Por: Miguel Godos Curay
La vida arrebatada no tiene precio. El crimen es un acto brutal que solaza a las bestias. Duelen profundamente en el alma la alevosía y la premeditación. El arrancar la vida ajena arteramente sin remordimiento de conciencia. Somos criaturas respetuosas de la vida ajena desde su forma elemental. El aborto practicado como deporte tras la inaudita y lasciva perversidad es la consagración de la muerte vendida en las farmacias como caramelos de menta. La vida es un don irrepetible. Resuena en las profundidades de la conciencia el quinto mandamiento: ¡No matarás! (Ex 20,13)
Mi abuela amaba la vida como a sí misma. Le dolía la tristeza del gallo viejo en su corral poco antes de morir por ser el reloj puntual de su existencia. Sentía por su cresta y quiquiriquí una secreta devoción. El canto puntual del despertar en las mañanas justo al sonar las campanas del reloj de la torre de San Francisco de Paita. La muerte del señor de cresta no tenía palabras sino silencio con lágrimas en los ojos de la memoriosa vieja.
La vida para esa madre irrepetible era don de Dios. La perfección natural en todos sus extremos. La razón de la existencia que no puede ser arrebatada por nadie. La sabiduría de la abuela era el aliento humano de todas sus convicciones y creencias. Cuando apareció la televisión en blanco y negro con esas series de pistoleros asesinos sintió ese progreso tecnológico como una bofetada en el alma. Algo así como la escuela del crimen puesta a los ojos de todos. Así se empieza, advertía. Mañana, no nos duela esa escuela cotidiana de maldad. Lo que se muestra a los ojos de todos no tarda en convertirse en válvula de escape diario. El cine crea y recrea acontecimientos con artificio. Repite su lección con más persistencia que la predica de un maestro.
El orden en la vida ciudadana repetía, esa vieja querendona, nace de la plena vigencia de la ley. Primero la ley de Dios, después la ley humana. Sin leyes cunde el desorden y se vulneran los Derechos Humanos. El orden y el respeto a la autoridad paterna y materna es ingrediente del respeto familiar. Este se traslada al círculo de respeto a la sociedad humana en general. Solo así es posible la convivencia en cada nación. Por eso, cada estado –la organización política de la nación- se gobierna con principios iguales de bien y de justicia.
Elemento fundamental es el respeto, por eso se descalifica ejemplarmente a quienes lo transgreden. Sin este orden pertinente es imposible el bien común. El buen trato y el rechazo a todas las formas de abuso, intolerancia y agravio. De ahí la importancia del civismo, el orden y la buena educación en el seno de la familia. La familia educa con valores y la escuela enseña con conocimientos y despliegue de habilidades. De modo que no atribuyamos a la escuela la carencia de valores que surgen de la institución familiar. La familia es la sociedad de padres e hijos y otros integrantes del núcleo familiar que viven bajo el mismo techo. La familia, en buena cuenta, es una diminuta sociedad organizada en donde se activa la economía con los esfuerzos y provisiones del padre, la madre y los hijos. El cuidado y protección es un atributo de la madre. La atención a los adultos mayores es una obligación y la satisfacción en lo posible de las urgentes necesidades de la prole. La frase “todos somos uno y uno somos todos” tiene la profunda significación. A pesar de las diferencias prevalece la unidad y el bien común.
El mandato de Dios es explícito: “No matarás” (Ex 20,13). La muerte premeditada producto de la agresión criminal es una violación de la intangibilidad humana y una ofensa a Dios pues todo ser humano es sagrado. En este extremo Dios se erige en vengador de la sangre vertida (Gen 5s) y pedirá cuentas incluso con la sangre de los culpables. El día del ocaso ya está escrito. (Is 63,1-6). No se piense que los asesinos tienen la conciencia tranquila. Son tan responsables como los ejecutores intelectuales del crimen. A no ser por perturbaciones psíquicas insuperables se sumergen en una aparente impunidad. La vida se sustrae a los efectos devastadores de una maldición inagotable. Lo pagas tú o algún miembro de tu familia.
Muchas veces este reclamo se reconcentra en los que más quieres. No es historia reciente. Es la vida misma hablando por boca ajena. Tarde o temprano se cumple con desasosiego incontenible. El desconcierto moral convierte en olla de grillos la conciencia. Nunca el mal paga con bien. Nunca lo que se gana con el dolor ajeno acarrea felicidad y bendiciones. Es la infelicidad a cuestas. Las trece monedas perforaron la conciencia de Judas. No le quedó otra salida al remordimiento que colgarse de la higuera maldita. No hay peor muerte que la del desalmado que dejó huérfanos y sin lágrimas a los ojos de una madre.
Piura siempre fue apacible y ordenada. Los acontecimientos sangrientos eran delito de bandoleros salteadores de caminos a bala perdida. Hoy son premeditación alevosa. Por eso perturban la paz y la calma. Cuando el delito campea hay que aplicar la ley. La angustia periclita entre el combatir el delito y la indiferencia de las instituciones. La ciudadanía requiere con firmeza: acción y decisión. No somos el “lejano oeste”. Acabar con el crimen y la impunidad de los sicarios requiere autoridad y energía. No podemos continuar desangrándonos. No somos un pueblo sin ley.
El delito y el crimen agravian a las mayorías. Ahuyentan la inversión y el progreso activador de la economía y empleo. No podemos cruzarnos de brazos indiferentes ante esta terrible amenaza denominada inseguridad ciudadana. Analizar el problema requiere paciente lectura. El narcotráfico ha sentado sus reales en Piura. Narcos internacionales embarcan toneladas de cocaína en los contenedores de exportación de bananos, mangos, arándanos y uvas. Paita es una ventana abierta a los cárteles que proveen cocaína a Europa. La droga es trasladada al puerto de embarque desde los centros de producción en el centro y oriente perua no. El embarque en altamar es una nueva modalidad detectada por la policía.
Otro factor es la corrupción que dilapida recursos públicos. Obras deficientes, la repartija de presupuestos inflados, el desprestigio de las empresas constructoras no nos hace bien. Es el robo descarado que indigna y deforma las instituciones que convierten el bien común, en el botín común. Otro factor que favorece el delito es la migración ilegal dedicada a la trata de personas y al sicariato o -homicidio por encargo- sancionado en el Código Penal Modificado y Ley 32468 con no menos de treinta años de cárcel o cadena perpetua, si se involucra a menores de edad o se usa armas de guerra. Las mafias han puesto sus ojos sobre el comercio exitoso y la prosperidad de la minería ilegal. De los créditos “gota a gota” informales se ha dado paso al homicidio en la puerta. Por respeto a los ciudadanos requerimos responsabilidad, firmeza y coraje frente a la impunidad del delito y el crimen.
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