Por: Miguel Godos Curay
Una foto del recuerdo Diana Celi en pantalla,Miguel Godos, Fabiola Morales Rosy Ruesta, Billy Montufaar y Carla Balarezo de la Facultad de CC de la Información |
Entre arenales, algarrobos y
cholitas soberanas en sus piajenos con sus serones cargados de verduras de la
huerta nació la Universidad de Piura hace 50 años. Un hato de recuerdos
acompaña siempre nuestro paso por sus aulas. Los entrañables desafíos de este
crecer brindando una tarea formativa realmente inolvidable. En ese paisaje de
recuerdos están Agapito y Zoilo con su
uniforme de drill gris y el nombre de la Alma Mater bordado al lado del corazón.
Las puntuales encargadas de la limpieza y los profesores cuya huella permanece
en la inteligencia. Como tesoro al alcance de todos los estudiantes la
biblioteca ordenada por María Martha Bello,
enriquecida con los aportes de José María Desantes, José Antonio del
Busto Duthurburu y el desprendimiento piurano de los Ginocchio.
La Universidad de Piura es
una universidad inspirada en los afanes de un santo. San Josemaría Escrivá de
Balaguer cuya presencia espiritual está presente en todo de lo que aquí se
hace. Una visión cristiana del trabajo bien hecho. Tenemos en las pupilas la imagen
de la transformación del paisaje piel de zorro de la arena en el espléndido
verdor de los algarrobos. Los nuevos edificios y laboratorios del Campus, las
aulas en donde como evocación perdurable
se siente la palabra comedida de los
maestros. Todo al servicio del Perú y a una región potencialmente próspera como
Piura. Desde sus orígenes la UDEP es una universidad ecuménica, una
versión puntual de una comunidad de la ONU que congrega
gracias a la cooperación internacional a profesores venidos de diversas partes
del mundo.
En este medio siglo, como en
todos los proyectos humanos, hay ausencias y presencias inevitables. A todos
los profesores que dejaron profundas huellas en la juventud piurana y peruana
nuestra profunda gratitud. Hace 50 años el viento convocaba a las arenas a un tondero de remolinos interminable.
Hoy el frescor de los algarrobos es una lección de ecología viva para la ciudad
frente a los desafíos del cambio climático. Todo ahí tiene una viva inspiración
cristiana. La tarea formativa personalizada confiere un relieve humano
irrepetible en cada uno de sus estudiantes. Muchas pasiones por la lectura y
por los libros surgieron en sus aulas. Muchos proyectos surgieron del asombro
científico y el hincar codos con esfuerzo.
Crece la universidad. Tiene
la dimensión de los sueños posibles que se tejen como las medias que con pasión
urden las manos de una madre. Esfuerzo, entrega, ternura, pasión por las cosas alcanzadas
con esfuerzo. Hoy es un sueño realizado
y un milagro que crece cotidianamente para bien del Perú. No es casual su
ubicación en el norte, su norte es el progreso de una región que crece y debe
ser mejor en pleno significado de la palabra. Las universidades como todas las
asombrosas construcciones humanas requieren de pasión por la verdad por encima
de la arrogancia altanera y la presunción absoluta. Cuando la verdad nutre las
inteligencias asoma la fidelidad como ingrediente de la genuina calidad humana.
La verdad es combustible de emprendimientos extraordinarios.
Por eso el saber requiere de
una adhesión incondicional a la certeza de la verdad para de ahí en un clima de
libertad y respeto cimentar la formación humana de
profesionales comprometidos con sí mismos, con su región y con su país. Ese
vigor cívico y patriótico anima logros y proyectos de futuro consistentes. El
Perú -lo demuestra el curso de la historia- requiere de esa energía cívica y de valores genuinos frente a la arremetida de
la corrupción y la inmoralidad pública. Vivimos momentos de una intensa tensión
ética y moral. No es casual que los ladrillos mal cocidos y corroídos por la
inmoralidad, la amoralidad la anomia se desmoronen ante nuestros ojos.
La responsabilidad, la
dignidad, el decoro, la deontología, la decencia no son teoría pura sino lección
de vida. Los valores son en la vida como los ingredientes de perfección humana
a la que todos estamos convocados. Una lección viva de la UDEP es la formación
en valores. La armonía en la que transcurre
la vida del Campus es reflejo de esa plausible serenidad inteligente. Todos,
los que enseñan y los que aprenden, los
que con sus fatigas dan el color a los jardines del Campus sin distingos, son
una sintonía perfecta de voluntades. La armonía egea es ahí una comunidad de
maestros y alumnos que viven la inspiración Alfonsina de la universidad. El
saludable vínculo académico entre maestros y alumnos, ingrediente de la
formación personalizada, brindan buenos frutos.
Quienes plantaron sus raíces
y procuraron agua fresca para su sed
deben estar orgullosos de este umbrío algarrobo que brinda buenos frutos.
Nuestra profunda admiración a los profesores que en este primer medio siglo
demostraron con coraje y sintiendo en sus labios la arena movida por el viento
que las grandes aspiraciones y sueños son posibles. Don Ricardo Rey saluda a
los jóvenes universitarios. Recita el poeta Dolarea, el Padre Pepe Navarro lee
un poema en griego, Ronald Escobedo
penetra en los vericuetos de la historia. Mugica contempla el océano con
certeros pronósticos sobre el Niño. La mirada azul de don Javier Cheesamn, la
sonrisa de Tere Turel, la mirada de Miguel Samper desde el pabellón de
ingeniería. Don Rafael Estartús rebatiendo los paralogismos matusianos. Buen
amigo Víctor Morales Corrales. Gestores con acierto Antonio Mabres y Antonio
Abruña. Sabio don Vicente Rodríguez Casado. Espirituales y diligentes Don
Vicente Pazos, Don Juan Roselló, Don
Esteban Puig, Monseñor José Antonio Ugarte. Inolvidables Luz González, Carmela
Aspillaga, Marisa Aguirre, Isabel Gálvez y muchos más que son parte de ese
trasfondo en apariencia invisible en donde
se suman los benefactores. La gratitud es propiedad de las cosas que nos
hace amarlas atardece en el Campus y asoma el crepúsculo interior.
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