viernes, 6 de abril de 2018

LOS PERROS DUROS NO BAILAN DE PÉREZ REVERTE

Por: Miguel Godos Curay

Ayer jueves presentó Arturo Pérez Reverte en Madrid su nueva novela Los perros duros no bailan. Según Pilar Reyes, jefe editorial de Alfaguara, se trata de una novela policiaca narrada por perros al puro estilo revertiano. Tiene humor, tiene ironía y también tristeza y amargura: Las peleas de perros como escenario de crueldad. La novela pertenece a la saga de Perros e hijos de perra (Alfaguara) donde el escritor y reportero, muestra su entrañable afecto por los canes.

Las palabras del autor en la presentación evocaron la insuperable nobleza canina. “He perdido el respeto por muchos seres humanos, pero jamás por los perros. La lealtad y la dignidad son atributos que los perros aún poseen y encarnan”.  No hay nada que los perros hagan sin coraje –incluso hasta los cobardes- son luchadores y se redimen, en su atávica naturaleza, advierte. Es la llamada de lo salvaje. El instinto como espacio de libertad, enfatiza. En efecto en el mundo no hay criatura tan maltratada porque es fiel o es fiel porque es maltratada. Aunque algunos con desazón sostienen que el perro es un lobo sentimental. Es siempre, por donde se le mire, una expresión de ternura.

Aldous Huxley afirma que “Todos los hombres son dioses para su perro. Por eso hay tanta gente que ama a los perros más que a los hombres”. Mark Twain, se solazaba con la gratitud canina. “Si alimentas a un perro muerto de hambre, no te morderá nunca. Esta es la diferencia entre los perros y los hombres”. Nuestro imaginario infantil está poblado de canes. Rin-tin-tin, un Pastor alemán una aplaudida estrella del cine mudo. Lassie – la Collie más famosa del mundo- y inseparables amigos como Totó, la tierna mascota de la pequeña Dorothy en El Mago de oz ,Pluto y Snoppy, reputados y querendones compañeros de la infancia. Nuestro viringo, el can de Sechura, es un símbolo autóctono muy nuestro. Es un perro limpio, no tiene pulgas y por su original dieta alimentaria vegetariana no tiene caninos. Ceramios y ajuares funerarios precolombinos dan cuenta de su abolengo y estirpe. Doña Manola Sáenz, en su refugio de Paita, allá por 1856, utilizaba  su calor para aliviar el reuma. Los tenía numerosos y con nombres de los figurones de la gesta libertaria.

Pero tantos héroes del celuloide son nada ante “Chumbeque”  la chusca mascota que en 1977 evitó la detención de su amo el político, abogado y escritor Genaro Ledesma Izquieta,  recientemente fallecido. Luis Jochamowitz, el autor de la crónica Chumbeque, publicada en Caretas dedicada al memorable y leal amigo  publicada en Caretas, en abril de 1977. Escribe: “El momento decisivo de su vida llegó la noche de un jueves de mayo de 1977, cuando un grupo de policías se presentó en la casa de su amo para detenerlo. Ingresaron con violencia por la puerta delantera y se encontraron con Chumbeque. Se dice que esa noche mordió a un número indeterminado de investigadores, entre 4 y 17, según las fuentes. El hecho es que su ruidosa y decidida intervención, permitió que su amo escape por la puerta de atrás, que daba a un parque y a la clandestinidad”. Chumbeque, no hay duda, fue un héroe de carne y hueso. Hace algunos días reeditando la crónica su autor escribió:"Si existe un cielo para amos y perros, hoy deben haberse reunido. Chumbeque estará feliz"

Durante la conquista, en el siglo XVI, el perro fue un arma contundente de guerra. Jaurías de perros hambrientos se liberaban sobre los guerreros indios en las denominadas sangrientas perrerías. Los perros destrozaban y desgarraban la piel de los guerreros aborígenes sembrando miedo y terror. Perros, utilizaron también las nazis en sus carnicerías persecutorias. Hoy son famosos los perros de los narcotraficantes capaces de oler a distancia a los contingentes de la DEA. Y los perros de la policía que huelen la cocaína y perciben la ácida sudoración del miedo de los narcotraficantes en los aeropuertos. Muchos traficantes que utilizaron sobredosis de perfume para confundir los olfatos perrunos por el contrario fueron descubiertos en la cola de paso por los canes de los controles aeroportuarios.

Lejos están de Nipper el  perrito que atento escucha la voz del amo como recurso publicitario en los anuncios de los gramófonos de la  compañía estadounidense Radio Corporation of América (RCA). El poeta Arturo Corcuera en Fábula de Pluto y su declaración de principios dice:
“Seré perro de historieta,
un perro en technicolor,
hasta perro de Walt Disney
¡GUAU!
de pura rabia mía
-¿Pariente de Rin.Tin-Tin?
Merde!
¡Jamás perro policía!”

Una afición brutal y salvaje – como los toros y las peleas de gallos- son las peleas de perros que se practican ilegalmente en diversas partes del mundo. Es un ejercicio brutal de mandíbulas de raza –Pitbull, Boxer, Rottweiler Bull Terrier, Bulldog-  dispuestos al ataque y entrenados para embestir. Brutales entrenadores que los excitan y premian con sangre, despiertan su temperamento brutal para la agresión. Se dice que se les entrena para el combate con otros animales pero se refuerza su docilidad con humanos. Sin embargo, perros entrenados han acabado causando indecibles lesiones salvajes a inocentes víctimas. Otros usados como guardianes son ablandados por astutos ladrones con la orina de perras en celo. Por la traición del olfato sustrajeron los bienes en cautela en la punta de su nariz.

Los canes proyectan en cierta forma el modo de ser de sus dueños. A amos agresivos las mascotas tienen el mismo talante. Los hay atléticos que acompañan a su dueño que conduce bicicleta. Alguna vez me contaron que por la acera de la avenida Bolognesi paseaba todas las noches un señor, siempre vestido de negro con un enorme perro. El furtivo transeúnte provocaba el paso obligado a la otra acera. El propietario, gay declarado, provocaba temor. Hasta que se descubrió que el perro jugaba por el mismo equipo del propietario y huía despavorido al primer ¡guau, guau! a todo pulmón.

Mi padre nos enseñó a amar a los perros. Fueron nuestro juguete vivo en la infancia. Siempre al lado nuestro, junto a la cuna del crío recién nacido. Siempre moviendo la cola al retorno de la jornada escolar. En otros momentos acompañando las tareas cotidianas. Siempre compañeros en las excursiones. Los perros guardianes que acompañaban a mi padre disfrutaban de la pesca de anguilas y el café tibio. Los bañaba semanalmente y los paseaba en la playa. Tenían su mismo gusto para escuchar sus discos de carbón favoritos. A su muerte los sepultaba con lealtad humana. Años después en los caminos de la sierra, he dado sepultura junto a un árbol, a algún can extinto. Y durante las noches me he sentido seguro, acompañado y protegido por estos parajes.

Un can al que recuerdo con emoción fue “Mirage” un perro guardián en el campus de la UNP. Junto a él una legión innumerable de perros de todo pelaje. Vencido por la edad, quedó ciego. Pero la jauría en ningún momento le perdió el respeto. Y pese a no ver la luz del día se desplazaba con aplomo entre ladridos. No estaba solo era como un abuelo bien acompañado que enseñaba con aullidos. A propósito de este singular detalle escribí un artículo en el que sustenté que los perros guardianes de la UNP tenían su canino rector. La precaria lectura de las bestias burocráticas me sancionó con una resolución sancionatoria que conservo en la que me prohibía escribir y expresar puntos de vista justamente ahí en donde el debate inteligente es una obligación. De Mirage, preservo, una evocación de Washington Calderón, quien me refirió que los canes de los caseríos contiguos  al Campus Universitario se arremolinaban a inmediaciones del comedor universitario presas del hambre y de huesos que roer. Mirage que encabezaba la tribu. Se compadecía y permitía con sus ladridos que se acerquen y prueben bocado. Muchos hijos de estos canes y nuevas camadas descienden de esta estirpe noble de perros leales y dignos. Pérez Reverte, pintor de batallas, nos recuerda, nuevamente en Los perros duros no bailan, con su estilo fresco y vigoroso, esta inagotable fidelidad, aunque algunos persistan en sostener que el perro y el amor, cuanto más perros mejor.

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