Por: Miguel Godos Curay
Taytacha de los Temblores en la Catedral del Cusco
Uno de los inolvidables
peregrinajes periodísticos tras el fervor popular lo realizamos con el
reportero don Aldo Cango Seminario. La jornada empezó en la Capilla del
Cementerio de Sullana en donde piadosos devotos descansaban para iniciar al
filo de la madrugada su caminata hacia Paimas, Montero y Ayabaca en pos del
Cristo Cautivo de Ayabaca. Es un Cristo moreno, lacerado, con una
conmovedora y penetrante mirada. El señor es respetoso, repiten, los
devotos. El Cristo es probablemente obra de santeros quiteños. La leyenda dice:
fueron unos forasteros que aparecieron por Ayabaca y ofrecieron sus servicios
como talladores a los devotos ayabaquinos.
Artísticamente, la imagen fue
elaborada con tela de maguey encolada que da forma al cuerpo de Cristo. El
rostro posee un artificio que permite entre los labios entreabiertos el ingreso
de la luz que un espejo refleja sobre los ojos y les da vida. La permanencia
del fervor obligó a los cofrades a la elaboración de una talla de madera
idéntica que veneran los fieles. El Cautivo de Ayabaca y el Cristo de
Esquipulas en Guatemala son ocasión de peregrinajes que atraviesan las fronteras. Fue por esa identidad espiritual que nos
contactaron reporteros del Discovery con quienes registramos la sacrificada
marcha de los peregrinos y la procesión multitudinaria en Ayabaca.
Otra devoción norteña es el
Cristo de Chocán, venerado en Querecotillo, es una antigua y arraigada devoción
en toda la región. La imagen originaria fue consumida por el fuego en un
incendio. La que hoy se venera es obra del escultor español Joaquín Alangua y
tomó como base estampas y registros fotográficos conservados por algunos
fieles. La actual escultura conserva un dedo de la imagen originaria
desaparecida en el siniestro. La devoción al Señor de Chocán se extiende en
todo el norte del Perú y el sur del Ecuador.
El Perú tiene una viva
devoción cristológica. Nos nutren de fe el Cristo de Pachacamilla o Señor de
los Milagros en Lima, el Señor de Luren en Ica, el Cristo de Huamantanga en
Jaén. Una de las fervorosas tradiciones más antiguas del Perú es la del Señor
de los Temblores del Cusco. Un Cristo negro como el de Esquipulas en Guatemala.
El altar de la Capilla de la Universidad de Piura lo preside un óleo de factura
colonial del Cristo Cusqueño legado por don Francisco Gonzáles Gamarra. Es un
Cristo moreno obra de santeros indígenas a quien tuvimos la oportunidad de
conocer en la Catedral del Cusco y nos conmovió profundamente. Es un Cristo que
estremece el alma y nos transporta al epílogo de la dolida pasión.
La antañona Catedral del Cusco
es enorme, sus cimientos son de piedra, tapizada de oleos y altares recubiertos
de plata. Su construcción se inició en 1560
y culminó en 1654. Un terremoto
registrado el 31 de marzo de 1650 dejó
cinco mil muertos y la ciudad en escombros. El 21 de mayo de 1950, otro
terremoto de grado VIII en la escala de Mercalli devastó la ciudad y causó más
de millar y medio de desaparecidos como
saldo trágico. En estos percances
telúricos el pueblo invocó la protección de Taytacha llamado desde
aquellos momentos aciagos Señor de los temblores por detener la furia de la
naturaleza. En un altar lateral a la derecha está el Señor de los Temblores al
que adoran los cusqueños e imploran su protección.
La ocasión de nuestra visita
fue la misa de acción de gracias por la beatificación de la religiosa María
Agustina Rivas López- Aguchita realizada por el Papa Francisco el pasado 7 de
mayo. La religiosa defensora de los pueblos Ashaninka fue victimada a balazos
como escarmiento a su entrega y abnegación a los demás por huestes de Sendero
Luminoso. La santidad en la humildad y la entrega por los desvalidos son el
sello de su carisma personal. Dice un cántico dedicado a Aguchita: “La
violencia no mató tu fe, / la selva fue tu misión soñada, / nos conduces con tu
ejemplo/ de dar la vida cada mañana.”
Contemplamos al Señor. No
faltaron las oraciones y las preces en quechua elevadas con devoción por sus
devotos. La venerada imagen fue elaborada por santeros indios con fibras de
maguey, lino, palo balsa y pasta de maíz. Acompañan a la antigua imagen las
esculturas de la virgen y Juan el discípulo amado. Es antigua tradición
cusqueña la bendición del Señor al final de la procesión de la cuaresma. Una
multitud de feligreses cusqueños lo aguarda cada año. Los venerados Cristos del
Perú y de América son una fuente inagotable de fervor y devoción. Un milagro
vivo a pesar de los tiempos.
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