Un libro de lectura obligada para quienes deseen conocer las causas de la tragedia moral del Perú |
Por: Miguel Godos Curay
El periodista norteamericano
Jon Lee Anderson desata verdaderas tormentas mediáticas y ríos de denuestos
cada vez que revela estremecedores escándalos que comprometen a políticos y a
quienes hacen y deshacen en el ejercicio del poder. Es lo que le ha sucedido
con el ex presidente Álvaro Uribe en Colombia. Un inescrupuloso violador de la
peor especie. La misma sensación desolada de desencanto provocan las
revelaciones sobre la corrupción en el Perú tras el esfuerzo metódico e
indagatorio del historiador Alfonso Quiroz autor de la “Historia de la
Corrupción en el Perú”.
Como puntualiza Cecilia
Blondet del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) la corrupción no es otra cosa
que “el mal uso del poder político burocrático por parte de camarillas de
funcionarios coludidos con mezquinos intereses privados para obtener ventajas
económicas o políticas contrarias a las metas del desarrollo social mediante la
malversación o el desvío de recursos públicos y la distorsión de las políticas
e instituciones”. En el Perú pocos investigadores e historiadores han tenido la
valentía de desnudar a estos figurones de la política e historia nacional que
saquearon el erario público. Hay quienes confunden patriotismo con el clientelismo
silencioso de cofradía de quienes conspiran en el ocultamiento de la verdad y
en el zurcido vergonzoso de la farsa. En realidad estos personajes de efemérides
festinaron repartos y opulentos beneficios.
La corrupción nacional se
emparenta con la adulonería y la inmoralidad. Nuestra historia republicana es
como el corral de las comedias y tragedias en donde desfilan sin pudor ni
decoro los grupos de poder, los políticos chantajistas, los entorchados militares
abusivos y prepotentes, funcionarios públicos ineficientes y oportunistas,
nepotes de todo tamaño, coludidos empresarios busca plata fácil, y los negocios
sucios que deparan fortuna rápida a cualquier precio. Expertos en latrocinios,
casta podrida bajo la apariencia patriótica y desdeñoso abolengo. Apariencia
sin decencia.
Esta legión interminable de
víboras, tragedia nacional, mueve beneficios, perfora los poderes públicos,
socava la administración de justicia sin escrúpulos. Y se resiste como gata
panza arriba a perder sus prebendas y beneficios. Anteponen el momento jugoso
al futuro, el bien personal al bien común. Su liderazgo se arrastra por el
suelo, sin embargo, capturan el poder con el dinero mal habido, la corrupción
en todos sus actos y en grotescas fraternidades esotéricas diestras en el
cohecho. Y con manido altruismo de malhechores del bien depararse timbres
bondadosos.
La valentía ética de Quiroz
muestra a los libertadores San Martín y Bolívar con sus zurcidos calzoncillos
sucios. Militares como Gamarra hicieron de la cobranza de los tributos de la
independencia el más asqueroso de los festines corruptos. El endeudamiento
fiscal nos postró en la miseria. Castilla, abolió la esclavitud pero no dejó
huella de las indemnizaciones pagadas por el Estado a los esclavos entre 1860 a
1861. La frondosa burocracia favorecida arrasó con lo poco que había y cuando
no había nada que repartir nos vendieron con zapatos y todo a acreedores en una
repartija interminable del naciente Perú republicano. Un Estado devastado.
La guerra con Chile en la
sospechosa historia oficial aparece como la defensa del interés nacional. En realidad fue la propicia
ocasión para que la enquistada casta militar saqueara sin escrúpulos el erario
nacional. El financiamiento de la guerra fue el pretexto para el robo descarado
de los precarios recursos de la república. El patrimonialismo militarista-
advierte Quiroz- se extendió con Sánchez, Cerro, Benavides, Odría, Fujimori y
Montesinos. El caso Odebrecht es la cereza del pastel del neoliberalismo al
galope que privatiza, exonera y penetra con agua negra todas las esferas del
poder.
Un Estado escaldado por los
monopolios. Con los sectores productivos del país entregados precisamente a los
representantes de esa economía depredadora, no son precisamente un buen
indicador de honestidad y limpieza administrativa. Festín de mineras y
petroleras, pesca depredadora, concesiones leoninas, despojos de tierras, repartija
de cargos. Basta con mirar los indicadores de rentabilidad y beneficio de las
AFPs para constatar los bemoles de cómo se conducen las esquilmadas previsiones
colectivas de todos los peruanos. Y la engañifa de la devolución de los aportes
de Fonavi para consolar a las colas interminables de jubilados estafados por un
Estado insensible.
La administración de la
justicia, el envilecimiento de la clase política, la muralla de sospecha que se
cierne sobre la dispendiosa conducta de los gobernantes. La precaria atención a las universidades, la
educación y el deporte. La volátil premura del gobierno peruano por destinar 20
millones de dólares al Rally Dakar
finalizado sin pena ni gloria. A lo que se suman 12 millones de dólares del
Ministerio de Educación echados al sumidero de la publicidad dirigida a los
pilotos y a una presunta promoción turística sin rédito. La más cara del
planeta mientras la universidad peruana subsiste, a pesar de los pesares, con
presupuestos miserables e indecibles carencias. ¿No huele esto a pescado
podrido el que se pudre siempre por la cabeza?
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