Geógrafo Mateo Paz Soldán y Unanue, advirtió, que Piura sería sepultada por las arenas del desierto. |
Por: Miguel Godos Curay
Una de las mayores vulnerabilidades de Piura son sus
casonas ruinosas las que no se mantendrían en pie con un sismo entre los 6.1
a 6.9 grados de la escala de Richter. El
movimiento telúrico puede ocasionar daños severos en áreas donde vive mucha
gente. La antigüedad de las
edificaciones, la humedad de los cimientos y el colapso de las estructuras
conspiran contra la seguridad en el centro urbano pero los riesgos se
multiplican a los nuevos asentamientos donde predomina la auto-construcción sin el elemental respeto a las normas de seguridad.
La vieja Piura es una genuina ciudad de maromeros.
Durmientes de algarrobo, quincha, barro, adobones recubiertos de yeso de
Congorá. Las trancas tienen amarres de cinchas de cuero de chivo templadas diestramente por alarifes que después de
dejarlas remojando las ataban hasta adquirir la firmeza del acero. Las
construcciones de madera son recientes y corresponden a la prosperidad
algodonera del siglo XIX. Prima el pino de Oregon en las escaleras, salones
amplios y elevados aires para que circule el fresco de la tarde. Son casonas de dos a tres
pisos con paredes de quincha, soportan el movimiento pero por la falta de
cuidado y mantenimiento podrían desplomarse al primer seísmo.
El envejecido adobe y la torta de barro mampostera no
soportan el paso de los años. Invisible en apariencia con impactos
estructurales es la mecánica de los suelos con perenne movimiento y dirección
al lecho del río. Las excavaciones de los cimientos descubren agua y filtraciones. La nueva Piura es un
capricho del desorden urbano, la imprevisión y la improvisación por donde se le
mire. Lo poco que se mantiene en pie es
un malabar sostenido por la cosmética urbana. La lepra del abandono consume la
vieja arquitectura como si se tratara de una conspiración artera contra el
pasado.
Resultan contradictorias en esta ciudad de la aridez las
nuevas urbanizaciones como El Chilcal, Ignacio Merino y todas las ubicadas
mordiendo el cauce de la margen derecha del río. Estos espacios van a seguir inundándose
con las inusuales lluvias del estío y los desbordes del Piura. Los ríos como
los caprichos humanos se avivan en
cualquier momento y causan daños indecibles. La Piura segura contra los diluvios
camina ahora hacia el oeste en donde la plusvalía urbana construye diminutos departamentos, casitas de muñecas
en donde un piurano ordinario que tiene perro, gato y perico y una prole
numerosa sencillamente no cabe con todos su bártulos.
La San Miguel de Tangarará fundada en 1532 por
Pizarro, a decir de Porras, a orillas de las cananeas aguas del Chira. Tuvo
un designio de andariega ciudad de
gitanos. Aquí duró poco y en 1534 Almagro tuvo que autorizar su traslado al
sitio de Piura en el sitio de Monte de los Padres junto a la anchurosa e
inimaginable Quebrada de las Damas. Aquí estuvieron hasta 1570 en que
probablemente por los efectos de las plagas que convirtieron al poblado en una
ciudad de ciegos y purulencias se fueron en busca de aires sanos hasta Paita. Ahí
encontraron brisa, pescado y el asedio de corsarios y piratas. El agua escasa era
transportada en botijas desde Colán. Sin agua la vida no es fácil y sin huertas
ni sementeras la existencia se tornó imposible.
Por eso los vecinos solicitaron
al unísono al Virrey don Fernando Torres de Portugal el traslado a las inmediaciones
del sitio de El Chilcal, cerca de Catacaos en donde hoy se encuentra. Ahí se
fundó como San Miguel del Villar de Piura el 15 de agosto de 1588. Sin que su
pasión de mudanza se detuviera por completo. Refiere Mateo Paz Soldán y Unanue
que la otrora Piura temía ser sepultada por la arena que arrastran los vientos
del desierto. Por eso una fina arenisca besa todos lo que tocamos con las manos:
los libros, los escritorios y todos los rincones porque somos hechura del
viento y la arena.
Aún se observa, en Piura la vieja, lo que quedó de los
primeros cimientos urbanos y algunos muretes de piedra depredados por los
acopiadores de piedra de construcción. Es el trazo hispánico. Cuando recorrimos
con Juan José Vega en 1996 aún asomaban vestigios del trazo de la antañona urbe
hispánica. Anne Marie Hocquenghem la descubridora del insepulto Canal del Tongo
levantó un plano con el auxilio del topógrafo
Urbina. Curioso testimonio revelador de nuestro pasado.
El silencio sísmico de las placas continentales es una
amenaza que se cierne sobre lo mal y lo
bien construido. Hay sectores urbanos erigidos sobre las sepultadas celdas del
relleno sanitario al este y potenciales pantanos en el sector sur. Los pocos
edificios existentes son inferiores a los doce pisos. El control urbano tiene
poca eficacia en una ciudad con el vigor informal de una creciente necesidad de
vivienda y el tráfico de lotes en los sectores populosos de la ciudad. Las
áreas invadidas y las mafias de los
traficantes sin la principal causa del desorden y el caos urbano. Trafican con
las tierras en las bermas de las pistas,
afectan la propiedad privada y reparten la tierra a su antojo.
Si esta ciudad de maromeros se empezara a mover todo
se vendría por los suelos. Como sucedió el 24 de julio de 1912, Piura tembló y
quedó totalmente arruinada. Como señala el ingeniero Julio Kuroiwa, la mayor preocupación
es el silencio sísmico lo que incrementa las posibilidades de un impredecible
desastre. La preocupación por el uso de la tecnología antisísmica es reciente,
sin embargo, la prevención debe ser una obligación de todos los ciudadanos.
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