Ayer jueves presentó Arturo Pérez Reverte en Madrid su nueva novela Los perros duros no bailan. Según Pilar Reyes, jefe editorial de Alfaguara, se trata de una novela policiaca narrada por perros al puro estilo revertiano. Tiene humor, tiene ironía y también tristeza y amargura: Las peleas de perros como escenario de crueldad. La novela pertenece a la saga de Perros e hijos de perra (Alfaguara) donde el escritor y reportero, muestra su entrañable afecto por los canes.
Las palabras del autor en la
presentación evocaron la insuperable nobleza canina. “He perdido el respeto por
muchos seres humanos, pero jamás por los perros. La lealtad y la dignidad son
atributos que los perros aún poseen y encarnan”. No hay nada que los perros hagan sin coraje –incluso
hasta los cobardes- son luchadores y se redimen, en su atávica naturaleza, advierte.
Es la llamada de lo salvaje. El instinto como espacio de libertad, enfatiza. En
efecto en el mundo no hay criatura tan maltratada porque es fiel o es fiel
porque es maltratada. Aunque algunos con desazón sostienen que el perro es un
lobo sentimental. Es siempre, por donde se le mire, una expresión de ternura.
Aldous Huxley afirma que “Todos
los hombres son dioses para su perro. Por eso hay tanta gente que ama a los
perros más que a los hombres”. Mark Twain, se solazaba con la gratitud canina. “Si
alimentas a un perro muerto de hambre, no te morderá nunca. Esta es la
diferencia entre los perros y los hombres”. Nuestro imaginario infantil está
poblado de canes. Rin-tin-tin, un Pastor alemán una aplaudida estrella del cine
mudo. Lassie – la Collie más famosa del mundo- y inseparables amigos como Totó,
la tierna mascota de la pequeña Dorothy en El Mago de oz ,Pluto y Snoppy,
reputados y querendones compañeros de la infancia. Nuestro viringo, el can de
Sechura, es un símbolo autóctono muy nuestro. Es un perro limpio, no tiene
pulgas y por su original dieta alimentaria vegetariana no tiene caninos. Ceramios
y ajuares funerarios precolombinos dan cuenta de su abolengo y estirpe. Doña
Manola Sáenz, en su refugio de Paita, allá por 1856, utilizaba su calor para aliviar el reuma. Los tenía
numerosos y con nombres de los figurones de la gesta libertaria.
Pero tantos héroes del
celuloide son nada ante “Chumbeque” la
chusca mascota que en 1977 evitó la detención de su amo el político, abogado y
escritor Genaro Ledesma Izquieta,
recientemente fallecido. Luis Jochamowitz, el autor de la crónica
Chumbeque, publicada en Caretas dedicada al memorable y leal amigo publicada en Caretas, en abril de 1977. Escribe:
“El momento decisivo de su vida llegó la noche de un jueves de mayo de 1977,
cuando un grupo de policías se presentó en la casa de su amo para detenerlo.
Ingresaron con violencia por la puerta delantera y se encontraron con
Chumbeque. Se dice que esa noche mordió a un número indeterminado de
investigadores, entre 4 y 17, según las fuentes. El hecho es que su ruidosa y
decidida intervención, permitió que su amo escape por la puerta de atrás, que
daba a un parque y a la clandestinidad”. Chumbeque, no hay duda, fue un héroe
de carne y hueso. Hace algunos días reeditando la crónica su autor escribió:"Si
existe un cielo para amos y perros, hoy deben haberse reunido. Chumbeque estará
feliz"
Durante la conquista, en el
siglo XVI, el perro fue un arma contundente de guerra. Jaurías de perros
hambrientos se liberaban sobre los guerreros indios en las denominadas
sangrientas perrerías. Los perros destrozaban y desgarraban la piel de los
guerreros aborígenes sembrando miedo y terror. Perros, utilizaron también las
nazis en sus carnicerías persecutorias. Hoy son famosos los perros de los
narcotraficantes capaces de oler a distancia a los contingentes de la DEA. Y
los perros de la policía que huelen la cocaína y perciben la ácida sudoración
del miedo de los narcotraficantes en los aeropuertos. Muchos traficantes que
utilizaron sobredosis de perfume para confundir los olfatos perrunos por el
contrario fueron descubiertos en la cola de paso por los canes de los controles
aeroportuarios.
Lejos están de Nipper el perrito que atento escucha la voz del amo como
recurso publicitario en los anuncios de los gramófonos de la compañía estadounidense Radio Corporation of América
(RCA). El poeta Arturo Corcuera en Fábula de Pluto y su declaración de
principios dice:
“Seré
perro de historieta,
un
perro en technicolor,
hasta
perro de Walt Disney
¡GUAU!
de
pura rabia mía
-¿Pariente
de Rin.Tin-Tin?
-¡Merde!
¡Jamás
perro policía!”
Una
afición brutal y salvaje – como los toros y las peleas de gallos- son las
peleas de perros que se practican ilegalmente en diversas partes del mundo. Es
un ejercicio brutal de mandíbulas de raza –Pitbull, Boxer, Rottweiler Bull Terrier,
Bulldog- dispuestos al ataque y
entrenados para embestir. Brutales entrenadores que los excitan y premian con
sangre, despiertan su temperamento brutal para la agresión. Se dice que se les
entrena para el combate con otros animales pero se refuerza su docilidad con
humanos. Sin embargo, perros entrenados han acabado causando indecibles
lesiones salvajes a inocentes víctimas. Otros usados como guardianes son ablandados por
astutos ladrones con la orina de perras en celo. Por la traición del olfato sustrajeron
los bienes en cautela en la punta de su nariz.
Los
canes proyectan en cierta forma el modo de ser de sus dueños. A amos agresivos
las mascotas tienen el mismo talante. Los hay atléticos que acompañan a su
dueño que conduce bicicleta. Alguna vez me contaron que por la acera de la
avenida Bolognesi paseaba todas las noches un señor, siempre vestido de negro
con un enorme perro. El furtivo transeúnte provocaba el paso obligado a la otra
acera. El propietario, gay declarado, provocaba temor. Hasta que se descubrió
que el perro jugaba por el mismo equipo del propietario y huía despavorido al
primer ¡guau, guau! a todo pulmón.
Mi
padre nos enseñó a amar a los perros. Fueron nuestro juguete vivo en la
infancia. Siempre al lado nuestro, junto a la cuna del crío recién nacido. Siempre
moviendo la cola al retorno de la jornada escolar. En otros momentos
acompañando las tareas cotidianas. Siempre compañeros en las excursiones. Los
perros guardianes que acompañaban a mi padre disfrutaban de la pesca de
anguilas y el café tibio. Los bañaba semanalmente y los paseaba en la playa. Tenían
su mismo gusto para escuchar sus discos de carbón favoritos. A su muerte los
sepultaba con lealtad humana. Años después en los caminos de la sierra, he dado
sepultura junto a un árbol, a algún can extinto. Y durante las noches me he
sentido seguro, acompañado y protegido por estos parajes.
Un
can al que recuerdo con emoción fue “Mirage” un perro guardián en el campus de
la UNP. Junto a él una legión innumerable de perros de todo pelaje. Vencido por
la edad, quedó ciego. Pero la jauría en ningún momento le perdió el respeto. Y
pese a no ver la luz del día se desplazaba con aplomo entre ladridos. No estaba
solo era como un abuelo bien acompañado que enseñaba con aullidos. A propósito
de este singular detalle escribí un artículo en el que sustenté que los perros
guardianes de la UNP tenían su canino rector. La precaria lectura de las
bestias burocráticas me sancionó con una resolución sancionatoria que conservo
en la que me prohibía escribir y expresar puntos de vista justamente ahí en
donde el debate inteligente es una obligación. De Mirage, preservo, una
evocación de Washington Calderón, quien me refirió que los canes de los caseríos
contiguos al Campus Universitario se
arremolinaban a inmediaciones del comedor universitario presas del hambre y de
huesos que roer. Mirage que encabezaba la tribu. Se compadecía y permitía con
sus ladridos que se acerquen y prueben bocado. Muchos hijos de estos canes y
nuevas camadas descienden de esta estirpe noble de perros leales y dignos.
Pérez Reverte, pintor de batallas, nos recuerda, nuevamente en Los perros duros no bailan, con su estilo
fresco y vigoroso, esta inagotable fidelidad, aunque algunos persistan en
sostener que el perro y el amor, cuanto más perros mejor.
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