sábado, 22 de junio de 2019

SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO Y DESAFÍO MORAL


Por: Miguel Godos  Curay

Hannah Arendt: La escuela forma ciudadanos
En la sociedad del conocimiento advierte Alvin Toffler las personas no valen por lo que tienen o poseen como acumulación material sino por lo que saben. Sus conocimientos cultivados. Sin embargo, hay que advertir: si una persona sabe leer y no lee por infundadas o fundadas razones deviene en analfabeto funcional.  En la vida las habilidades y destrezas no ejercitadas se pierden irremediablemente. Hoy, por ejemplo, es difícil encontrar jóvenes diestros para el cálculo aritmético. Todos, grandes y chicos, recurren a la calculadora del celular. El escribir bien es otra carencia notoria. El usuario del celular es experto en enviar mensajes sincopados como le suenen, sin la elemental corrección ortográfica y pasando por alto la sintaxis. La experiencia docente revela siempre que un estudiante que escribe bien, habla bien.

El celular y las redes sociales hoy lo penetran todo. El copión de los exámenes ya no utiliza reducciones fotográficas o manuscritos con letra diminuta sino celulares finísimos y costosos que manipula y oculta groseramente. Los hay con audífonos inalámbricos desconectados del mundo y de la realidad. Los jóvenes de la era digital abdican a la cordialidad y se conducen sin la posibilidad de una comunicación fluida, humana y amable. Las ayer chismosas del barrio conectadas de boca a oreja hoy se enteran de la vida ajena en el bus. Usuarios de todo pelaje y a boca de jarro usando el móvil vociferan y te convierten en testigo de mentiras universales, infidelidades inauditas, amenazas de cobrador y de inoportunas y temerarias declaraciones de amor por altavoz.

La última audiencia de Osiptel confirmó el nuevo escenario de los sistemas de comunicación digitales. El ayer apetecido teléfono fijo no sirve para nada. Hoy es una decoración inútil y precaria que nos ata a servicios que no son servicios prácticos y funcionales. El móvil lo gana en velocidad y en respuesta. Hoy la forma de comunicación directa y personal es el whatsapp. Hoy es imprescindible ver el rostro del interlocutor sin importar la distancia. Los mensajes de texto son una alerta puntual. Las capturas de imágenes comprometedoras de situaciones indeseables  de efectivos policiales y funcionarios públicos están a la orden  del día. Cualquier expresión de conducta deshonesta puede saltar con garrocha a las redes.

Otra abrumadora carga social son las fakenews (noticia falsas) sin verificación ni contraste que han impuesto una cultura insoportable de la sospecha sobre todo y sobre todos. Una lectura crítica revela una desaforada actividad de opinólogos, politólogos en apariencia desinteresados. Hoy el webeo es un deporte contagioso de baratos agentes de influencia expertos en envenenar las redes.  Denostadores y difamadores destetados con bilis  son parte de esta nueva jauría de bestias mediáticas. Se trata de patentes de corso digital incubadas por la amargura y la frustración. No se trata de Catones de la tercera ola. Son sicarios a sueldo que pulverizan honras y a personas con nombre propio.

Al otro extremo están los vendedores de sebo de culebra, los buenos para nada, los mal encaminados periodistas sin ética inescrupulosamente peores que los males que dicen señalar. Tras el espejismo virtual aún se mantiene indeleble la plena vigencia de la libertad y el respeto a la verdad. La mala información y la desinformación tienen un correlato ético y moral cuya antípoda son la inmoralidad (la transgresión deliberada de la moral), la amoralidad (insipiencia moral). Otros optan por la moralina esa moral de jebe que se acomoda a todas las circunstancias sin establecer con claridad sus linderos y límites.

La corrupción ingrediente de la viveza criolla lesiona el bien común y  a la moral como ingredientes cardinales de la actividad humana.  La corrupción  y  la inmoralidad caminan juntas. La primera es una lesión que destroza el tejido social y la segunda el escozor insoportable que aquella procura. Pocos admiten  que los valores, la estimativa de los mismos nace en la institución familiar su cuna legítima es el hogar  y se pone en movimiento en la escuela.

Los valores no son notas de cuaderno olvidado sino obligaciones para practicar en todo momento. Señala Hannah Arendt  la escuela es fermento civismo y formadora de ciudadanos y por ello merece un trato preferente en las sociedades democráticas. La ciudadanía activa importa el conocimiento y la práctica de valores. Todas las acciones humanas, aquellas en las que interviene la voluntad, son sopesadas en la escala de valores que cada uno tiene. El acto elícito o voluntario se ejercita en todo momento. De tal modo que la inmoralidad contumaz es la expresión visible de la deshonestidad y la infelicidad pura convertida en una miserable forma de vida.

¿Cuesta realmente ser honesto? La honestidad como el aprender a leer requiere una práctica cotidiana. Así como hay analfabetos funcionales los hay morales y ocupando cargos de responsabilidad. Cuando se dejan de practicar los valores la acción humana se subordina a la comodidad y al relajo de la conducta social. En la pedagogía  egea el eje  de la formación  personal es la educación de la voluntad. La axiología no es un presupuesto filosófico para los textos. La práctica de valores es una aspiración humana que se fortalece todos los días. No se puede educar personas sino se educa voluntades. No sólo somos sujetos de derecho sino también de deberes que hacen posible la convivencia pacífica y soportable.

La crisis ética que arrastra la corrupción no sólo despoja de preciados recursos económicos al Estado bajo todas las formas de apropiación ilícita sino que se priva del bien a muchos en sus urgentes necesidades. El mayor daño perpetrado a la sociedad es el despedazamiento de la confianza ciudadana con esa abrupta sensación de impunidad y desaliento. Por eso hay que zurcir con buenos ejemplos los huecos de la desconfianza. No son escasos los esfuerzos por ser mejores se nos presentan como invisibles. Hay que visibilizarlos en una cruzada que empezando en las familias preserve los mejores frutos de la sociedad. No hay tiempo que perder.

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