinomia entre el sosiego y el clamor ensordecedor y es por ello pleno e intenso.
Otros motivos que aparecen en los poemas guardan un vínculo abierto con el amor apasionado a decir de su autora “que me enloquece y me convierten en hoguera de lujuria”. 

En otro de los poemas dirá “te amo como ave de rapiña, te amo en la miseria, en la rabia.” 
Hay versos que por sí solos son un poema completo: “El engaño es una hebra de cabello en tu camisa” El poema XI refuerza la cabalgata erótica en la que se sumerge la poeta: “Esta distancia no me impide/ cabalgar tu cordillera, / asirme fuerte de tus cabellos,/ entrar en tus pensamientos,/ ordenarte que vuelvas / a explorar mi orificios”.

Este último verso de una temperatura erótica incomparable nos recuerda una de las cartas del Libertador Bolívar a Manuela Sáenz donde remataba la misiva con esta frase: “Manuela…beso todos tus orificios”. Y como decía Juan José Vega esa sensualidad a borbotones del Libertador emergía en las más perdurables de sus epístolas eróticas. Con esta correspondencia erótica y amorosa sucede lo mismo que con las sonoras proclamas patrióticas que aparecen en los textos escolares totalmente dislocadas de la realidad. La mayor parte de las tropas libertarias estaban  conformadas por mesnadas de indios, mestizos analfabetos y negros sumisos. Una proclama retórica no provocaría efecto en estos escenarios en donde sólo surte efecto la lisura oronda y lironda.

Hay audacia alucinada en versos como el que dice: “Fuiste tú palomo de mirada lasciva / el que me despertó a la vida.”  O los “sordos gritos de nuestra pasión agónica”, “Sacié la sed de mi desierto”. La mención al desierto es reiterativa. “casas desiertas”. Igualmente la alusión a la sangre, “sangre negra”. “ríos de sangre negra” A las murallas inaccesibles y a las murallas derribadas. “El amor derrumbó mis murallas de piedra”. “El infortunio de un solo golpe/ derribó las murallas de mi alma…” El simbolismo utilizado es rico en significaciones y emociones. Esta es una distintiva del lenguaje literario herramienta de la poeta.

Motivo según Wolfang Kayser “es una situación típica que se repite; llena por tanto, de significado humano”. Etimológicamente motivo es un derivado de “moveré” que es la fuerza interior que emana de la poesía. En la lírica los motivos aluden a situaciones significativas y trascendentes. En esencia se trata de vivencias del alma humana que se prolongan en vibraciones intensas. El color que más aparece es el negro. “Estos versos negros/ para ti amado ausente.” “A mi alrededor los lirios negros repetían con horror: ¡Tus luceros son prisioneros dela noche! Hay también alusiones a la fauna piurana: Chilalos, grillos, sapos y macanches.

Leit motiv, es el motivo que se repite, el motivo dominante. Los  tópicos son esquemas de pensamiento  y expresión que a partir de los clásicos latinos penetran en las literaturas  nacionales. Los tópicos de la poesía de Mary Vásquez tienen una alusión simbólica reiterativa. Por ejemplo, “cierra la herida de mi corazón sangrante,” “no hay agua que limpie esas heridas cuya sangre vuelve a brotar como ríos”. “Al final de la dura batalla/ quedó libre mi alma,/ ensangrentados los versos”. Son versos escritos con el alma por una poeta dueña de una entrañable vocación literaria. A su  producción narrativa suma la cantera recién descubierta de la poesía. De sentimientos íntimos revelados y por ello intensos y plenos. Saludamos este hallazgo. Si existe la identidad genética, el escribir poesía le viene de la vena del poeta Alfonso Vásquez Arrieta, su padre, defensor de causas justas e imposibles, idealista hasta el tuétano. Si él hubiese estado aquí hubiese leído con aplomo esos versos del poema LVII Río Piura: “Los muertos del dengue/fueron a ver a las autoridades,/ los encontraron dormidos / en sus camas de laureles”. Me congratulo de haberme permitido la autora hilvanar ideas en torno a su primer poemario. Me congratulo de estar aquí esta noche a vísperas del Día Internacional de la Mujer. A todas ellas mi homenaje. Muchas gracias.

domingo, 3 de marzo de 2019

LOS 58 DE LA UNP


Por: Miguel Godos Curay

Tener 58 años es asomarse  a la edad madura. La   madurez es una edad excepcional en la que se deja de ser joven pero no se ha llegado aún a la vejez. Repite al oído Antonio Machado: “y  al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”  La vida misma tiene  ese atributo misterioso de poblarse de recuerdos e inolvidables experiencias. Buenas o malas. Gratas e ingratas como cúmulo de lluvia amenazante. De visiones de futuro, de luchas, de aspiraciones irrenunciables, caminos trazados, sueños cumplidos y hasta yerros consentidos.

La edad de la universidad, la academia, es similar pero no es igual a la edad humana. Es la suma de los logros de sus integrantes que cumplen de modo entrañable e insoportable su periplo vital. Los profesores como las buenas semillas, nacen, crecen se reproducen y  mueren. Es el ciclo de la vida inevitable. La eternidad gozosa y placentera es convicción íntima y personal.  Las instituciones perviven y desbordan los naturales límites de la existencia castigada por los arrebatos de la enfermedad y el dolor.  La vida académica -advierte el poeta- es andar haciendo caminos, caminos sobre la mar. Y la mar hoy de aguas tibias también se agita y enfría golpeando los grises farallones donde habitan con una inconsolable lealtad sindical los percebes. No temen a los bramidos de la ola violenta y autoritaria. Cuando los golpea el agua fría y la espuma  se divierten con serenidad madura.

La universidad agita las conciencias frente a esa tibieza terrible: el no hacer nada. La indiferencia  es esa vocación contumaz de la bíblica higuera maldita. La universidad sin confrontación de ideas es aburrida y monótona. Despojada de diferencias es una cofradía de estultos. La diferencia, la marca distintiva, nace en la lectura crítica y en el debate abierto. En  ese encuentro de  los que saben y los que aprenden. Donde no tiene  lugar la estafa de la ausencia. Roland Barthes, señala claramente que en un primer momento el profesor enseña lo que aprendió en los libros. Conocimiento efímero que contrasta con la experiencia propia y construye el edificio de su propio saber. Para más tarde demolerlo y construir nuevo conocimiento. El conocimiento estacionado es chatarra académica, fruslería  inútil. Instrumento inofensivo de cambio. Podría tomarse como una vía para el que empieza a caminar pero el desarrollo intelectual no es toda la vida en andador.

Es un movimiento indetenible del querer, el poder y el deber. Y a la universidad hay que amarla como a esa madre querendona que nos llena toda la vida de consejos, de pedidos y de reclamos. El querer es convicción pura pero devoción serena a la verdad. Es pasión químicamente pura. Los desapasionados son la comodidad incomoda  y muelle del cojín. Viven pero no producen. Respiran, se mueven pero no cogitan. El pensar estremece lo más profundo del ser. El no ser es la insondable nada.

El poder es la voluntad en movimiento que construye y hace. El deshacer es una perversión. Es el derribar  lo poco que se tiene para la indigencia absoluta. Destejer lo que se teje con mucho esfuerzo para la inaudita presunción. El deber es la obligación ética  ineludible: la razón de la existencia.  Es la conciencia moral que obliga y el desoírla agravia al bien común. El inmoral transgrede los mandatos de conciencia. Hace lo que no debe a sabiendas. El que omite el deber en perjuicio de otros.  Al amoral le resbalan las obligaciones. No tienen ética. Su vida es la de un semáforo moral sin luces. Una estupenda existencia animal sometida al instinto y a una visión contrahecha de la libertad. El latino Horacio hablaba del aurea mediocritas de esa vehemente aspiración a ser mediocre. La mediocridad es la ordinaria falta de aspiraciones y propósitos. El genuino sentido de la libertad, sustento de la autonomía universitaria, es la obligación de ser mejores.

La universidad no es en definitiva un casco de cemento. Si fuese así sería un nicho gigantesco en donde reposa el conocimiento humano. No es así. La universidad requiere de un ambiente propicio y decente en donde es posible la comunidad viva de ideas, de pensamientos, de indagación metódica inagotable. Así se hace ciencia con conciencia. Lo otro, la cotidiana rutina  es más de lo mismo. Lejos de la cogitación que rompe la conformidad y la transforma.

Las universidades como los árboles valen por los frutos que producen. Son como los algarrobos del campus cuyas vainas nadie recoge. Son el símbolo que habla sin palabras.. Pero que pueden oír y leer los que sueñan despiertos, los que son capaces de convertir la basura en hermosura, y descubren colores que el propio arco iris no conoce. O como diría Galeano “crean palabras, para que no sean mudas la realidad ni su memoria”.   Esos frutos en algún momento verdes maduran y nos enaltecen. Científicos, humanistas, tecnólogos, hombres y mujeres de la administración, la jardinería y el aseo son los componentes de la Alma Mater.

Miguel Maticorena Estrada, historiador piurano e insigne sanmarquino, advertía que la gran cosecha de la universidad son los libros que produce, edita y publica. La vida académica estéril adquiere las dimensiones de un analfabetismo funcional. El saber leer y no leer, el saber escribir y no escribir. El saber pensar y paralizarse en el silencio siniestro. La academia se ilumina con el vigor el pensamiento, se robustece con el diálogo abierto en las aulas. La actitud crítica es ingrediente fundamental para la construcción del consenso. La academia como construcción humana se renueva, le es consustancial el cambio. La evolución no se detiene nunca en el cultivo inteligente.

Dice el Guadeamus Igitur,  ingrediente del ceremonial latino en una de sus estrofas, que nadie entiende pero oye con respeto:  “Viva la universidad /vivan los profesores./ Vivan todos y cada uno / de sus miembros,/resplandezcan siempre”. El verbo resplandecer viene del latino resplendescĕre. Que en su primera acepción significa: Despedir rayos de luz. En la segunda: Sobresalir, aventajarse en algo. En la tercera: Reflejar gran alegría o satisfacción. En buena cuenta 58 años de vida y esplendor de la UNP son siempre un motivo de orgullo, regocijo y justicia.