Por: Miguel Godos Curay
Madre mural de Alfaro Siqueiros (México) |
Eduardo González Viaña
refiere que una bíblica abuela de su familia trujillana rezaba el rosario con
su gato y el minino que hurtaba el calor del fogón respondía con ronroneos a
sus preces. Por eso es admirable el olvido que practican las madres de los
peores momentos de su existencia. Olvidan el prontuario de ingratitudes de sus
hijos, del marido y de la hostil familia mírame y no me toques ni me hables. A todo le echan tierra. Perdonan y derraman su
ternura con toda el alma. Se saben de
memoria la parábola del hijo pródigo y lo engríen a pesar de los pesares con su
inagotable amor.Hay momentos en la vida en
que las viejas mamás hablan con sus sombras. En otras conversan con sus mascotas. Sucede como me dijeron
“cuando uno piensa con el corazón antepone siempre su amor y olvidan. No es la
vida acaso borrones y cuentas nuevas a cada rato. Como ayer, en la tienda del chino de la esquina a cuenta
saldada una nueva deuda empezada. Es la vida.”.
Sucede también que hay hijos
con amnesias repentinas que diluyen el amor recibido como edulcorante sin
calorías para no engordar. Hay una descarnada conspiración contra los abuelos
producto de la modernidad brutal de los celulares que sorbe los pequeños y grandes cerebros y los distrae
sin misericordia sin lugar para las palabras y los afectos. En el itinerario de
la vida. He sido testigo de patologías irremediables de los que se olvidaron de
la cortesía y les cuesta decir –Buenos días- -gracias-, -por favor-. Muchos
hijos hoy no hablan mugen como reses
silenciosas y desconoces cuándo te van atacar con su remordida indiferencia. No
sé si será la consecuencia de la tiranía
tecnológica o la deshumanización desbocada irrefrenable.
La vida, sin embargo, nos ha
enseñado que se aprende a borbotones de las abuelas siempre remilgosas. Y sus
sonrisas nos nutren de energía humana. Los abuelos son el mejor cimiento de las
buenas costumbres, la ética puntual, la memoria histórica de esa institución
irreductible que es la familia. Hoy los abuelos viven con asombro ese
desplazamiento inhumano al zaguán de las cosas anticuadas y al rincón de las
ánimas de una sociedad en el vértigo ilusorio del progreso.
Otros me repiten: “sólo
almorzamos juntos – cuando se puede- los domingos pero no hablamos mucho porque
todos están pendientes de su celular”. Otros “todos comemos fuera de casa”.
Otros con anuncio previo en los avisos económicos dicen “vendo una mesa grande
de comedor porque no cabe en el nuevo departamento además este tipo de muebles
ya no se usan”. Hoy el cocinar los domingos es de mal gusto resultan mucho más
económicos los delivery en los que los miembros de la tribu eligen lo que
quieren comer”. En este fabuloso escenario las ollas están de huelga, los
platos, ahora, adornan las paredes. Se usan cubiertos de plástico usar y
desechar. Poco a poco, estamos disolviendo los ingredientes del vínculo
familiar. Ya no hablamos, hoy chateamos que
es bueno cuando estamos lejos. Niños y adultos webeamos. Y el webeo
cuando estamos cerca es contagioso es una especie de sarna colectiva que
antepone la tecnología a la, poco a poco,
olvidada conversación familiar.
Esta conspiración silenciosa contra la familia aniquila a los
abuelos, convierte en objetos para olvidar en las azoteas: los libros. No se
lee, se mira. El mal hablar y el mal escribir tienen su origen en esta epidemia
que cree que para el día de las viejas es suficiente un peluchito, un tarjetón
o una rosa que nunca se seca porque fue cosechada en las maquiladoras chinas
que las producen por millones. Además vienen ahora con spray incluido con aroma
de rosa fresca.
Por eso la resistencia heroica
contra a modernidad la lidera Carmencita Lara con su ya clásico: “Cementerio,
cementerio devuélveme a mi madre/cementerio, cementerio devuélveme a mi madre/abre
pronto esas rejas, señor sepulturero/abre pronto que quiero rezarle a mi madre/y
ponerle estas flores de blancas azucenas/ y coronas hermosas que adornaran su
altar”. Genuino himno del pueblo a la madre ausente que recorre todos los
villorrios. Y provoca inundaciones de lágrimas.
Otro clásico que no pierde
su vigor juvenil entre los sesentones es
esa canción de la ya vieja nueva ola: “Se parece a mi mamá” de Palito Ortega.
Son notas frescas y fáciles de tararear.
“Esa flor que está naciendo,/Ese sol que brilla más./Todo eso se parece/A
la sonrisa de mamá./ Esa rosa que despierta,/Ese río que se va.../Todo eso se
parece/A la sonrisa de mamá.” ¿Cómo es la sonrisa de mamá? Como ese recuerdo de
vieja que me llama a veces por los siempre nombres distintos de mis once hermanos.
Pero la cortesía no hace distingos. Es espontánea, emotiva e intensa.
Los viejos cantineros se
sabían de memoria la letra del bolero “Cabellos blancos” de Ramón Avilés. Canto
callejonero de añoranza que evoca las esquinas del barrio y las ausencias. “Cabellos
blancos, los de mi madre/hilos de plata, sagrados son/sus tersas manos me
acariciaban,/aquella tarde que me aleje,/sus ojos tristes hay me miraban/cuando
partía del dulce hogar/barrio querido, barrio del alma/cuida a mi madre que
volveré.” ¿Retornan los hijos? Son retornos siempre esperados en la sierra de
Morropón, en Paita, en cada rincón que huele a hogar.
Un vals inolvidable es
“Madre” de Manuel Acosta Ojeda. Refiere don Manuel que la letra del vals,
balbuceante y balbuceada, fue escrita el
sábado 12 de mayo de 1951, víspera de Día de la Madre. En plena madrugada de
mayo, después de recorrer rincones de bohemios como El Botellón, Acosta aterrizó con sus amigos el bar El
Silletazo. Dice don Manuel que en ese
momento, entre Pisco y Nasca, brotaron del el corazón esas sentidas notas.
Dijo el poeta: “Mareado
escribí sobre la envoltura de una cajetilla de cigarrillos estos versos para mi
madre, que me había dado todo. Sentí pena y remordimiento. A las diez de la
mañana, cuando terminé mi confesión, fui
a mi casa y le canté a mí viejita”. En 1956, el tema “Madre” fue grabado por el
grupo Los Cholos. Pero fueron Los Chamas quienes lanzaron a la eterna popularidad
este vals de la sinceridad. Los Chamas lo estrenaron en Radio La Crónica y fue interpretado
con tanto sentimiento por "Pajarito" Bromley ante un enmudecido escenario que no ocultó la íntima
humedad de sus ojos.
La conmovedora e inolvidable
letra dice: “Madre, cuando recojas en tu frente mi beso /todos
los labios rojos, que en mi boca pecaron /huirán como sombras cuando se hace la
luz. Madre, esas arrugas se formaron
pensando /¿Dónde estará mi hijo, por qué no llegará? /Y por más que las bese no
las podré borrar. / Madre, tus manos tristes como aves moribundas /¡Déjame que
las bese! Tanto, tanto han rezado, /por mis locos errores y mis vanas pasiones./ Y por último, Madre, deja que me arrodille, /
y sobre tu regazo, coloque mi cabeza. / Y dime: ¡Hijo de mi alma!, para llorar
contigo.” En efecto evoca el poeta lloré como macho. No sientes amigo lector esa
misma e intensa emoción. Ahí me quedó con un nudo en el corazón.
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